El 40 Congreso del PSOE ha impreso en la retina de la sociedad española una estampa de unidad cuya eficacia simboliza un reencuentro físico y anímico, intergeneracional, de todas las historias vivas de PSOE, enlazadas a su vez con sus 142 años en (y de) la historia de España.
Los que lo hemos compartido sabemos que veníamos con ganas de reunión, de vernos de nuevo y de reconocernos, después de años muy difíciles y de la larga sequía de proximidad e inmediación impuesta por la pandemia.
La profusión y despliegue de nuevas tecnología obraron por su parte el trabajo de la comunicación emotiva, en que resaltó espacialmente la sucesión de alocuciones de salutación afectuosa de líderes socialdemócratas y progresistas en la arena europea y global, noticiando con más fuerza que nunca antes la identidad europea e internacionalista arraigadas desde siempre en el socialismo español: no en vano, a iniciativa proveniente desde el Parlamento Europeo, una de las enmiendas a la Ponencia Marco aprobadas por el Congreso añade la adjetivación “europea” a la identidad del PSOE.
Primeros ministros europeos (Suecia, Dinamarca, Finlandia, el futuro canciller Olaf Scholz), líderes europeos (el exPrimer Ministro italiano E. Letta, Presidente del Partito Democratico triunfador en las grandes ciudades en las recientes elecciones locales) y globales (Lula da Silva de Brasil, el Presidente de Costa Rica C. Alvarado y la Primera Ministra de New Zealand Jacinda Andern) emitieron sus mensajes de compromiso con los valores y objetivos clásicos de la socialdemocracia a lo largo de los tiempos y a través de sus cambios: el valor de los servicios públicos en el tejido de una red de solidaridad y protección social frente a los infortunios y las incertidumbres. Pero dejaron también constancia de sus perceptibles acentos diferenciales a la hora de abordar el vértigo de la globalización, de la aceleración de revoluciones tecnológicas y de la gobernanza de la complejidad (y sus desórdenes) en foros multilaterales todavía en fase embrionaria.
Si es evidente que la lucha contra toda discriminación y las cambiantes injusticias derivadas de la desigualdad es un clásico en el ideario socialdemócrata, en cada situación histórica o nacional concreta encuentra prioridades concretas. Desde la integración e inclusión de la diversidad (étnica y cultural, o de orientación y/o de identidad sexual) al combate a la pobreza (energética, infantil). Desde la acentuación de la progresividad fiscal a la protección específica de segmentos vulnerables ante cambios estratégicos (con la reivindicación de una “transición justa”) hacia la descarbonización y la economía circular, ante el cambio climático y el calentamiento del planeta, o ante la digitalización, la robótica y la Inteligencia Artificial.
Asimismo, es innegable que la socialdemocracia conoce un nuevo ciclo alcista en sucesivas elecciones en los Estados miembros (EEMM) de la UE. Como también es evidente que la amenaza del fascismo y de la extrema derecha, rearmada con nuevas herramientas para la propalación del odio y de la reaccionaria retórica antipolítica bajo la que disfrazan los métodos antidemocráticos de su codicia de poder, obliga a las fuerzas progresistas y de la izquierda europea a prepararse a fondo para competiciones electorales más duras y estresantes que nunca, en las que la balanza de coaliciones alternativas para estar en el gobierno o en la oposición puede librarse en los estrechos márgenes de apenas un punto porcentual.
Este reto exigirá esfuerzos de conjugación de inteligencia y voluntad para activar eficazmente las movilizaciones y alianzas que resulten necesarias para evitar retrocesos dramáticos en los avances fatigosamente conquistados. Y una dosis especial de determinación para aprender de las lecciones de nuestra historia reciente. Empezando por la inaplazable red de líderes socialdemócratas de vocación europeísta, capaces de poner en común sus estrategias, objetivos y prioridades compartidas, y hacerlas valer -de manera coral, con sus acentos diferentes y su polifonía, pero con partituras comunes- en la dirección de las Instituciones europeas: Consejo, Comisión, Parlamento Europeo.
En otras palabras, la escala europea del giro socialdemócrata en cuyo curso estamos, y en que el socialismo español es mirado con respeto y la atención merece, requiere acometer un refuerzo del espacio político que actualmente desempeña el Partido de los Socialistas Europeos (PES, por sus siglas en inglés), sin precedentes hasta ahora. De sus convenciones y prácticas, de sus conferencias y plataformas para la consecución de posiciones distintivas en los grandes asuntos europeos: autonomía estratégica, ciberseguridad, relevancia global, recursos propios, suficiencia financiera y presupuestaria para los objetivos compartidos, y una política europea (incluidas dimensiones externa e interna de migraciones y asilo) en que la correspondencia entre sus valores fundantes (Rule of Law, Democracy, Fundamental Rights) y sus prácticas y resultados sea creíble y eficaz.
Y que, ante el tiempo que viene, los referentes europeos de la socialdemocracia y los gobiernos progresistas de centro-izquierda e izquierda se hablen más, con más frecuencia. Que se hablen tan fluida y anticipadamente como resulte necesario para la puesta en común que permita y asegure recuperar la prevalencia del vector socialdemócrata cuyo legado, patrimonio y acervo de realizaciones ha reivindicado, orgulloso, el 40 Congreso del PSOE en Valencia. Una historia acumulada de aportaciones decisivas de la socialdemocracia sin la que sería imposible explicarse lo mejor que le ha pasado a España desde la reinstauración de un orden constitucional democrático, hace ya 40 años, ni lo mejor que le ha pasado a la Europa que aprendió de la devastación de las dos Guerras Mundiales e inició su andadura de integración supranacional, hace ya 70 años.
Publicado en Huffington Post