El pasado jueves participé en un debate televisado junto a seis periodistas, reconocidos profesionales de la información. Preguntado sobre el Brexit, deploré una vez más el resultado, pero ante todo critiqué -como he hecho muchas veces en el Parlamento Europeo- la irresponsable decisión con que, en asombrosa mezcla de cobardía y estulticia, Cameron deja tras de sí un Reino Unido (R.U) empobrecido y dividido social, territorial y generacionalmente, y una UE más incierta y crispada que el día anterior del referéndum del 23-J.
En el colmo de su desfachatez, el todavía primer ministro no sólo castiga a su país, y a sus conciudadanos confrontados entre sí, con una dimisión en diferido -aplazando su relevo al Congreso de los Tories previsto tras el verano-, sino que se permite exigir la retirada del líder de la oposición, el laborista Jeremy Corbyn (-"For Heaven's sake, man, go!"-), expandiendo al partido que debe ejercer de alternativa los daños sistémicos causados primordialmente por la inanidad del propio Cameron ante la acuciante retórica nacionalista y eurófoba del UKIP de Nigel Farage.
En el fragor de aquel debate televisado mostré mi preocupación por la deriva fascistizante que muchos europeístas entrevemos en la proliferación de episodios de hostigamiento, acoso y discriminación sufridos desde el 23-J por numerosos ciudadanos/as de otros EE.MM de la UE en el R.U -incluidos numerosos residentes desde hace muchos años-, por el mero hecho de hablar todavía inglés con un acento extranjero (sea rumano, alemán, francés o español... o cualquier otro) bajo la imprecación de "¡extranjero!, ¡inmigrante! ¡vuélvete a tu país!"
Uno de los tertulianos, cuyas opiniones respeto, mostró de inmediato su rechazo a mi llamada de atención sobre el peligro y el riesgo de "reacciones fascistizantes" en un país europeo ante cuyas amenazas, cualquiera que sea la intensidad, hay que mantener siempre tanto la guardia alta como la alerta muy temprana... "¿Pero cómo "fascistización", cómo se atreve a hablar así de un país como R.U? No hablé del país en sí, ni de su entera sociedad; pero sí del riesgo cierto de que puedan rebrotar signos de intolerancia y de negación virulenta o violenta de la dignidad de los "otros" y de las diferencias en determinados segmentos de sociedades complejas en cada Estado miembro de una UE que se ha hecho como civilización en Derecho y valores democráticos compartidos (los "criterios de Copenhague" para la adhesión al club que todavía hoy tiene como lema "unidos en la diversidad"). Segmentos envalentonados por los inquietantes signos de involución democrática que se amontonan en la UE.
Lo he sostenido muchas veces, respondiendo a convicciones, pero también a innegables y aleccionadoras evidencias de la historia: ninguna conquista de la libertad ni de la igual dignidad está asentada para siempre. Todas son frágiles y deben ser preservadas contra la tentación de la involución regresiva que nos atenaza en cualquier curva del camino y ante cualquier revés.
Un referéndum divisorio -52% por el Brexit, 48% por la permanencia en la UE- no "fascitiza" sin más una sociedad abierta y plural como la británica. Sin duda. Pero debemos velar por que los más energúmenos hooligans de UKIP no caigan en el espejismo (fácil y narcisista) de que el 52% les han dado la razón en sus soflamas xenófobas de rechazo al inmigrante, al refugiado, al extranjero.... incluidos los hasta el 23-J conciudadanos europeos, residentes o no en R.U, nacionales de algún otro Estado miembro de la UE.
Cualquier concesión a la estigmatización y/o a la humillación que conduce al desprecio o al odio a la diversidad en una sociedad abierta es el principio del fin. Principio de la pendiente por la que rebrota el espectro de la fascistización.
publicado en Huffington Post