Artículo publicado en El Huffington Post.
En estas intensas semanas de precampaña, la singularidad de las elecciones generales que tendrán lugar el próximo 20-D se acentúa cada día.
En apariencia, numerosas tribunas de opinión se están concentrando en subrayar, como rasgo principal de esa singularidad, el virtual triple empate que a escasas semanas del día D arroja la lectura hasta ahora de las encuestas de intención de voto: PP, PSOE, Cs... PSOE, PP, Cs... PP, Cs, PSOE... Con leves alteraciones en su orden de preferencia, los tres factores de la ecuación se disputarían la primera, segunda y tercera posición con diferencias porcentuales llamativamente escasas para una competición en la que se libra nada menos que el Gobierno de España y, consiguientemente, su Presidencia en la contienda entre las personalidades que dirigen las principales formaciones.
En cuarta posición tras esas tres, de acuerdo con esa misma serie de encuestas, aparecería Podemos. Una formación emergente a la que se apreciaría ahora un declive, una curva de inmersión en la intención de voto respecto de la pujanza que mostró durante meses (especialmente después de las elecciones europeas). Baste recordar que, durante un tiempo, se destacó en las encuestas incluso como primera fuerza, en modo tal que Pablo Iglesias llegó a incorporar expresamente en su discurso y narrativa la aspiración explícita de presidir "por asalto" el próximo Gobierno de España y pilotar así un "proceso constituyente" que liberase al país de lo que despectivamente ha dado en llamar "candado" del "régimen del 78".
Es cierto que esta situación suscita perplejidad a cuantos interlocutores nos preguntan en el extranjero y a todo lo ancho de la UE qué está pasando en España y, sobre todo, qué es lo que va a pasar tras las próximas elecciones.
El "extraño caso español" (parafraseando el inmortal relato de Robert L. Stevenson) reviste ya caracteres ciertamente sorprendentes. No tanto por ese síntoma de los profundos cambios que han venido teniendo lugar bajo las placas tectónicas del paisaje político español, sino más bien por los factores determinantes de esos síntomas. A mi juicio, merece la pena subrayar algunos de esos factores ciertamente inusuales en política comparada (Comparative Politics, una dimensión fascinante de la politología), pero también por ser factores extraordinarios en nuestra historia democrática de casi 40 años (los mismos que duró en su día la dictadura franquista) desde la apertura del ciclo de transición y establecimiento de la Constitución de 1978.
En primer lugar, durante estos 40 años los españoles nunca habíamos asistido a un derrumbamiento tan abrupto de la enorme concentración de poder de que disponía un solo partido (el PP, naturalmente) en tan solo cuatro años. ¡Sin ese desmoronamiento de su hasta hace poco impresionante bloque de poder resulta imposible explicar nada de lo que está pasando en el escenario electoral minado de incertidumbres que conduce al 20-D! Recuérdese que el PP emergió de las elecciones locales y autonómicas de mayo de 2011 con la mayor acumulación de poder municipal y autonómico de la historia democrática (con victorias nunca antes soñadas en Andalucía, Extremadura y Castilla La Mancha..., y abrumadoras mayorías absolutas en casi toda España, con contadas excepciones en Comunidades Autónomas con fuerte tradición de voto nacionalista).
Es la primera ve que, a la vista de muchos de los que van a votar el próximo 20-D, la ciudadanía española se enfrenta potencialmente a un cuadro de coaliciones múltiples a la hora de formar mayorías estables de legislatura.
De las elecciones generales del 20-N de 2011, surgió un PP con una mayoría absoluta en el Congreso que superó la de Aznar de 2000, y una aplastante mayoría de dos tercios en el Senado. ¡Cuatro años después, todas las encuestas indican que ese PP ha perdido la mitad de sus apoyos porcentuales de entonces (de casi un 45% a una estimación actual en torno al 25%)! La impertérrita resignación de sus cuadros dirigentes ante el desastre electoral que pronostican las encuestas no se ha conmovido un ápice por los avisos contundentes que debieron acusarse en las elecciones europeas de 2014 y las locales y autonómicas de mayo de este 2015. Para quien quiera comparar esta secuencia con el colapso de UCD en 1982 habrá que recordar que UCD nunca tuvo ninguna mayoría absoluta, y que ya desde 1979 el mapa electoral municipal y el entonces apenas incipiente mapa preautonómico le había dado la espalda.
