En una anterior contribución a la opinión de Republica.com expuse mis reservas fundadas ante las limitaciones de una consulta binaria -sí o no, todo o nada- para dirimir decisiones complejas en sociedades abiertas y pluralistas. Las altas probabilidades de que una sumatoria heterogénea de noes carente de denominador común (no a quien hace la pregunta, no a esta pregunta, no a este gobierno, no a todo…) llegue a hacer inmanejable el resultado incluso para quienes creen haber “ganado” un referéndum, se han puesto así de manifiesto el 23-J en el Brexit que ha confrontado a los británicos -52% contra 48%- sobre sus propios ejes en lo social, en lo territorial y en lo generacional.
El presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz, sentenció al día siguiente: “Austritt heisst Austritt”: “¡Salir quiere decir salir!”. No hay paños calientes ni segundos pensamientos (second thoughts) que permitan ahora enjuagar el resultado de un referéndum -ingrato, excuso decirlo- que el Primer Ministro Cameron -ese gran irresponsable que tanto daño ha infligido a su país y a la UE- anunció solemnemente que sería “irreversible”.
Y, sin embargo, asombrosamente, apenas tras la resaca de la primera conmoción, son ya muchas las tribunas y portavocías que avientan una “solución constructiva e imaginativa”; un subterfugio que, a duras penas, encubre la lucubración de un “apaño” o un zurcido que -como sucedió, alegan, en los precedentes referendos danés (Maastricht), francés, irlandés (sobre el Tratado Constitucional)…- permita un “nuevo referéndum” que pueda “corregir” este destrozo.
Me opongo a este fraude patético. Por más que he abogado por un sí a la permanencia del R.U en la UE -lejos del inaceptable deal vergonzosamente asumido por el incompetente presidente del Consejo, Donald Tusk, por ser contrario a los fundamentos de la UE como espacio de libertad, regido por derechos y obligaciones vinculantes para los EEMM-. Por más que respeto la indignación y el dolor de los ciudadanos británicos que han votado remain y se han movilizado para protestar su estupor desde la mañana siguiente… Por más que simpatizo y me solidarizo con mis compañeros/as laboristas que no merecen ni han buscado su extrañamiento del proyecto europeo al que -con sus criterios y prioridades como todos los demás- han servido durante los últimos 40 años… Austritt es Austritt. Salir es salir.
Cameron debió saberlo antes de embarcar al país en su excusable ejercicio de irresponsabilidad. Antes de fracasar en su deleznable campaña por la permanencia, con argumentos euroescépticos que solo podían engordar -como en efecto sucedió- el nacionalismo extremo y xenófobo de UKIP. Debió pensarlo mejor antes de convocar motu proprio -obedeciendo a cálculos intrapartidarios y maniobrerismos domésticos- un referéndum divisorio en el que, como he sostenido en estas páginas, es otro caso de libro de referéndum en el que todos perdemos. A la vista está el desaguisado que hunde a la UE un palmo más en la peor crisis de su historia.
Esperpéntico es incluso el propio epílogo de Cameron: “dimisión” en diferido (a expensas de que su Partido Tory le releve en su Congreso tras el verano) y dilación insostenible en la activación perceptiva -y políticamente exigible- de la “notificación” contemplada en el artículo 50 TUE, para que, por primera vez, un Estado miembro socio de la UE deje de serlo cuanto antes. Austritt es Austritt.
Y vaya si lo lamento. Vaya si lo deploro. No sólo por los británicos con segundas residencias en playas y costas españolas; que se hacen atender en la Sanidad española, o disfrutan sus vacaciones en España u otros EE.MM. Lo van a sentir ellos mismos aún más que los conciudadanos europeos de otros EE.MM a los que se quería empeorar sus derechos de ciudadanía, laborales y sociales en el territorio del R.U.
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