¡Nadie! ¡Nadie en el PSOE quiere que gobierne Rajoy, ni menos aún ser “subalterno del PP”! ¡Todos preferiríamos haber derrotado al PP: nos duele que nuestro PSOE no haya sido capaz de hacerlo el 20D de 2015 ni tampoco el 26J de 2016!
Tampoco hemos conseguido galvanizar en favor de nuestra alternativa el amplio y externo rechazo que concita el PP entre quienes no les votan, por su historial de atropellos, abuso de poder y corrupción. Siquiera solo por ello, el PSOE debe tomarse, con la mayor autoexigencia, el tiempo y el trabajo ingrato de reflexionar en serio sobre las circunstancias y causas que expliquen cómo y por qué no hemos ganado en las urnas a un PP con el peor balance a cuestas de la historia de la democracia: una derecha dura, encenegada en corrupción, rechazada intensamente por cuantos no les votan, tanto por el despotismo de su mayoría absoluta, como por su devastadora legislación antisocial a golpe de decretos ley sin escuchar a nadie ni compasión por los débiles ni por los vulnerables.
Siendo eso lo importante, lo más urgente es, sin embargo, este otro debate ahora en marcha sobre los pros y contras de unas terceras elecciones, que nadie admite desear y todos querríamos evitar. Pero esas terceras elecciones solo vendrían determinadas -digámoslo claro- por la aplicación mecánica de lo dispuesto en el art. 99 CE, no por nuestra voluntad, ni por nuestra decisión, ni por nuestros errores.
A todo lo largo de este tiempo de inconclusión abierto por las elecciones del 20D de 2015, he estado y continúo estando en la convicción razonada de decirle el NO a Rajoy. Y de asumir ese NO con todas sus consecuencias. La primera, no engañarse. Y ello requiere explicar que, lamentablemente, no ha sido real ni posible la expectativa de formar un “Gobierno alternativo” ni menos aún de “izquierdas”. Porque no se dan los números en la aritmética descrita en las Cortes Generales el 20D de 2015, ni tras el 26J de 2016: no hay mayoría de izquierdas en el Congreso de los Diputados; y sí que existe, por contra, una mayoría absoluta del PP en el Senado que -no se olvide ni un momento- retiene la iniciativa legislativa y política que le confiere el art. 87.1 CE.
Ojalá hubiéramos evitado o detenido a tiempo la desdichada espiral de acción/reacción que tanto ha deteriorado la posición del PSOE durante este largo año de “Gobierno en funciones” de Rajoy y del PP. En su momento, cuando nos tocó decidir la sucesión de Rubalcaba en el liderazgo del PSOE, pedí votar en Primarias en un artículo publicado en EL PAÍS (“Arriesguemos”) y, a partir de ahí, Congreso con garantías de reconciliación y reflexión seria, y relanzamiento de la alternativa que esperan millones de españoles.
Pero ahora urge ante todo nuestra reconciliación. Continúo abogando por la restauración del respeto mutuo entre los socialistas. Basta de estigmatización contra otros socialistas en función de sus ideas y/o de sus propuestas ante dificultades y reveses que no son imaginarios sino que pertenecen a una realidad tan ingrata como incontrovertible: ¡“cómplices del PP”, “traidores”, “golpistas”, “fascistas”!…, exabruptos injuriosos que nunca han tenido ni tienen cabida en el PSOE. Quienes se expresan así niegan con su lenguaje la identidad del PSOE y atentan contra su historia y contra nuestra dignidad.
El PSOE no es así. Los socialistas no somos así. No reconozco socialistas que insultan a otros socialistas. Eso no es el PSOE: la agria brutalidad de los autoescraches y los autolinchamientos en las redes sociales contaminan nuestra imagen. Semejantes derivas revierten las hechuras de nuestra identidad compartida. No es socialista llamar “fascista”, no es socialista llamar “golpista”, ni “traidor” a quien sea o haya sido un activo del PSOE, ni “vendido” ni “subalterno del PP” a un presidente socialista que haya demostrado saber cómo derrotar al PP y gobernar su Comunidad Autónoma, con mayoría absoluta o sin ella.
Esa simplificación de grueso tufo populista reduce la complejidad de nuestros debates internos a enfervorizadas proclamas de “adhesión inquebrantable” sin atender a argumentos, ni a resultados, ni a hechos, ni a este declive electoral y a la división del PSOE entre facciones que apuntan, si no lo evitamos, a una autolisis colectiva.
No a Rajoy. Esa es mi apuesta. Pero para que se abra paso hace falta sobre todo un debate racional. Y luego, también, primarias, sí, en el PSOE para elegir a los líderes; y, Congreso sí: prepararlo es también tarea de la Comisión Política. Pero diciendo NO a la disolución de nuestro respeto mutuo y nuestra fraternidad. Es la responsabilidad y obligación de todos los socialistas tomarnos lo bastante en serio la profundidad de nuestra crisis, y ocuparnos de frenar y revertir nuestro declive, no solo cuantitativo -pérdida de votos y escaños en cada convocatoria-, sino cualitativo, el de nuestra credibilidad y confiabilidad como alternativa al Gobierno de Rajoy.
Urge nuestra reflexión a fondo sobre nuestras propuestas y comunicación, conectar con los actores de una sociedad transformada, debatir sobre nuestro modelo de organización y de candidaturas.
Y todo ello ha de encontrar su momento reflexivo para una conversación, tan racional como extensa, tanto como haga falta. Pero para hacerla posible, y para que el PSOE vuelva a ser y parecerse a lo que ha sido, antes es imprescindible una reconciliación urgente. Entre nosotros mismos. Sin ella no hay relanzamiento imaginable a la vista.
Publicado en República.com