Tres vectores —de variada procedencia y magnitud— han confluido en los trabajos (y en el estado de ánimo) de la Delegación socialista española en el Parlamento Europeo (PE) en esta temprana y fría semana de noviembre en que el otoño cae plomo en el cielo de Bruselas.
Primero, han arrancado, de la mañana a la noche durante toda la semana, las largas sesiones de examen a los/as Comisarios/as designados/as, jerga europea que describe a los/as candidatos/as a integrar la Comisión Europea 2024/2029 que presidirá de nuevo Von der Leyen (Comisión VDL II).
Se trata de una especialidad del PE: un interrogatorio intensivo a cada aspirante al cargo sobre su biografía (historia personal, hoja de servicios, conflictos de intereses, honorabilidad) y sobre su competencia (conocimiento de la materia y competencias que se les haya encomendado en su cartera específica), que es además dirimente de su confirmación o rechazo para el desempeño, pendiente de la votación conjunta y definitiva (favorable o negativa) de la Comisión Europea en su conjunto en el Pleno del PE de noviembre en Estrasburgo.
Conforme a la experiencia acumulada, este examen parlamentario (Hearing, con preguntas y respuestas ágiles durante cuatro horas ásperas) no es mera formalidad ni ritual sin sustancia: en Legislaturas previas, desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa (TL) junto a la Carta de Derechos Fundamentales de la UE (CDFUE), han sido habitualmente tres las candidaturas suspendidas, caídas bajo el fuego cruzado de las interpelaciones.
Este ejercicio se prolongará durante la tercera semana de noviembre, culminando con las sesiones de control individualizado a las seis vicepresidencias (incluida la de la española Teresa Ribera, llamada a desempeñar responsabilidades principales en materia de Transición Verde y Competencia en la Comisión VDL II).
Un segundo vector ha gravitado sobre nuestros trabajos al hilo de la decisiva jornada electoral en EEUU: de acuerdo con una inveterada tradición (legislada desde 1845), la elección presidencial tiene lugar el primer martes tras el primer lunes de noviembre (en simultáneo con la renovación completa de la Cámara de Representantes y con un tercio del Senado).
El 5 de noviembre el mundo contuvo la respiración, pendiente de un resultado del que cuelgan desarrollos y desembocaduras no solo de asuntos de envergadura geopolítica global (baste pensar Oriente Medio) sino de esperanzas de paz y prosperidad que trascienden, con mucho, de los confines geográficos de los EEUU.
La contundente victoria de Donald J. Trump (en Ticket con el Senador Vance), frisando los 80 años, convicto en condenas penales por delitos graves (pendientes otros muchos casos, y otros tantos juicios, de las cuestiones relativas a su inmunidad en el ejercicio de su primera Presidencia 2016/2020), con un historial trufado de estafas y alzamientos de bienes con el que ha acrecido su inmensa fortuna heredada, y, lo que es más importante, con una campaña agresiva basada en el insulto personal y la descalificación no ya contra sus adversarios (el ticket demócrata Harris/Waltz) sino también contra cualquiera —antiguos colaboradores— que osara rememorar, no ya digamos criticar, hasta qué punto su primer paso por la Casa Blanca había devastado todos los estándares de probidad ética, de personalidad (carácter, lo llaman en EEUU) y de lucidez de juicio exigibles a quien despacha desde la Oval Office y ejerce de Commander in Chief con su huella dactilar sobre el botón nuclear que puede explosionar el mundo.
La gravedad de lo decidido en las urnas de este 5 de noviembre no puede ser subestimada. Los derechos y libertades en los EEUU, la paz mundial (Netanyahu, Putin, Xi-Ping, todos ellos actores globales con estrategias militares desatadas en la prosecución de sus objetivos de expansión de poder territorial) y la cooperación de la UE con su socio trasatlántico van a experimentar, con toda predictibilidad, seísmos cuyo alcance seguramente no recuerdan las generaciones vivas desde la II WW.
El orden internacional surgido de aquella espantosa conflagración —saldada con 60 millones de muertos (1939/1945)— se desmorona a ojos vista, con una ONU cada vez más aherrojada en su propia obsolescencia, ante el presentimiento de un ciclón de incertidumbres, angustias y desesperanzas para miles de millones de habitantes de un Planeta torturado por las desigualdades y la escasez de recursos vitales para la supervivencia.
Pero la reflexión inminente, e inevitable, es la que toca al imperio de la desinformación, a la apoteosis de la mentira y de la excitación emocional de odio y los peores instintos de la condición humana ("They’re eating the dogs! They’re eating the cats!"). Todos los análisis de los que echemos mano subrayan la preponderancia de la munición, adictiva, de los mensajes negativos bombardeados en redes sociales regidas por magnates de ultraderecha, cuyo paroxismo es al caso de X bajo Elon Musk (“A star is born”!, le gratificó Trump ante sus seguidores enfervorizados).
Y todavía un tercer vector: la resonancia europea de la trágica Dana desencadenada en España los últimos días de octubre se ha hecho sentir en los trabajos del PE y en su seguimiento de la acción y la respuesta desde las Instituciones de la UE. El Gobierno de España ha hecho llegar a la Comisión Europea su requerimiento de activación de los remanentes disponibles en los Fondos UE de Solidaridad y de Protección Civil (digámoslo claramente, raquíticamente infrapresupuestados, como muchos hemos criticado en el PE con insistencia).
Adicionalmente, el BEI (presidenta Calviño) ha decidido disponer créditos de ayudas directas a la reconstrucción por 900 millones de euros. Por su parte, el Consejo de Ministros habilitó un primer paquete de partidas económicas de hasta 10.000 millones de euros para financiar reparaciones e indemnizaciones (personas y familias afectadas en sus bienes) y obras y servicios municipales de rehabilitación de accesos, plazas y lugares públicos dañados.
Persistiendo la desolación y la desazón causada por el incuantificable destrozo, comienzan a confluir las decisiones institucionales sobre las que cabe esperar que renazca pronto, ojalá cuanto antes, la esperanza de un futuro de reconstrucción y relanzamiento. Y aún, poniendo luz larga, para aprender las lecciones que la responsabilidad política debe leer siempre entre las líneas del dolor más inesperable.
Publicado en Huffington Post