''Pero, ¿qué le pasa a España?” o “¿Qué está pasando con España?'', son interrogaciones disparadas al principio o al final de cada conversación en Bruselas.
El fallecimiento, esta misma semana, del hispanista francés Joseph Perez (1931-2020), Premio Príncipe de Asturias 2014, reverdece la vieja la cuestión de la pasión por España de brillantes académicos e intelectuales extranjeros que nos estudian desde fuera, en contraste doloroso con el desdén por España azuzado desde dentro por los/as españoles/as y por nuestros desencuentros. Perez teorizó y explicó el porqué de la cargante, y sin embargo perdurable, “Leyenda negra” sobre España, cuya polémica gravita sobre nuestras autocríticas y pervive en las hipótesis de nuestras “decadencias” (piénsese, si no, en el éxito de Imperiofobia y Leyenda negra de Elvira Roca Barea).
Cabe preguntarse si abunda en esa leyenda de tintes tan sombríos como negruzcos la imagen que España emite en estos momentos ante los observadores que nos miran desde Europa. Es frecuente que, en las charlas con colegas europeos en las instituciones de la UE, nuestro país aparezca efervescente de conflictos, aquejado por un grave desprestigio de instituciones clave y un deterioro inquietante de nuestra voluntad de convivencia entre españoles, aparejado al revisionismo de la transición y la Constitución democrática que nos han hecho posible nuestros mejores años.
Y así, inevitablemente, en el Parlamento Europeo (PE) vienen multiplicándose las ocasiones ingratas en que la controversia que, en la jerga europea, se conoce como “disputa hispano española”: la pugna en la que eurodiputados/as españoles/as se enzarzan en reproches mutuos bajo cualquier pretexto, remoto o rocambolesco, que preste el orden del día.
En mi representación en el PE, presidiendo la Comisión Legislativa de mayor amplitud competencial (la Comisión LIBE), es frecuente la ocasión de conversar con integrantes de Gobiernos de la UE o líderes de organismos internacionales acerca de la agenda de los trabajos. Y es asimismo frecuente que en esas conversaciones surjan preguntas curiosas acerca de lo que nos pasa “en España” ante esta crisis de la covid.
Toda Europa, toda la UE y sus Estados miembros, afrontan y sortean los embates de la “segunda ola” sin remisión ni excepción. En términos objetivos -sus parámetros de contagios y decesos-, la situación en Bélgica, Reino Unido, Francia, Alemania, República Checa, plantea análogos motivos de preocupación y de abono de esas medidas de emergencia y/o restricciones extraordinarias de la movilidad de las que es pionera España
“Pero, ¿qué le pasa a España?” o “¿Qué está pasando con España?”, son interrogaciones disparadas al principio o al final de cada conversación, en las que es inevitable realimentar la perplejidad de quien pregunta con la que de quien responde. Consciente de la importancia del tiempo que es oro en el PE, me esfuerzo por replicar con la “respuesta corta” a esa cuestión española sin duda tan revestida de complejidad y de enigmas.
En síntesis, esa respuesta en versión corta pivota sobre tres patas. Serían, cada una de ellas, expresión de otra pandemia española distintiva y yuxtapuesta a la del virus.
No hay nada parecido a esto en Europa. No hay caso igual en la UE. Cualquiera que, como es nuestro caso de europarlamentarios, se vea en la obligación no sólo de consumir la mayor parte del tiempo trabajando fuera de España sino también de informarse por medios audiovisuales extranjeros con habitualidad, constatará con sorpresa que no hay nada parecido a un telediario o tertulia española en las cadenas francesas, italianas, alemanas, británicas, polacas, suecas...
Por señalar sólo un ejemplo: ¡En los informativos españoles y en sus sobrecalentadas tertulias no se encuentra un minuto para hablar de la guerra entre Azerbaiyán y Armenia, países ambos del Consejo de Europa, apoyados respectivamente por Turquía y por Rusia, miembros también del Consejo de Europa! No hay un caso igual como el de los magasines españoles, martillo pilón monotemático con los contagios de la covid, creando un clima de crispación rayano en la locura colectiva; azuzando la búsqueda de sospechosos habituales, chivos expiatorios e incluso culpables a los que exorcizar o linchar por la segunda ola, ¡sin rehuir la descalificación moral ni la calificación penal de las decisiones políticas para contener la pandemia y/o “doblegar la curva”!
A todo lo ancho de la UE, no hay otro caso igual de monomanía enervante: a diario se compara el recuento de contagios en Coslada, Cogolludo, Tudela, Aranda del Duero, Las Palmas GC... un suponer -¡pongamos que hablo de Madrid!-, no sólo con los de otras ciudades y CCAA, sino con los datos de ayer, o con los de anteayer o la semana pasada, desembocando en el corolario de cuál será la proyección -de continuar la tendencia según las leyes matemáticas- la semana que viene, o dentro de cuatro meses.
Y el enfoque que se aplica con habitualidad no es meramente “descriptivo”, no se limita a informar: ¡erige todo un paradigma de enjuiciamiento moral de quiénes son “irresponsables” y quiénes son los “responsables” del mal que nos ha empeorado la vida que tanto queríamos y tanto echamos de menos! Demasiado a menudo, la búsqueda de culpables a los que demonizar antecede a cualquier propuesta de contención del virus y de amejoramiento de nuestras capacidades hospitalarias, médicas, científicas, farmacológicas e institucionales para remontar esta crisis.
Bref: ¿la respuesta corta?Lo que pasa a España es la expansión, cada día más descontrolada, de tres pandemias españolas sumadas a la del covid.
Publicado en Huffington Post