Durante los últimos 5 años he venido expresando mi preocupación por el deterioro del proceso de integración europea en distintas tribunas de opinión, con tanta regularidad como alarma e insistencia.
Ni la crítica acerba ni el descargo de conciencia me eximen de mi deber de asumir cada una de mis responsabilidades como representante de la ciudadanía en el Parlamento Europeo, por lo que me esfuerzo en ejercerlas a fondo en cada debate y en cada votación, en sus Comisiones y en Plenos.
A todo lo largo de este tiempo de tan abyecto manejo de la crisis desatada en 2008 -impuesto y ejecutado por una hegemonía conservadora tan prolongada como implacable- se ha radicalizado mi convicción de que ninguno de los males ni de los malestares que han asolado, en sucesivas oleadas, a los Estados miembros de la UE (EE.MM.) puede ser entendido ni menos aún acometido sin encuadrarlo en el síndrome de fallo múltiple en que se ha instalado Europa -y la integración europea-, entrampada (muddling through) en la peor crisis de su historia, calificada a menudo como "multifactorial" o como "policrisis".
Patéticamente, el último Debate de la Unión -primer Pleno de Estrasburgo de septiembre- lo puso de manifiesto. El contraste entre el discurso del Presidente de la Comisión (Jean Claude Juncker) y su balance de gestión es un termómetro más del empeoramiento europeo. El lenguaje no verbal del propio Juncker -cansino, falto de nervio, vencido sobre el atril- dramatiza aún más, si cabe, la profundidad de un declive marcado por el auge rampante de las reacciones populistas, nacionalistas, de extrema derecha, xenofobia y otras formas de eurofobia.
Repesco este encuadre porque creo honestamente que tampoco en España resulta posible entender la redefinición de los espacios políticos -singularmente de la izquierda-a que hemos venido asistiendo, elección tras elección, al margen de este encuadre europeo.
En la denominada "Europa del Sur", los discursos populistas han prendido entre segmentos de ciudadanía/electorado singularmente reactivos a los estragos de la crisis y, yendo más lejos, de la globalización: las desigualdades extremas y el derrumbamiento de esperanzas para los más vapuleados (los llamados "perdedores") por el ajuste de cuentas contra el modelo social y, sobre todo, para las expectativas de empleo, inserción y emancipación de los jóvenes, han perjudicado terriblemente la credibilidad de la socialdemocracia como alternativa y solución a los daños provocados por la larga y despiadada hegemonía conservadora.
Nada de esto se resuelve de la noche a la mañana, ni con un cambio de "cartel" o de mensajero en twitter. Pero si hay que empezar por algo aquí y ahora en España, eso sería restablecer el clima que haga posible la conversación constructiva y la reconciliación.
También el repliegue nacional se ha traducido en un estímulo a los "soberanismos". Se trata de una pretensión ucrónica -"volver a ser soberanos", "independendientes" de todo- incompatible en sí con la integración supranacional europea, veladamente disfrazada, hace un tiempo, de "derecho a decidir", una falacia demótica que nada tiene que ver con la conjugación del principio democrático con el respeto a la regla de juego que nos hemos dado (el imperio de ley y el Estado de Derecho bajo una Constitución).
Pero lo cierto y real es que unas y otras pulsiones, de consuno, amenazan como nunca las opciones de Gobierno de los partidos socialistas y los socialdemócratas, dividiendo como nunca el voto de la izquierda hasta la autoderrota, y extremando las contradicciones y tensiones en su seno.
Los episodios de cainismo y autolisis de la izquierda a que estamos asistiendo dentro de la mayoría social que -de haberse concordado debería haber cumplido hace tiempo el designio mayoritario de sacar al PP del Gobierno y a Rajoy de la Moncloa-, resultan, por tanto, tristísimos y preocupantes, por más que sean inexplicables al margen del declive del propio modelo social europeo del que los males de la izquierda europea traen causa.
Nada de esto se resuelve de la noche a la mañana, ni con un cambio de "cartel" o de mensajero en twitter. Pero si hay que empezar por algo aquí y ahora en España, eso sería restablecer el clima que haga posible la conversación constructiva y la reconciliación y el diálogo en que resulte fructífero el debate dentro del propio PSOE. Sentar un momento al PSOE en el diván del psicoanálisis parece, lamentablemente, un requisito previo para evitar que se consume lo que, en el contexto de la Guerra Fría de fines de los años 80 vino en denominarse "mutua destrucción asegurada" (MAD, Mutually Assured Destruction).
