Las transformaciones sin billete de vuelta impuestas por la globalización afectan a toda la UE sin que nadie quede a salvo en sus tradicionales perímetros de soberanía nacional.
Los pasados 2, 3 y 4 de febrero tuve el honor de intervenir en el largo y denso Consejo de Ministros de Justicia e Interior de la UE (Consejo JAI) celebrado en Lille bajo presidencia francesa de la UE, con la activa implicación del presidente de la República, Emmanuel Macron, quien se empleó a fondo en una ronda de preguntas y respuestas con los que participamos en la reunión acerca de los grandes retos que aguardan al conjunto de Europa en el futuro inminente. A esto hay que añadir el demográfico como factor —nunca bastante subrayado— de nuestro paulatino declive y preocupante pérdida de peso relativo en la globalización (envejecimiento, decrecimiento poblacional, necesidad de
inmigración que no acertamos a reconocer y menos aún a gestionar).
Tiempo y ocasión tendré de detenerme más extensamente —como he hecho en anteriores tribunas— sobre la visión de Macron acerca de la propuesta legislativa lanzada por la Comisión von der Leyen bajo la pomposa rúbrica New Migration & Asylum Pact, actualmente en tramitación en el Parlamento Europeo (PE) y en la que soy ponente del Reglamento de Crisis. Prefiero concentrarme aquí en el reconocimiento, aunque nunca suficientemente explícito, de que las transformaciones sin billete de vuelta impuestas por la globalización afectan a toda la UE sin que nadie quede a salvo en sus tradicionales perímetros de soberanía nacional. Tampoco Francia. Es por ello que Macron habla de “soberanía europea” para sortear el significante de la disolución o impotencia de lo que quiera que quede de la delicuescente soberanía de los Estados en el mundo que ya ha nacido sin que el que lo precedió se haya aún dado por muerto.
La presidencia francesa de la UE, primer semestre de 2022, sitúa en el tablero de mandos de la agenda del Consejo (institución que reúne a los jefes de Estado y de Gobierno, con funciones de orientación estratégica e impulso político) a un Estado miembro (EM) fundador del embrión originario de la integración europea (CEE, después Comunidades Europeas y luego UE), grande por su tamaño, PIB (segunda economía de la zona euro), población e historia sembrada de huellas de impronta global.
Incluso en este vertiginoso tramo de cambios de gran escala, incursionados ya de lleno en pleno siglo XXI, la cansina referencia a la grandeur de la France encuentra aún puntos de apoyo en su amplia diplomacia (particularmente extensa en África y Asia, donde tuvo imperio colonial), asiento permanente en el Consejo de Seguridad de NU (el único EM de la UE que lo posee, con “poder de
veto” sobre sus resoluciones), y en su fuerza nuclear (no solo como fuente energética: dispone de armas nucleares, el único EM de la UE con esta capacidad militar).
¡Nada en este innegable relieve de Francia en la UE la exime de la misma regla aplicable a los demás EEMM, incluida Alemania, el mayor peso pesado en PIB y población, también del club fundacional!: la conciencia de que solo juntos podemos abordar los retos definitorios del presente y del futuro, en términos de modelo social, adaptación a los cambios tecnológicos, sostenibilidad energética, seguridad colectiva. El mundo del carbón y el acero en que hace 70 años arrancó la integración europea mediante la cooperación intergubernamental (entonces con apenas seis miembros) se ha transformado en otros completamente distinto y requiere respuestas completamente diferentes. La Tierra es un lugar diferente, como también lo es Europa. ¡Ningún enfoque tecnocrático ni ajeno al nervio político tiene ninguna oportunidad de adecuarse a las exigencias del desorden multipolar en que la globalización requiere de actores con vocación de relevancia global!
La presidencia europea de Francia, aun cuando afectada por la intensidad de la campaña nacional que conduce hacia las dos rondas electorales sucesivas que decidirán la presidencia de la República para los próximos cinco años, no debería subestimar el carácter determinante de las apuestas comunes por liderar la batalla por la digitalización y la Inteligencia Artificial, la transición justa hacia una economía neutra en emisiones de carbono, y una “autonomía estratégica” que nos permita trascender el rincón del cuadrilátero en el que se confina a la UE cada vez que se dirimen los conflictos decisivos de globalización.
El presidente Macron, que aspira a la reelección, ha acudido a Moscú a esa interminable mesa de conversación con Putin con la pretendida estampa de la interlocución bilateral y la carta diplomática. Pero, por más que siga siendo verdad que la UE no ha disuelto las políticas exteriores de sus 27 cancillerías y las capacidades militares de sus respectivos ministerios de Defensa, hablar y actuar unidos en la articulación de un punto de vista europeo en el manejo de tensiones y conflictos que sacuden nuestras fronteras exteriores emerge, insoslayablemente, ante la conciencia de la ciudadanía europea en sus 27 EEMM, el único enfoque viable para realzar la voz europea en la evitación de una escalada de recalentamiento de los rescoldos de la Guerra Fría a propósito de Ucrania.
En una confrontación que toca a las fronteras de la UE, la prórroga del ya obsoleto método intergubernamental equivale a una autolesiva fragmentación que empequeñece y debilita a cuantos partícipes se presten a practicar las opciones del lenguaje y de los medios exclusivamente nacionales: la puesta en común requiere, no obstante, mayor visión de la jugada, larga mirada, cierta capacidad de renuncia al corto plazo y sus réditos raquíticos, para fijar la vista con altura de miras en la construcción de otro patrón o modelo de respuesta.
De otro modo al declive demográfico europeo se sumará su inanidad ante la amenaza de Putin ahora, como de la de Xi después (hoy Ucrania, mañana Taiwán), al frente de sendos gigantes carentes de frenos ni contrapesos, jugadores decisivos en un tablero de cartas marcadas por su control absoluto
e irrefrenado de sus fuerzas armadas, servicios de inteligencia y tecnologías avanzadas en ataques cibernéticos a las infraestructuras críticas y de seguridad de todos y cada uno de aquellos EEMM de la UE que no acierten, primero, a comprender la prioridad de conformar una arquitectura común defensiva, disuasoria, y, segundo, en su caso, a responder conjuntamente.
Capítulo propio merece, en la contienda francesa, su premonición inquietante para el cuadro de futuro de la política europea: un sistema electoral y una dialéctica política que puede definir el combate por la Presidencia de la República en un cara a cara entre ese centro derecha moderado que
quiere abarcar Enmmanuel Macron y esa intratable ultraderecha rabiosamente xenófoba, eurófoba y reaccionaria que agitan, compitiendo entre sí, Marine Le Pen y Eric Zemmour. ¡Preocupa sobremanera la perspectiva de una segunda vuelta sin opciones de la izquierda ni de la socialdemocracia en la pugna por la vecina, central, histórica y republicana Francia, en una escena fracturada por sus cleavages —profundos ejes divisivos— tan irreconciliables como los que ahora enfrentan las dos versiones de EEUU que encarnan Biden y Trump!
Publicado en Huffington Post