En segundo lugar, la sociedad española no había asistido nunca a un clima social que, para el conjunto de España, hiciese verosímil un Gobierno de coalición; ni menos aún, yendo más lejos, un Gobierno que pudiese estar presidido por una persona que no fuera, inequívoca e irremisiblemente, el candidato/a de la primera fuerza en votos y escaños. La eventualidad de coaliciones de segundas, terceras y/o cuartas fuerzas contra la más votada se ha practicado y consolidado en diversas latitudes municipales y autonómicas. Pero no lo habíamos visto nunca en la escala nacional, en la del Gobierno de España. Menos aún habíamos visto un clima social que lo aceptara como hipótesis plausible: hasta las elecciones de 2011, la sociedad española hubiera tenido enormes dificultades para aceptar esa fórmula en el Gobierno de la Nación, presumiendo que el candidato a la presidencia de la primera fuerza se perfila sin discusión como presidente in pectore la misma noche electoral en el caso de ganar aun cuando en minoría o con ventaja escasa y necesitada de apoyos (como fue el caso de González en 1993, Aznar en 1996, y ZP en sus dos mandatos).
Ahora, en 2015, diferentemente, parece un horizonte aceptable que pueda ser investido alguien que no sea la cabeza de la primera formación en votos a escala española con tal de que pueda aglutinar una mayoría parlamentaria favorable a su investidura. Obsérvese que, además, contrariamente a lo que ha sucedido en Portugal con un presidente de la República directamente elegido por la ciudadanía y con un margen propio de discrecionalidad política, en España es el Rey (art.99 CE) quien propondrá al candidato a presidir el Gobierno (con refrendo en este caso del presidente del Congreso) después de haber escuchado a los representantes de "todos los grupos políticos" (en la práctica, todos los que tengan al menos un escaño, incluidos los del Grupo Mixto), sin margen para otra cosa que proponer a quien pueda aglutinar en su torno una mayoría suficiente (aunque no sea absoluta, cabe la relativa en la segunda vuelta) para su investidura.
En tercer lugar, es la primera ve que, a la vista de muchos de los que van a votar el próximo 20-D, la ciudadanía española se enfrenta potencialmente a un cuadro de coaliciones múltiples a la hora de formar mayorías estables de legislatura. No sólo se contempla una fórmula de Gobierno monocolor con apoyos externos, sino variaciones distintas de Gobiernos con apoyos de geometría variable e incluso varias coaliciones hipotéticas a dilucidar el día después de que hablen las urnas. A dos, e incluso a más bandas, dependiendo de la agenda de reformas (políticas, económicas, fiscales, legislativas... y constitucionales) que se quiera acometer para interpretar el mandato que haya surgido del voto.
En cuarto lugar, por último, un torpedo en línea de flotación del próximo 20-D puede todavía enrarecerlo más: la insurrección independentista de JpS con la ayuda de la CUP, contraria a su propia narrativa de hacer del 27-S un plebiscito de secesión(puesto que lo habrían perdido) puede trastocar la agenda, la percepción social de lo que está en juego ahora y de lo que se decide. Y, consiguientemente, puede alterar también el comportamiento de voto de mucha gente tentada de posponer su voto contra la corrupción, el paro, la desigualdad y la injusticia de las cargas (sean tributarias o no) que les han sido impuestas por una abyecta gestión de la Gran Recesión para concentrarse ahora en una respuesta binaria o polarizada ante la cuestión catalana.
A lo que se ve, es obvio que explicar en el extranjero y a lo ancho de la UE "lo que está pasando en España"... y "lo que va a pasar" la próxima legislatura está siendo más difícil de lo que habíamos conocido.
Una situación abierta, volátil y vertiginosa como nunca anteriormente está teniendo lugar y de desovilla ante nuestros horas, mutando a ratos y por minutos. Tengo claro que la única manera de aportar con responsabilidad y sentido de la historia valor añadido a nuestro voto a la hora de arrojar algo de claridad decisiva donde ahora campea la incertidumbre, la oscuridad o la indeterminación de algunas de las opciones en liza ante lo que se dilucida, es apostar con fuerza por el cambio con garantías, concentrando nuestras energías y votar con contundencia para pasar la página de la nefasta mayoría absoluta que el PP ha dilapidado con un balance terrible, incluso para esas supuestas macromagnitudes en cuyo altar habrían sido sacrificadas sin piedad tantas esperanzas modestas y penas de todos los días de tanta gente de carne y hueso.