La UE debe cambiar su enfoque y su propio proceso de articulación de respuesta y toma de decisiones.
Desde que la Gran Recesión, pésimamente gestionada por la disparatada receta de austeridad recesiva que tantas desigualdades y malestar germinó, espolease un virulento brote de populismo y nacionalismo reaccionario a todo lo ancho de la UE, sumábamos ya varias décadas que no habíamos visto desatarse hasta el galope a aquellos viejos demonios de la extrema derecha que creíamos conjurados por los daños que causaron en el trayecto que abismó a Europa a la IIGM y a una ulterior secuela de dictaduras represivas que se prolongaron hasta los años 70 del pasado siglo en la “Europa del Sur” (Grecia, Portugal, España...).
Pero, reemergido ese espectro, se cuentan con los dedos de una mano los Estados miembros (EEMM) de la UE que no han visto sacudidos sus arcos parlamentarios por alguna excrecencia de ultraderecha en la que se entremezclen las más ensayadas técnicas de aprovechamiento de las herramientas de la democracia para cuartearla desde dentro con la propagación de discursos incendiarios que estigmatizan e incitan al odio a categorías enteras de personas, instigando el menosprecio cuando no el desprecio abierto por las instituciones y los procedimientos, además de practicar una comunicación basada en la difusión de fakes que explotan prejuicios y emociones abundando sin escrúpulo en la mentira y el bulo. Aunque algunas de esas formaciones parezcan de nuevo cuño (desde los “Demócratas” suecos y los “Auténticos finlandeses” hasta la “Aurora dorada” griega), sus nichos electorales entroncan con antiguas querencias de un segmento social que se percibe vulnerable, perjudicado o perdedor en la globalización.
El crecimiento de plataformas que beben de esa coctelera en EEMM de la UE que ya habían conocido organizaciones neofascistas o de extrema derecha en el pasado (como la Lega Nord y Fratelli d´Italia, Front National, el fenómeno Zemmour, Chega en Portugal —tercera fuerza en las elecciones portuguesas del domingo—, o Vox en España, surgido como gemación o desprendimiento del PP que lo abarcó hasta hace poco), describe un cuadro sintomático que se aproxima mucho al síndrome. Por eso mismo reclama no sólo un diagnóstico adecuado sino una respuesta proactiva del sistema inmunológico que se debe toda democracia que quiera sobrevivir a su erosión desde dentro. En efecto, la amenaza del deterioro de la democracia misma y de su capacidad para institucionalizar las diferencias y conflictos mediante procedimientos que garanticen la convivencia y la paz social es ya demasiado real y evidente en su ofensiva como para ser subestimada por ese otro segmento de ciudadanía de las sociedades abiertas, afortunadamente no menor, que puede movilizarse antes de que sea tarde por los valores democráticos sin asomo de tentación por las soflamas divisivas y falsedades conducentes a una confrontación entre bloques cada vez más irreconciliables.
La cumbre de líderes de extrema derecha convocados en Madrid por Vox este último fin de semana de enero es, por ello, alarmante, y lo es por muchos conceptos. Gobernantes con mando en plaza en EEMM de la UE —el húngaro Victor Orban, el polaco Matheusz Morawiecki— y dirigentes alineados
contra la idea y razón de ser de la integración europea (Marine Le Pen, sin ir más lejos), se agrupan resueltamente (a la ofensiva, sin complejos) en la postulación de otra idea enteramente contraria y alternativa a la del europeísmo: nacionalista, autoritaria, reaccionaria, rabiosamente identitaria. La suya es, sin duda, una respuesta a la globalización a la que demonizan como “cosmopolitista”, aunque a muchos nos parezca esa respuesta enfilada al despeñadero de la historia en la dirección equivocada. Hacia un abismo en que resuena el eco de las más sombrías páginas del siglo XX en Europa.
Pero no nos engañemos: esas formaciones que rampan desde la extrema derecha a todo lo ancho de la UE tienen, sí, una idea, que no solo no se agota con su contraste democrático —un debate racional en el que se desvelen sus falacias y sesgo desigualitario, injusto y abocado al fracaso—, sino que crece en las encuestas y en citas electorales que se acumulan y suceden en los EEMM de la UE. De hecho, su experimentación se inició en el propio seno del Parlamento Europeo (PE), en el que en las sucesivas elecciones europeas desde la Gran Recesión (2009, 2014 y 2019) no han dejado de crecer en número los escaños eurófobos cuyo designio es contribuir a dinamitar la UE desde dentro, valiéndose de alegaciones tan mendaces y pueriles como, en su feligresía, eficaces; así, la comparación de la UE con una “nueva URSS”, “elefantiásica y burocrática”... a la que habría que frenar desde la “soberanía” de las naciones de Europa.
El potencial de corrosión de esas cuñas negativas no puede ser pasado por alto, ni en el PE ni en Bruselas, ni en ninguna capital ni en ningún EM. Pero tampoco pueden ser contrarrestado con el recurso a una jerga tecnocrática, ni con el espeso fárrago de procedimientos judiciales ante el TJUE de Luxemburgo (o el TEDH de Estrasburgo) que haga pensar a quienes buscan liderazgo y nervio en la confrontación con toda amenaza de rebrote fascistizante en la UE que la respuesta se confía a declaraciones, amonestaciones, eventualmente coronadas con sanciones y con multas, como si los pilares de la UE pudiesen ser preservados frente a las embestidas de sus enemigos declarados con
comunicados intergubernamentales a un paso del bloqueo o la parálisis, en fin, con business as usual.
Juntas, todas esas fuerzas alineadas en su cumbre de ultraderecha, amenazan con erigirse como tercera fuerza electoral en el conjunto de la UE. Ya lo habrían sido, preocupantemente, en el propio PE, si hubiesen acordado sumar todos los escaños que en el PE se alinean, en tres Grupos distintos a la derecha del PP (ID, ECR y NI), actualmente divididos (en buena medida a propósito de la cuestión crucial de su actitud ante la Rusia autoritaria y nacionalista de Putin). Como ya lo son, en muchos EEMM, incluido España, y desde el último domingo también en Portugal.
La UE debe cambiar su enfoque y su propio proceso de articulación de respuesta y toma de decisiones, y debe hacerlo con urgencia, para defender mejor los pilares y valores que explican su modelo social y su European Way of Living, basado en la dignidad e igual libertad de las personas, la no discriminación, la solidaridad cohesiva, la inclusión de su pluralidad sintetizada en su lema “unida en la diversidad”, una idea consolidada de Democracia, Justicia y respeto del Derecho. La amenaza de los iliberales —que busca pujantemente una oscura involución hacia regímenes autoritarios y despóticos, en que ni las minorías ni los procedimientos ni las garantías ni los derechos y libertades iguales están ya aseguradas —es acuciante, insoslayable, y debe ser tomada en serio.
Publicado en Huffington Post