El inicio de 2023 señala en el calendario político de la UE dos presidencias rotatorias en las que se lo juega todo el balance legislativo de la Legislatura 2019/2024 del Parlamento Europeo (PE). Dos presidencias semestrales en las que se han concentrado buena parte de las expectativas de este mandato del PE y de la Comisión Europea que preside Von der Leyen (Comisión VDL): la sueca (primera mitad) y la española (segunda mitad) se suceden en este 2023, año nuevo para el que desde aquí sumamos nuestra voz a la de cuantos han expresado votos de buenos deseos.
Sorprende, a estas alturas, que en la información vertida respecto de la naturaleza y potencial rendimiento de la presidencia española rezume cierta confusión, no sólo en las redes sociales (habitualmente sincopadas por la brevedad de sus textos y la compresión del lenguaje), sino en los medios a los que supone cierta especialización y claridad expositiva.
Esta aclaración no implica, ni menos aún supone, que el valor añadido del EM titular de la presidencia semestral -organizador y anfitrión de reuniones del Consejo de la UE en todas sus variaciones- sea irrelevante o inocuo. En sus manos está definir su propio orden de prioridades política y legislativas en el marco de la Legislatura UE en curso, y por lo tanto una agenda conformada según su visión estratégica y compromisos declarados.
La presidencia sueca -forzoso es reconocerlo- ha visto redimensionadas no sólo sus expectativas sino sus ambiciones a partir de las aún recientes elecciones generales en que este país escandinavo han resuelto -por un margen muy estrecho- un cambio de alianzas de Gobierno: a pesar de que el hasta entonces Partido Socialdemócrata sueco continuó siendo el más votado (30% de apoyos), una coalición del Partido conservador con los Liberales -escorados cada vez más a la derecha- y el apoyo (incrustado en segundos escalones, aún sin presencia en el Gabinete) de los autodenominados Demócratas suecos (extrema derecha en que militan declarados neonazis, con posiciones populistas rabiosamente antieuropeas) suscita preocupación (legítima, a la vista del envite de una presidencia emplazada en la recta final de la Legislatura UE) respecto del mantenimiento de la agenda anticipada por el semestre sueco, cuya dinámica no es enteramente disponible ni reversible por las mayorías que soportan al Ejecutivo nacional del EM concernido.
Pero, en la misma medida en que ha sido inevitable recalibrar el potencial ejecutivo de la presidencia sueca, sólo cabe concluir que se incrementa la presión -esto es, la expectativa- sobre las sucesivas presidencias española y belga, con las que concluirá la Legislatura UE 2019/2024.
España ejercerá desde el 1 de julio hasta el 31 de diciembre su quinta presidencia semestral, habiéndola desempeñado en 1989 y 1995 (presidiendo, en esas dos primeras ocasiones, el socialista Felipe González el Gobierno de España), en 2002 (con J.M. Aznar como Presidente de un Gobierno del PP), y en 2010 (J.L. Rodríguez Zapatero al frente de un Gobierno socialista), volverá a hacerlo en la segunda mitad de este año 2023 con un Gobierno liderado por el socialista Pedro Sánchez.
Tiempo habrá de glosar con detalle explicativo esa agenda española para su semestre en la UE, cuidadosamente elaborada, largamente anticipada y consociada, en lo territorial y en lo sectorial, con un despliegue de Consejos de Ministros de la UE y eventos organizativos que se desplazarán por la pluralidad geográfica, política, cultural y lingüística que es constitutiva de España.
Sí que importa, sin embargo, reseñar aquí y desde ya un riesgo no menos anticipado, cuya materialización impondría -o impondrá- una variación remarcada (y a mi juicio deplorable) respecto de nuestro registro histórico de precedentes presidencias del Consejo de la UE.
Me refiero a la renuncia por parte de las fuerzas políticas de oposición al Gobierno de coalición PSOE/ Podemos a hacer de la Presidencia española del Consejo de la UE una ocasión compartida, fundamentada en grandes objetivos nacionales que se sitúen extramuros de la refriega doméstica. Como lo son ahora, o deberían serlo, los de recuperar la Agenda Social que, tras haber padecido los embates de la Gran Recesión y su pésima gestión, revivió primero en Gotemburgo y luego en Oporto, no por casualidad bajo Presidencias de rotunda orientación socialdemócrata; o el de relanzar la mirada hacia Latinoamérica en la política exterior, comercial y de Cooperación al Desarrollo de la UE; así como, desde luego, la conformación de un nuevo Sistema Común de Migraciones y Asilo, con la aprobación definitiva de los Reglamentos pendientes de un Package Approach que asegure Responsabilidad compartida y Solidaridad Vinculante entre los EEMM, cambiando así la prolongada sensación de postergación y sobrecarga de los Estados de Primera Línea (FrontLine States) frente al Mediterráneo.
Dicho de otra manera, perjudicaría innecesaria e irresponsablemente la imagen de España ante la UE el que esa confrontación cainita que caracteriza la dialéctica Gobierno/Oposición en la arena de la política doméstica se trasladase con estrépito al escenario europeo. Es innegablemente cierto que no invita al optimismo el actual enfrentamiento amartillado por un cainismo españolísimo entre dos visiones contendientes y mutuamente intransigentes, sin cuartel, sin prisioneros. De hecho, ante muchos observadores, ese así llamado cainismo se ha perfilado tristemente, en estos últimos años, como un desdichado sesgo de la estampa de lo español en el PE: la manipulación de la agenda y del orden del día de la Comisión de Peticiones (caja de resonancia de asuntos hispano/españoles en detrimento de otras ciudadanías de una UE de 27), o la artificiosa enunciación de cuestiones de política interna española con ocasión o pretexto de cualquier punto tratado en los Plenos de Estrasburgo, aunque no venga a cuento en absoluto su truculenta colación, llaman la atención de cualquiera que siga la actividad europea con mínima objetividad y desapasionamiento.
Pero, aun reconociendo que los episodios de que venimos no resultan alentadores, sigue siendo necesario subrayar hasta qué punto nos estamos jugando mucho de nuestro futuro colectivo, del país que seguimos compartiendo y que sigue siendo el nuestro, para España y para Europa. Estamos aún a tiempo de evitar que reluzca o aflore lo peor de lo que podemos ser en lugar de lo mejor que podemos compartir con el conjunto de la UE. De ese sentido nacional del interés de España, y de la perspectiva de su oportunidad en la UE por parte de quienes se sitúan en la oposición al Gobierno (al que legítima y constitucionalmente, art.97 CE, corresponde la dirección de la política interior y exterior y la defensa del Estado), depende el que, como hiciéramos antes, en cuatro ocasiones anteriores, hagamos un pedazo de historia en esta quinta Presidencia rotatoria para mejorar entre todos el Estado de la UE en la segunda mitad de este año 2023 cargado de señalamientos y sombras -climáticas, energéticas, alimentarias, económicas, sociales, y de valores democráticos frente al autoritarismo putinesco y la posverdad trumpista- ante la prolongación de la cruel Guerra de Putin contra la vecina Ucrania.
Publicado en Huffington Post