Se escucha y discurre mucho últimamente sobre lo que nos cuenta el “populismo” en Europa. Han sido muchas las aportaciones que, a lo largo de un año, han intentado arrojar luz sobre el fenómeno. En su conjunto delinean hilos conductores de alguna manera comunes a las muy variadas y ciertamente diferentes formas que adquieren dichos populismos en las específicas coordenadas nacionales de cada uno de los Estados miembros de la UE.
Entre esos rasgos comunes a todos ellos destacan los siguientes:
Esa perplejidad se extiende al carácter inaprehensible de su magnitud política. No es fácil encasillar un fenómeno que se resiste a las categorías que nos eran familiares. No hay un debate de fondo acerca de sus propuestas, puesto que no hay soluciones específicas a los problemas planteados… y, sin embargo, se mueve.
Y no solamente eso: desde la Transición no se recuerda un caso parejo de complicidad mediática con ningún actor político, ni con la fabricación social de su arquetipo y su carácter. Medios convencionales (TVs y radios privadas), y su expansión viral en las redes sociales, han trabajado de consuno para su lanzamiento en un tiempo tan sorprendentemente corto como recorrido de graves tensiones sociales.
Pues bien, el análisis ante este paisaje del hasta hace poco llamado “fenómeno” ha intentado dar cuenta de su discurso y sus respuestas de acuerdo con las experiencias de las que procedíamos. Ni una ni otra vía hasta ahora han sido útiles ni fértiles. Pues es sabido que la única forma de combatir una idea es con otra idea… pero resulta más arduo combatir un sentimiento. Los sentimientos por política no son fácilmente modificables ni intercambiables… ni siquiera contrastables. El sentimiento de que cualquier “vuelta de tuerca” en el sufrimiento causado por el manejo de la crisis, e incluso cualquier “mala noticia” (empeoramiento del empleo, casos de corrupción…) redunda en un incremento de los que se manifiestan dispuestos a votarles, como si votarles fuese remedio bastante.
Pero es preciso refutar no sólo su injusto veredicto, sino el relato falaz y las inconfesadas premisas sobre las que se sustentan su pretensión oportunista, ciertamente a rebufo de la agonía de la crisis y de una abyecta gestión que ha redundado en un injusto reparto de sacrificios y una exasperación de la desigualdad.
Los problemas son reales, pero las soluciones que postulan los “fenómenos” de populismo en la UE están todavía inéditas.