Publicación en republica.com
La llegada de Syriza al Gobierno de Grecia, no por largamente presentida ha sido menos ilustrativa del síndrome de fallo múltiple que aqueja a la UE a lo largo de la interminable crisis que arrancó en 2008 en este lado del Atlántico, tras el derrumbamiento del mercado de las hipotecas subprime al otro lado del Océano. He insistido hasta la saciedad de que la catástrofe no fue ni ha sido la “crisis” en sí (la explosión de las burbujas de la financiarización), sino su diagnóstico falso y su antisocial y ominosa estrategia de gestión (la austeridad recesiva, destructiva), potencialmente suicida para la razón de ser de la construcción europea tal y como hasta entonces habíamos querido explicarla los euroentusiastas y la generalidad de los europeístas.
Lo que empezó diagnosticándose como una “crisis financiera” traspasó pronto, y brutalmente, a la economía real, destruyendo tejido productivo y provocando la ruina de miles de empresas y autónomos, transformándose, merced a la destrucción masiva de empleos y al empobrecimiento de clases medias y trabajadoras, en una crisis social de una virulencia y profundidad sin precedentes en la historia de la UE, y deviniendo, por ende, en una monumental crisis política que afecta al propio proyecto europeo e incluso a su identidad.
La narrativa europea se vendió sin gran esfuerzo mientras resultó creíble, en hechos y en resultados, su vocación integradora de la diversidad, correctora de desigualdades, cohesiva y solidaria en términos de transferencia de rentas personales y sociales (red de seguridad para los menos favorecidos), intergeneracionales (las generaciones activas sostenían a las pasivas e invertían en la formación de las más jóvenes, las venideras) e interterritoriales (fondos estructurales, fondos de cohesión, política regional y redes transeuropeas.
Pero la brutalidad del abyecto manejo y gestión de la crisis impuesto desde la hegemonía conservadora del eje Berlín-Frankfurt (sede del BCE) ha sumergido a la UE en un colapso de pesadilla en el que la gran ambición de la integración supranacional a escala continental ha dado paso a un hobbesiano clima de desconfianzas cruzadas, resentimientos acendrados entre las opiniones públicas de los Estados miembros (EE.MM) y ensanchamiento de las brechas de la desigualdad entre los EE.MM y dentro de los EE.MM: los ricos, cada vez menos pero cada vez más ricos, contra los empobrecidos, cada vez más y cada vez más pobres; el “Norte” contra el “Sur”, el eje germanizante que mira a Ucrania y Rusia contra el Mediterráneo… que desespera en penitencias de devaluaciones internas, paro, empleos precarios y salarios de miseria (la “pobreza laboral”); pero también, y sobre todo, la Europa de los acreedores contra los endeudados.
Viene todo a esto cuento de la comprensión del envite que la reciente secuencia de agónicas reuniones del Eurogrupo a propósito de la pretensión del Gobierno de Alexis Tsipras (representado aquí por el icónico ministro de Finanzas, el profesor Yanis Varoufakis) de renegociar los términos de satisfacción de empréstitos vinculados al “rescate” de la economía griega despóticamente gestionado hasta ahora por la Troika.
La flema sacrificial de Varoufakis emblematiza el sufrimiento de los millones de griegos que han sacudido el paisaje de la política helena y, por extensión, de la europea. La tesis del Gobierno de Syriza no sólo no resulta “disparatada” ni “irresponsable” (como con tanta soberbia se ha despachado Wolfgang Schäuble, ministro de Finanzas alemán y halcón de los Diktats de Merkel), sino que descansa en la evidencia de que la purga de caballo que se ha infligido a Grecia y ha triturado a los griegos no sólo no ha reducido la deuda blanqueada en su día por el Gobierno Papandreu (arrastrada, en realidad, del anterior período con la derecha en el poder: en torno al 150% del PIB griego) sino que la ha incrementado hasta hacerla virtualmente impagable en sus propios términos. De ahí la urgencia de un mix de instrumentos financieros de “reestructuración” y flexibilización (extensión del período de amortización, tipos reducidos sobre determinados capítulos de los préstamos acumulados, bonos especiales) cuya pertinencia y racionalidad ha sido avalada por una creciente masa crítica de economistas de prestigio (entre los cuales, varios Premios Nobel) que han venido censurando durante los últimos años la incomprensible ceguera de la austeridad recesiva que ha hundido a la UE en la miseria en doloroso contraste con la recuperación de los demás actores globalmente relevantes que comprendieron hace tiempo, ante la envergadura de la crisis, la improcedencia de “ajustar” todas las magnitudes y deprimir la demanda (con deflación) al mismo tiempo en todos los EE.MM mientras se renunciaba a todo estímulo inversor generador de crecimiento, empleo, demanda interna y regreso a la espiral virtuosa que, con moderada inflación, permita aligerar la carga de intereses de la deuda y vislumbrar de una vez algún destello de luz al final del negro túnel.
