Se están retrasando de forma cada vez más preocupante las decisiones esperadas.
Desde el inicio de esta crisis carente de precedentes, muchos hemos intentado explicar la botella medio llena. La respuesta de la UE a la pandemia de la Covid -y a su consiguiente destrozo económico y social- pareció en primer momento haber aprendido las lecciones dictadas por sus errores frente a la Gran Recesión. Fuimos muchos también quienes criticamos entonces la estrategia antisocial -más abyecta que errónea- de la austeridad recesiva que tantos estragos causó.
La UE respondió entonces con manifiesta inanidad, siempre demasiado tarde (detrás de los acontecimientos, en modo que cada decisión aparecía sobreseída por el empeoramiento de la realidad sobre la que debía aplicarse) y sobre todo con un sesgo desigualitario que dañó severamente la credibilidad de la UE. Too little, too late, en la dirección equivocada.
En esta ocasión todo parecía indicar que la respuesta sería más temprana (no demasiado tardía), suficiente (no demasiado tacaña, aunque siempre aspiramos a más), y que apuntaría esta vez en la dirección adecuada.
Y, sin embargo, a pesar de las señales positivas y de la buena voluntad que le hemos echado a raudales a esa botella medio llena, se prolongan las señales de alarma: la UE está procrastinando. En otras palabras: está retrasando de forma cada vez más preocupante las decisiones esperadas: la movilización masiva y rápida de recursos financieros y presupuestarios que ayuden a los gobiernos de los Estados miembros (EE.MM.) a reparar daños e impulsar una recuperación tan pronta como enérgica.
Pero seamos precisos: una vez más, no se trata de “la UE”. El Parlamento Europeo (PE), institución electiva legitimada por el voto, ha hecho su parte del trabajo: construyendo consensos en torno a las herramientas e instrumentos disponibles y a la distribución solidaria del esfuerzo. Por su parte, la Comisión Europea (Presidenta Von der Leyen) ha asumido los mandatos contenidos en las Resoluciones del PE: apoya, como requeríamos, una respuesta ambiciosa, solidaria y con vocación de suficiencia: combinado transferencias (grants) por importe de 500.000 millones de euros, créditos (loans) por importe de 250.000 millones, financiados con un aumento histórico de los recursos propios (Own Resources) y con bonos europeos con cargo a su presupuesto. Y duplicando en conjunto la potencia de fuego y el techo de gasto de la UE para el próximo Marco Financiero Plurianual (MFF) 2021/2027. Todo ello combinado con los préstamos del BEI y con los programas de compra a largo plazo del BEI sobre la deuda contraída por los EE.MM.
Una vez más, el cuello de botella -medio llena, o medio vacía- se ha atascado, sin embargo, en el Consejo Europeo, que es la Institución de la UE en la que se reúnen los Jefes de Estado y de Gobierno para acordar el impulso de las grandes decisiones presupuestarias y estratégicas. Y sucede que, en el Consejo Europeo, algunos Gobiernos nacionales arrastran malamente los pies, procrastinando, como si no fuese con ellos la responsabilidad de mostrar ante una ciudadanía golpeada por la crisis sucesiva a la pandemia que la UE se hace cargo. Intentando retrasar la respuesta necesaria, que muchos sabemos tan indispensable como inevitable, y que ha de ser europea si es que la UE realmente quiere sobrevivir a este test existencial.
Al menos en cuatro sesiones telemáticas, el Consejo Europeo de la UE ha fracasado en sus conversaciones a la hora de adoptar un acuerdo por consenso que desbloquee los recursos y métodos requeridos para relanzar la esperanza. ¡Lo han dejado para julio...como si pudiese esperar! Invita a la esperanza que los frugales puedan ser finalmente minorizados. Preocupa el precio a pagar en forma de concesiones: poderes de supervisión de la utilización finalista de los recursos y de su eficiencia.
El debate asemeja al del lecho de Procusto: lo que recortas por un lado de la cama acaba resurgiendo por otro.
Procrastinando, sin más, ante la desesperación de millones que sufren en carne propia el desmoronamiento de rentas y expectativas.
Dos precisiones importan. Primera: el Consejo Europeo se autoimpone la regla de la “decisión por consenso” (lo que en la práctica exige la unanimidad en una mesa a 27) aunque no faltan las técnicas para “minorizar” (reducir por amplia mayoría) a los que se muestran más díscolos o contumazmente obstruccionistas para impedir cualquier acuerdo. Segunda: la videoconferencia no es desde luego el formato que permita solventar desencuentros persistentes: va siendo hora de que, con todas las garantías de seguridad sanitaria, los Jefes de Gobierno se encuentren cuantas horas haga falta para adoptar decisiones de las que penden las vidas de millones de europe@s.
La buena noticia que apunta la botella medio llena: la posición aguerrida de los gobiernos progresistas de la Europa del sur -Pedro Sánchez en España, Antonio Costa en Portugal- ha sido de hecho respaldada por la alentadora propuesta de la Comisión VDL.
La mala noticia es sin duda la mezquina obcecación de la autodenominada liga de los frugales. No sólo impide un acuerdo en cuanto a las cantidades, sino que aspira a imponer sus condiciones al resto. Invita a la esperanza que los llamados frugales puedan ser finalmente minorizados. como a mi juicio deben serlo. Preocupa el precio a pagar en el conjunto del Paquete, en forma de concesiones: la imposición de poderes de supervisión restrictiva para la utilización estrictamente finalista de los recursos, así como de controles externos sobre la eficiencia del gasto. Es un debate asemeja al del lecho de Procusto: ¡lo que recortas por un lado de la cama acaba resurgiendo por otro!... Pero es un debate político, inaplazable. Y es un debate obligado para quienes se sientan en las sillas del Consejo.
Pero la peor noticia es la más inesperada: la complicidad objetiva del PP español en su resentimiento contra el Gobierno de España; que es complicidad no ya con la empecinada miopía de los frugales sino, imperdonablemente, con los que han hecho de todo para perjudicar y desacreditar a España: los altavoces europeos del independentismo secesionista catalán.
En un contexto tan crítico, preocupa que haya gobernantes dentro del Consejo Europeo que, pesa a las reiteradas llamadas a la solidaridad y escala paneuropea de la necesaria respuesta, continúen encastillados en el egoísmo ramplón del “sálvese quien pueda” y “cada palo aguante su vela”, aun a riesgo de perder un tren sin billete de vuelta a la recuperación del cuestionado crédito de la UE y al relanzamiento del vínculo de confianza y pertenencia de la ciudadanía europea.
No hay un segundo que perder. ¿A qué esperan, los frugales... y sus sorprendentes comparsas?
Publicado en Huffington Post