El pasado sábado 13 de febrero volé de regreso a Gran Canaria, la isla donde nací y resido, como siempre intento hacer después de haber agotado la semana de trabajo en el Parlamento Europeo. Repasando la prensa regional, llamó mi atención la noticia de que una actriz conocida en toda España, Antonia San Juan, originaria de mi misma tierra, había anunciado esa misma mañana la renuncia a todos los haberes y honorarios que tenía derecho a percibir por haber actuado en la Gala de elección de la Reina del Carnaval, evento multitudinario retransmitido en directo por diversos medios.
Al parecer, Antonia San Juan reconocía haber cometido errores en la ejecución de su guion, debidos, según ella misma atestiguaba en sus declaraciones, a su falta de costumbre de trabajar con el llamado "pinganillo" -un aparato al oído de transmisión de sonido con un micrófono inalámbrico- por el que recibía instrucciones de los realizadores.
Las circunstancias concretas, e incluso la adecuación más o menos ajustada de su autovaloración personal de su trabajo en la Gala respecto a lo que realmente ocurrió, ni determinan ni desmerecen la grandeza de su gesto y la nobleza de su reacción: renunciar a cobrar, teniendo derecho a ello, por una actuación que no colmase su nivel de autoexigencia, asumiendo el compromiso de cubrir incluso gastos de desplazamiento y alojamiento con ocasión de la Gala.
Lo que sí merece reflexión es la secuencia de hechos que precedió a su decisión y posterior anuncio público: según pude leer en la prensa que lo comentaba, la interpretación de la actriz arrancó con un monólogo humorístico -género que domina magistralmente, y con gran éxito- que fue celebrado con carcajada general del público y mereció calurosos aplausos, como puede comprobarse en los videos en la red. Los problemas con el guion de la Gala se produjeron durante la presentación de las candidatas a Reina del Carnaval.
Y ese fue precisamente el tramo con el que se desencadenó una aplastante reacción instantánea en las redes sociales: un cruel linchamiento moral en el que se vertieron contra la actriz, al amparo del cobarde anonimato, todo tipo de injurias y calumnias.
Las redes no pueden ser un espacio irrefrenadamente sacrificial ante la miseria moral de los que quieran sentirse los más canallas por un día.
Mi convicción como jurista, como demócrata y como ciudadano es clara: las redes no deben erigirse en cibervertederos de infamia. Vengo a afirmar con ello que no considero que lo decisivo aquí sea ejercer mi derecho a mostrar mi indignación con lo sucedido y mi solidaridad con la víctima de un fusilamiento moral sobre la base del recuerdo de la trayectoria interpretativa sobresaliente de Antonia San Juan. A quienes la acusan gratuitamente en las redes de haber "consumido" algo tóxico, declino también a invocar como argumento de experiencia -o, si se quiere, pericial- la resistencia física que siempre derrocha en el escenario, normalmente incompatible con cualquier práctica contraindicada con la salud y energía necesarios para mantener un alto rendimiento.
Lo que encuentro decisivo se resume como sigue: es simplemente inaceptable que las nuevas tecnologías de la comunicación en red, fundidas en la ocultación de la identidad de sus usuarios, haga pensar a tantos que cualquier agresión o abuso contra los más elementales derechos fundamentales vinculados a la dignidad personal puede tener lugar de manera irrefrenada, sin límite legal ni control judicial, irresponsable e impunemente. Como si la era de internet hubiese devuelto a la barbarie a quienes quieran fascistizar su lenguaje o erigirse en momentánea e irreflexivamente en verdugos de su prójimo. Sin otra motivación aparente que descargar adrenalina haciendo sufrir a otra persona.
"No ha respetado la tierra en que nació" fue uno de los reproches que la actriz tuvo que soportar. Más bien son los que insultan insultan a los demás cobardemente quienes deshonran la ciudadanía que compartimos en cada espacio común que nos ha visto nacer.
Las redes no pueden ser un espacio irrefrenadamente sacrificial ante la miseria moral de los que quieran sentirse los más canallas por un día. Los derechos valen lo que valen sus garantías. Y son los de Antonia San Juan los que han sido atropellados con un episodio lamentable solo apenas compensado por la dignidad de su respuesta que a mi juicio la enaltece.
Artículo publicado en El Huffington Post