Duele esta sucesión de reuniones tensas, regidas más por el rigor de un board de ejecutivos de banca que por políticos conscientes de la enormidad del envite en que la UE se juega no sólo su razón de ser sino su legitimación política y social: su futuro. Duele por varios motivos, por lo menos los siguientes:
a)-Se avala el mensaje de que “se pongan como se pongan” los ciudadanos al votar, la ideología TINA (“There Is No Alternative!”) se impone sobre los débiles y oprimidos sí o sí. El impacto letal que sobre la credibilidad de la política produce esta negación de que ésta requiera, para existir y merecer ese nombre, un espacio público en que dilucidar sobre opciones disponibles y, si es preciso, contrapuestas, es incuantificable.
b)-Se exalta y oficializa una retórica falsa, perversamente ideológica, en la medida en que la abrazan y la impulsan sin ninguna concesión ni flexibilidad los “ganadores” de la crisis: los acreedores (al frente de los cuales, no se olvide, los grandes bancos alemanes que sobrefinanciaron irresponsablemente el endeudamiento externo de los países del Sur, Grecia y España entre ellos) erigidos en “cobradores del frac” mediante los “hombres de negro”. Esa narrativa pretende que Europa ha sido “solidaria” porque ha “vuelto a prestar un dinero que no sobra” a los “manirrotos griegos”, estigmatizados como chivo expiatorio sobre el que “ejemplarizar” la imponencia del “castigo” –palo, palo, y más palo, sin ninguna zanahoria- y penalidad que aguarda a quien no se atenga a las reglas de este club, por ingratas que resulten. En realidad, la Troika ha maniobrado para asegurar en todo caso la satisfacción de los créditos contraídos, manteniendo para ello la respiración asistida de una economía malherida por años de recesión, recortes salvajes y empobrecimiento doloso de los estratos vulnerables de una sociedad quebrantada, que no son, huelga decirlo, los causantes de su ruina.
c)-Se aplaza, una vez más, indefinidamente, el gran debate de fondo: la insostenibilidad de una estrategia –la austeridad destructiva- que no sólo ha sido “errada” sino que se ha acreditado como una maligna agresión contra los fundamentos del proyecto europeo en el que hemos creído millones de europeístas. No hablamos sólo de su desastroso balance en términos económicos – a la vista está, a estas alturas, sus terribles resultados del todo contraproducentes para atajar los males que alegaba combatir-, sino de su todavía más profunda y deprimente hoja de resultados en términos estrictamente políticos y democráticos. La idea que imprime la retina de toda una generación de jóvenes europeos que ambicionaban un cambio de paradigmas y códigos tras el mensaje emitido en las elecciones griegas, no puede ser más elocuente en la medida que “la UE” –de nuevo, la Europa alemana de Merkel, Schäuble y el BCE- desoye a los manifestantes que han bramado en la Plaza Syntagma el lema “Give Greece a Chance!” aun después de constatar el cataclismo político aparejado por el cambio de guardia en sus sistemas de partidos (hundidos los partidos que hasta entonces lideraron sus gobiernos, y emergente con pavorosa y sórdida agresividad una formación neonazi como es Aurora Dorada, con toda su cúpula en la cárcel).
Y el de la necesidad de un golpe de timón, de una vez, hacia la reforma fiscal (¡nunca más, Luxleaks!), los recursos propios (Impuesto sobre transacciones financieras), mutualización de la deuda (eurobonos), inversiones estratégicas (energías renovables, innovación, formación), empleo (gente joven, parados cronificados) y, por fin, relanzamiento de la agenda social (cohesión, solidaridad y un estatuto europeo de los trabajadores).
Mención aparte merece, en un corolario triste, el desabrido papel desempeñado por los voceros españoles de la política de Merkel y de su propaganda: Rajoy, De Guindos y el PP actúan con ensañamiento ante las dificultades de Grecia y contra los argumentos de Tsipras y Varoufakis. Recuerdan en su prepotencia y displicencia soberbia las actitudes de quienes, imbuidos del propagandismo mediático de la hegemonía ordoliberal, realmente se han creído su propia jaculatoria por la que presentan a España como la “prueba del nueve” de que la austeridad “funciona”: así, un “crecimiento” por la mínima, sin redistribución, todavía hoy empecido por un desempleo pandémico y por la precarización de los empleos que perviven, con grave empobrecimiento de la sociedad española y drástico desmantelamiento de servicios e inversiones, sería título bastante para que la derecha española saque pecho ante Grecia y le exija que devuelva hasta el último céntimo de esos euros prestados que, en el hipócrita discurso del Gobierno del PP, hubieran sido de todo modo “destinados a mejorar las pensiones o las prestaciones sociales”.
Entre las interminables metáforas de la tragedia griega, no deja de ser irónica la furia con que se autoemplean Rajoy, Guindos y el PP como caballo de Troya de los draconianos rigores de Schäuble y el Eurogrupo, poseídos por la furia del converso… Y transmutados con dureza en grandes inquisidores contra los “pecadores” que todavía hoy actúan como chivo expiatorio de la extraviada hoja de ruta en la que la UE se ha arriesgado a perder su mejor alma durante estos largos años de pésima gestión de la crisis.