La misión de la Comisión LIBE a las fronteras ucranianas ha sido útil e instructiva. Una experiencia de aprendizaje: toca ahora deducir las lecciones y extraer las consecuencias.
Desde que, el 24 de febrero de 2022, tuvo comienzo la agresión que desde entonces conocemos como la “guerra de Putin”, la ciudadanía europea ha recibido a diario abundante información sobre el desenvolvimiento de las operaciones bélicas en los frentes de batalla en los que la resistencia ucraniana viene sorprendiendo al mundo, y en la que la contribución a su esfuerzo defensivo, en armamento y equipos, por los Estados miembros (EEMM) de la UE se está demostrando decisiva.
Hay, junto a este, no obstante, un segundo campo de brega en que la unidad y determinación europea en su conjunto está, simplemente, haciendo historia: la admirable solidaridad con que las Instituciones supranacionales —incluido, por supuesto, el Parlamento Europeo (PE)—, la Comisión Europea, los Gobiernos de los EEMM, las autoridades regionales y locales y el entramado civil de las poblaciones directamente impactadas por la entrada por territorios fronterizos de Ucrania de millones personas desplazadas y demandantes de asilo o de protección temporal.
Produce, sin duda, admiración y merece reconocimiento esta segunda dimensión del seguimiento europeo del desastre humanitario. Que no otra cosa es la catástrofe que con incomprensible crueldad viene causando Vladimir Putin al frente de todos los resortes del poder y de la fuerza en la Federación Rusa, en una galopada ebria de delirio expansionista y paranoia discursiva: ¡por doloroso e indignante que resulte, una y otra vez propala que su decreto de movilización general tiene por objeto “defender a la Nación Rusa” contra una pretendida “estrategia de aniquilación y destrucción” que, con un cinismo paroxístico, él atribuye a “Occidente”!
La situación se mueve. Los números —apabullantes cuando se les recita, sin desagregar ningún otro dato— varían en el curso del tiempo. Es cierto que se han producido más de 11 millones de entradas desde la frontera ucraniana con EEMM de la UE, pero también que casi 7 de ellos han reingresado alguna vez en territorio de Ucrania con la flexibilidad y libertad que les confiere la activación —¡por vez primera en la historia de la UE!— de la Directiva UE de Protección Temporal, por la que las personas procedentes de Ucrania (nacionales ucranian@s, de terceros países residentes en Ucrania, refugiad@s y apátridas) disfrutan de libre acceso a la UE sin visa ni sometimiento a los procelosos procesos de identificación de demandantes de asilo ni a los de tramitación de sus peticiones de ayuda: libre circulación, libre elección de residencia, acceso al mercado de trabajo y a todas las prestaciones sociales equiparables a los nacionales de los EEMM, singularmente atención sanitaria y educación para los menores.
Con todo, cerca de 4 millones —ahí es nada— se encuentran ya redistribuidos por el ancho territorio de la UE y sus EEMM, sin que hayan sido cuestionados ni mucho menos sacudidos los pilares del modelo social europeo que conocemos como “Estado de bienestar”. La capacidad de respuesta unitaria y solidaria ha dado cuenta de nuestra fortaleza compartida para metabolizar, incorporar y asumir con plenitud de derechos y sin quebrantos ni tensiones merecedores de reseña una adición humana y demográfica considerable en su volumen y en sus implicaciones.
Inevitable resulta el eco de una pregunta que ha resonado muchas veces en los debates del PE acerca de la guerra en Ucrania: “si hemos sido capaces de responder así con las personas que huyen de la intolerable injusticia y criminal brutalidad de la agresión de Putin... ¿Por qué no fuimos capaces de hacerlo antes, por igual, en anteriores ocasiones de desesperación quienes han venido a la UE huyendo de Estados fallidos, guerras civiles en nuestra vecindad (Siria, Libia, Irak...) arriesgando sus vidas y las de sus familias queridas (tantos niños fallecidos en el fracasado empeño de abrirles una vida mejor de la que les esperaba), o perdiéndola sin más antes que permanecer expuestos a la opresión, la violencia y la absoluta indefensión de la que procedían?”
Está aproximándose el invierno —ese del “descontento” cuya manoseada cita shakesperiana abunda en tantas tribunas—, cuyos rigores y apremios recrudecerán, sin duda, la dificultad del empeño en que la UE está descollando como un actor global inspirado por valores y por principios comunes. En un esfuerzo, insisto, que discurre en paralelo (y desde luego no menor) al del apoyo con armas y con capacitación a la defensa de Ucrania, que es la de su soberanía e integridad territorial y es la del pueblo ucraniano.
Publicado en Huffington Post