A lo largo de los días 10 al 13 de junio el Grupo Socialista (S&D) del Parlamento Europeo (PE), se ha reunido en Lisboa. El mensaje es el siguiente: compromiso con el PS Portugués. Su derrota en las recientes elecciones portuguesas (18 de mayo) nos concierne e interpela a los progresistas de toda la UE.
El síndrome descrito en ese envite es pandémico en Europa: pese a verse forzado a convocar elecciones anticipadas por casos de corrupción que afectan personalmente al Jefe de Gobierno, Luis Montenegro, el PSD (de la familia del PPE) revalida la victoria de la derecha en la UE; y pese a haberse visto impactado por dos causas penales enormes (un diputado de la Chega encausado por robo sistemático de maletas en aeropuertos; otro inculpado por acceder a pornografía infantil online), la ultraderecha portuguesa experimenta un empuje al alza, alcanzando la segunda posición en la Asamblea Nacional tras el recuento del voto por correo.
Cuando tras cada jornada electoral se abre el concurso de ideas acerca de su explicación, sucede que en Portugal resplandece como en todas las latitudes de la UE un factor eficiente de explicación del voto: la migración como asunto divisivo, expuesto como ninguno a la demagogia de la xenofobia y de las respuestas simplonas de rechazo y negación, favoreciendo las opciones de la derecha endurecida contra las personas migrantes y la ultraderecha encaramada en sus discursos de odio.
Pero a esa plétora de tribunas de opinión se suma la que afea a la izquierda —a la socialdemocracia europea— su supuesta "incapacidad" para oponer a esa mirada negativa a los migrantes una “narrativa positiva y convincente”, que valore su contribución al crecimiento económico, al sostenimiento fiscal de los servicios públicos y al reverdecimiento demográfico de una UE alarmantemente envejecida.
No conozco, sin embargo, ninguna ocasión parlamentaria o política, en cualquier formato, en que desde las filas socialistas no insistamos en la denuncia y confrontación del discurso negador del hecho migratorio que caracteriza el predominio de la derecha en la UE, pretendiendo, distópicamente, presentarlo como "crisis" o "emergencia" en vez de como una constante en la historia de la humanidad.
Un hecho, sí, más visible que nunca en la globalización, que en ningún caso puede ser reducido a cero ni conjurado sin más por el exorcismo de "echarlos a todos por donde han venido" o de "mostrar mano dura" combatiendo no solo a quienes de la desesperación como si amenazaran nuestra "seguridad" o nuestra "identidad", sino también castigando a quienes (ONGs, los activistas de la inclusión...) propaguen un "efecto llamada" repetido como un mantra contra cualquier consideración humanitaria que nos recuerden que los seres humanos rescatados en la mar o supervivientes de una travesía infernal son personas con derechos que deben ser respetados.
No conozco ningún debate, think tank o conferencia de inspiración socialista en que no insistamos en la urgencia de cambiar esa mirada predominantemente negativa a las personas migrantes, impregnada y contaminada por la actual relación de fuerzas en las Instituciones de la UE, escoradas a la derecha, trufada de ultraderecha como nunca antes en su historia.
Personalmente no conozco ninguna ocasión desperdiciada para explicar, con coraje y sin concesión alguna a la fatiga, que la migración ni es lo que cuenta ese lenguaje de odio de rechazo ni se presta tampoco a "soluciones" facilonas pero abocadas al fracaso. Que no es verdad que la derecha sea más "eficaz" en su manejo del fenómeno; al contrario, en contraste con su lenguaje duro y altanero Meloni no ha reducido significativamente las llegadas por las distintas vías expuestas a la migración africana (por puertos y por aeropuertos) ni ha conseguido tampoco "quitárselos de la vista" por sus abominables intentos de externalizar su gestión, mediante gestos raquíticos revocados todos ellos por Tribunales de
Justicia por ser contrarios al Derecho internacional e italiano. Por contra, el éxito económico (tasas de crecimiento, empleo, ampliación de prestaciones) de la España con Gobierno progresista (resaltado y elogiado por los análisis especializados y las revistas más prestigiosas) reside también, en su medida, en el modelo alternativo de regularización e integración de trabajadores foráneos, que han contribuido también a nuestro incremento poblacional.
No es justa la acusación de la que la izquierda es inane ante la ascendiente importancia de la migración como factor dirimente del voto en las sucesivas elecciones europeas y de sus Estados miembros (EEMM). Pero es que tampoco explica la envergadura del reto de refutar el relato dominante con toda su carga de rechazo: ningún examen estará completo ni será útil si no introducimos en la ecuación la variable determinante, que no es otra que imposición de las redes sociales, con su modelo de negocio basado en algoritmos adictivos, como fuente exclusiva y excluyente de desinformación de segmentos crecientes, incluso cada vez más amplios, de población.
Sociedades abiertas en las que cada vez más personas se forman, informan y desinforman por cuenta exclusiva de redes sociales —X, Meta, Tiktok...—, en manos de una oligarquía de magnates de extrema derecha (los Warlords del “tecnofeudalismo” de los que hablan las ciencias sociales en estos años) son semillero de extremismos, radicalización, tribalización identitaria y nativismo nacionalista, pulsiones todas cargadas de odio, prejuicio y estigmatización de los migrantes, en una guerra larvada entre los penúltimos contra los últimos, espoleada a diario por una miríada de referencias tóxicas en las que el razonamiento de la izquierda progresista se enfrenta a una cuesta empinada que debe ser remontada con viento huracanado en cara.
De este desafío, conexo en este punto con todos los demás, discutimos en voz alta los socialistas europeos. En Lisboa. En Madrid. En todas partes
Publicado en Huffington Post