Y para reflotar y relanzar el PSOE que tanto amamos, un largo y profundo debate es ciertamente necesario, antes del próximo Congreso. Pasando, desde luego que sí, por la decisión y la voz de toda la militancia. Pero no menos urgente -sino más- lo es la restauración del respeto mutuo y la reconstrucción de los deteriorados puentes de comunicación y confianza entre los integrantes de la familia socialista recuperando sus valores, de los que el más distintivo -y revolucionario- fue siempre la fraternidad.Y ninguno de estos retos puede resolverse de un plumazo, ni en 24 horas, ni, menos aún, a garrotazos.
No, no se puede despachar una crisis así en un tuit, ni en un meme, ni en exabruptos virales en Facebook o en Instagram. Siento infinita tristeza por lo que le está ocurriendo al PSOE. Todos somos responsables. Como miembro del Comité Federal, me comprometo a intervenir como he intentado siempre, de forma constructiva, y para aportar alguna idea.
Pero debe restablecerse de manera imperiosa y urgente el clima que haga posible este diálogo, porque que es condición necesaria para resucitar el PSOE para la sociedad española. El valor más revolucionario del PSOE fue siempre la fraternidad y o entendemos cuanto antes que nos debemos respeto mutuo o ya no vamos, ni iremos, sencillamente, a ninguna parte. Y lo primero es cesar en esta dinámica de invectivas y contraataques, manifiestos y contramanifiestos, y por supuesto la guerra desatada en las redes sociales por parte de socialistas twiteros organizados contra otros socialistas: nos está haciendo un daño terrible ante una ciudadanía atónita o condolida.
Hago desde aquí un llamamiento a los compañeros y compañeras para que nos conduzcamos con responsabilidad. Debemos restablecer la convivencia en el partido para que sea posible cuanto antes que acometamos un debate sereno extenso y profundo sobre la tremenda crisis de la socialdemocracia en Europa, de los partidos socialistas que aspiran al gobierno en los EE.MM, y por supuesto la crisis sin precedentes en la que se encuentra el PSOE.
Tristísima, sí, esta imagen de división y de enfrentamiento. Replica, alarmantemente, la que empedró la tragedia de la II República: anarquistas enfrentados entre sí (CNT contra la FAI), comunistas aniquilándose (el estalinista PCE contra el trotskista POUM), todos ellos contra un PSOE en que se confrontaban Prieto y Largo Caballero, ambos contra Besteiro, y todos contra Juan Negrín, pese a que éste era nada menos que el presidente del Gobierno de una República en Guerra, en modo autodestructivo, camino de la catástrofe que finalmente ocurrió. Nunca debimos llegar a este punto. Ahora, lo más urgente -si es que soñamos salir- es contribuir a restablecer los puentes de conversación y de comunicación que hemos visto dar por rotos: y eso es lo que me parece más grave del momento.
Me duele, sí, el deterioro cuantitativo del PSOE, con esta acumulación de derrotas cada vez más duras y con la postergación de cualquier discusión seria sobre la respuesta adecuada para revertir el declive. Pero me duele mucho más el daño cualitativo. Me duele mucho más que el PSOE sea cada vez menos habitable para los propios socialistas. Me duele ver en la redes sociales insultos cruzados de unos socialistas a otros.
Y no me resigno a habituarme a imágenes maniqueas que no se corresponden con ninguna realidad. No participo en absoluto de la simplificación -infantilizante y banal- que pretende que de un lado habría "socialistas de derechas" dispuestos a permitir sin más que Rajoy gobierne e indultar la corrupción, y de otro lado, "socialistas de izquierda" que prefieren conformar un Gobierno alternativo. Todos los socialistas propugnamos un designio compartido: no solamente un Gobierno alternativo a este que venimos sufriendo, sino derrotar al PP. Como todas y todos, me he movido desde siempre con vocación de mayoría y con ambición de Gobierno. Y para que los socialistas podamos resucitar como alternativa de Gobierno en España, lo primero y principal es hoy que los socialistas reaprendamos nuestro arte de diálogo con mutuo respeto, con calma, con argumentos. Basta de esta crispación que no nos conduce a ninguna parte; antes bien, nos amenaza con la autodestrucción.
Artículo publicado en Huffington Post