La Fiesta Nacional, que debería ser de tod@s los español@s, resulta alienada y pervertida en algo ingrato y excluyente por la emboscada orquestada de un griterío fascistizante.
¡Cuánto daño le hacen a la Fiesta Nacional, a su imagen y a la propia unidad de España, los energúmenos que insultan al presidente del Gobierno democrático de España, siempre que sea de izquierdas, cada 12 de octubre!
¿Alguna vez se darán cuenta de hasta qué punto perjudican la idea misma y el propósito de celebrar algo juntos, lo que quiera que nos una en un día fijado en calendario, independientemente del acierto o de la significación originaria de la fecha? ¿Acaso no se celebran días nacionales que estén fuera de disputa, sin disrupción ni incidentes, en un despliegue ejemplar de devoción colectiva y protocolos respetados, en todas las democracias con las que nos comparamos? ¿No se han parado a pensar, siquiera por un segundo, en cuánto nos ha costado, tras una historia surcada de penalidades sangrientas y enfrentamientos fratricidas, establecer algunos símbolos, lugares, espacios o días que no estuviesen sometidos a debate permanente en la medida en que evoquen lo que nos hace compartir y vivir juntos y no lo que nos separa?
La institución que Felipe VI encarna ante millones de españoles condenados a contemplar con estupefacción, si es que no con rechazo o repugnancia, cómo cada desfile de esa Fiesta Nacional —que debería ser nuestra, de tod@s los español@s—, resulta alienada y pervertida en algo ingrato y excluyente por la emboscada orquestada de un griterío fascistizante.
Digámoslo con toda claridad: ¡“abuchear” o increpar con injurias y calumnias al Presidente del Gobierno (siempre que este sea de izquierdas) no puede ser ninguna “tradición”! Como no puede serlo tampoco que descerebrados cretinos berreen barbaridades desde los ventanales de un colegio mayor masculino y segregado, contra mujeres que residan en el de enfrente. ¡No, no es una “tradición”: tiene lugar solamente contra los Gobiernos de izquierda!
Y es el producto y resultado de una estrategia planeada y ejecutada, con precisión relojera y carencia absoluta de escrúpulos, por esa extrema derecha cainita y resentida contra toda convivencia pacífica con sus adversarios que alcanza en el barrio de Salamanca y el Paseo de la Castellana de Madrid la mayor concentración por metro cuadrado de todo el orbe planetario, remedo de aquella autodenominada “zona nacional” que, cuando los de mi generación éramos adolescentes, nos amenazaba con su odio y su agresividad cada vez que sus hordas con camisas azules blandían como martillos sus banderas excluyentes y sus tan enardecidos como reaccionarios bramidos de “¡arriba España!” y “¡rojos al paredón!”
Tras siglos de historia de España, tan sufridos como abundantes en golpes de Estado, asonadas cuarteleras y guerras civiles -magistralmente narrados por Galdós en sus Episodios Nacionales, ha sido el duro trabajo de varias generaciones de españoles de buena voluntad el que nos ha permitido una reconciliación desde la que convivir en nuestra pluralidad y disfrutar libertades que incluyen las de expresión, crítica y manifestación contra quienes nos gobiernen.
Nada de eso tiene conexión alguna con la embrutecida ofensiva contra la Fiesta Nacional, contra la imagen de las FFAA y contra la imagen del Rey, con cuya exaltación, hasta la irracionalidad, se llena la boca el facherío que insulta a los Gobiernos de izquierda por reputarlos “ilegítimos” mientras los vitorea siempre que son de derechas por considerarlos “suyos”. Con la misma obcecación, por cierto, con que la Ley de Principios del Movimiento Nacional de 1958 (derogada expresamente por la Constitución de 1978) proclamaba que la Religión Católica era la oficial del Estado, la de los españoles, y “única y verdadera”.