Plantar cara al sectarismo

  • Tribuna de Prensa
  • 08 de Octubre de 2020
Plantar cara al sectarismo

Hace años que en tribunas de opinión intento paliar las dificultades de comunicación de los asuntos europeos, poniendo especialmente el foco en los objetivos legislativos del Parlamento Europeo (PE). Sin embargo, no siempre es posible sustraerse al interés que reclaman otros escenarios, en los que despuntan también hilos de conexión con lo que transcurre en el espacio político de la UE.

Es el caso del primer debate televisado entre los dos contendientes de la campaña presidencial en EEUU. Dejando al margen los comentarios generalmente negativos que suscitó en la prensa estadounidense, el encontronazo entre Donald J. Trump y Joe Biden produjo una triste desazón entre los millones de seguidores que la pugna por la Casa Blanca concita fuera de sus fronteras, entre los que me cuento: todos los tópicos que, en facultades de Periodismo o de Políticas a todo lo ancho del globo, ensalzan el carácter directo y vivo de esos debates televisados, se han desmoronado esta vez al visionar su estilo bronco, su ritmo atropellado, minado de interrupciones y de frases inconclusas, y su acumulativo desprecio de las reglas del estilo.

Buena parte de los comentaristas han repartido culpas y socializado pérdidas: dos candidatos muy veteranos, ambos muy por encima de los 70, enzarzándose sin tregua en acusaciones mutuas abundando la ofensa personal.  A pesar de ello, no me parece justo medir el discurso de Joe Biden por el rasero misérrimo y a menudo canallesco que le impuso, como siempre en todo y a todo el mundo, Donald Trump. Asistiendo en directo al golpe bajo de atacar a su rival demócrata acusando a su hijo de “drogadicto” y “fracasado”, no pude evitar con tristeza colacionar una de las muchas citas memorables de Oscar Wilde: “lo malo de discutir con un necio, es que el nivel te lo impone él”.

El tono y estilo del debate lo impuso, en todo, Donald Trump. Pero la percepción entera de “la política” -y no solo en EEUU, precursor en tantos planos de la globalización, en lo bueno y en lo malo- resultó así contaminada, sin concesiones ni matices. En esto consiste el problema, y ahí reside a mi juicio el hilo de conexión con el deterioro brutal del espacio político a uno y otro lado del Atlántico, “del uno al otro confín” como cantó Espronceda en su “canción del pirata”. 

Una irrupción irrefrenable de populismo reaccionario, cargado con la munición del sectarismo divisorio, espolea continuadamente a las opiniones públicas sobre ejes de confrontación sectaria y parte a las sociedades en fracciones irreconciliables. Supuestamente aglutinadas por consignas identitarias (“¡Son ellos, contra nosotros!”), crecen las capas sociales que no ven en la política conversación ni encuentro, ni mucho menos soluciones, siquiera sea provisionales a la espera de la prueba de los resultados de su experiencia, sino una cruzada infinita en la que sólo cabe expulsar del juego al adversario tras haberle privado de todo reconocimiento. 

En España hace ya tiempo que esa polarización nos sacude con crudeza. Extremada por discursos en los que se entremezclan el irresponsable adanismo de quienes quieren demoler el pacto constitucional y la caverna reaccionaria de la que ha reemergido una ultraderecha que, durante largos años, habitó dentro del PP. Al punto de dominar la escena en la que se suman las llamadas “tres derechas”: en un repulsivo ejercido de terrible sectarismo, incomprensiblemente secundado por el PP y por Cs, ¡la mayoría que gobierna el Ayuntamiento de Madrid ha decretado ”quitar” de su callejero-suprimir, de un garrotazo- los nombres de Largo Caballero y de Indalecio Prieto! Francisco Largo Caballero fue presidente del Consejo de Ministros de la II República (con Juan Negrín de ministro de Hacienda, que le sustituyó al frente del Gobierno, con su “energía tranquila” saludada por Azaña).

Murió en el exilio escasos meses después de ser liberado en del campo de concentración en que le encerró la Gestapo. Indalecio Prieto fue ministro de la Guerra, pero sobre todo fue motor de reconciliación al frente del PSOE en el exilio, llegando a pactar con los monárquicos que apoyaban a Juan de Borbón, padre de Juan Carlos I, el Pacto de San Juan de Luz (1948) que preveía un referéndum en que los/as españoles/as pudiesen decidir democráticamente la futura forma del Estado. Paradójicamente, ambos dirigentes fueron rivales dentro del PSOE (y unidos, junto a Besteiro, en el hostigamiento al presidente del Consejo de la República en Guerra que fue el canario Juan Negrín, lo que fue determinante de su trágico final), pero son dos referentes de la historia que nos une, la de España. Y sus esfuerzos por abrirle paso en este país a la democracia y las libertades, superando mil reveses en circunstancias imposibles, hacen del todo imperdonable la coyunda de iniquidad y revisionismo siniestro en la que Cs y PP se han asimilado a Vox.

Con todo, la semana pasada aun podía empeorar: jueves 1 de octubre, tuve noticia en Bruselas del fallecimiento de Quino, alias de Joaquín Lavado (1932/2020), genial creador de Mafalda, Felipe, Susanita, Manolito, Libertad, Guille y tantos otros personajes mágicos cuya ternura y ocurrencias penetrantes nos formaron a cohortes intergeneracionales de admiradores globales del arte expresivo y lírico del trazo y de la viñeta. Un honor haberle conocido, y de haber contribuido en un tiempo que ya va siendo remoto a promover desde el ministerio de Justicia su ciudadanía española, sumada a la de la argentina que supo honrar toda su vida incluso desde el exilio de su feroz dictadura. Mafalda, en nuestras vidas, interrogándose siempre, plantando cara al sectarismo, perennemente rebelde contra los totalitarismos y las infinitas variantes de la estupidez humana.

Publicado en Huffington Post

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