Parecieran no darse cuenta siquiera de cuánto se parecen ellos a esa caricatura de España y los españoles, tan grotesca como injusta, que el secesionismo explota.
Desde que, allá por 1985, España se adhirió a las entonces llamadas Comunidades Europeas, cumpliendo un sueño largamente ansiado por varias generaciones de español@s, somos muchos quienes hemos concurrido a las elecciones al Parlamento Europeo (PE) conscientes de asumir un honor tan enorme como su responsabilidad: contribuir con todas nuestras fuerzas a la construcción supranacional sin descuidar ni un segundo nuestra vinculación con lo nos trajo a donde estamos: la ciudadanía española, cuyos interés general siempre hemos creído compatible con la integración europea.
Siquiera solo por eso, a quienes tomamos en serio nuestra representación nos cuesta entender a quien quiera que venga a Bruselas o a Estrasburgo (tradicional sede del Pleno del PE) para criticar a España trastocando este hemiciclo en altavoz de resonancia, ya sea con el pobre pretexto de oponerse a su Gobierno, ya sea para trasladar a escala transfronteriza su inquina contra el país por el que somos Europa. Partimos de una base sólida: “al PE se viene llorado: no éste el sitio apropiado para hablar mal de nuestra casa”.
Más rebelde que triste ante esa abyecta digresión de la naturaleza de un escaño español en el PE (ahora, consumado el Brexit, sumamos 59), me cuento -con mis compañer@s elegidos en las listas del PSOE- entre quienes sentimos como uno de nuestros deberes combatir esa falsaria caricatura de España que los secesionistas catalanes han venido propalando desde todas las tribunas a su alcance. Hace años que se emplean en erosionar la imagen de nuestra democracia abierta, sólida y confiable, que tanto nos había costado construir y levantar, para regocijo de eurófobos, nacionalistas reaccionarios y extrema derecha en la Eurocámara. Invirtiendo o malversando a menudo cuantiosos recursos públicos sin parar mientes en reparos éticos ni legales. Haciendo frente a esta ofensiva, muchos hemos replicado de pie cada ofensa perpetrada en denuesto del país con cuyo pasaporte y representación los independistas obtuvieron sus escaños en las elecciones europeas.
Cuando el 13 de diciembre de 2019 una sentencia del TJUE -supremo garante jurisdiccional de la primacía y eficacia del Derecho de La UE- proclamó, modificando la interpretación prevaleciente hasta entonces, que los requisitos establecidos por las leyes nacionales para perfeccionar el mandato parlamentario no podían interferir en el ejercicio del mismo, desde su proclamación hasta incurrir en una causa legal para su extinción (por fallecimiento, por renuncia, o por condena penal inhabilitante para el desempeño del cargo), muchos nos esforzamos en explicar que, lejos de significar “una bofetada a España, a su sistema judicial o a su calidad democrática”, ese fallo confirmaba -una vez más- al orden constitucional español como el de un Estado democrático de Derecho con una arquitectura trabada de garantías judiciales.
Los letrados de los independentistas que recurrieron al TS todos y cada uno de los actos procesales que condujeron a las sentencias penales del “procés”, abogaron por sus derechos en cuanto que ciudadanos españoles, en un Estado democrático de Derecho con todas sus garantías. Cuando el TS interpuso su cuestión prejudicial ante el TJUE acerca de las “inmunidades” de los miembros del PE, vimos en funcionamiento un Estado democrático de Derecho, con todas sus garantías. Y cuando el TJUE dictó sentencia, también ahí funcionó España como Estado democrático, con todas sus garantías.
Cómo negar ni ocultar, así las cosas, cuán irritantes resultan las intervenciones de los eurodiputados secesionistas en el PE, forzadas, cuando no hilarantes. Les da igual de que se hable: su monotema es un sañudo, acerbo y ácido denuesto del país de su pasaporte y de su DNI, el mismo por el que han obtenido sus escaños en el PE. A ratos resultan ridículos. Produce vergüenza ajena oírles atacar a España por “violar y pisotear los derechos humanos” cuando se está debatiendo la discriminación y/o persecución contra las personas LGTBI en los llamados “regímenes iliberales”, como si estos resistieran de lejos su comparación con España. Pero, a menudo, juegan a ser sencillamente cabreantes: exhiben una piel muy fina para señalar todos los días mil imperdonables “ofensas” a su nacionalidad o a su inexistente “República”... pero no cejan de insultar -¡de “franquista/fascista” para arriba, barra libre!- a todo el que no se rinda sin más ante su supremacismo excluyente de toda identidad compatible con otras identidades, abierta, mestiza, múltiple. Raya el surrealismo que el secesionismo declame con teatralidad su victimismo ante la “opresión totalitaria de España” cuando ha gobernado Cataluña, en decenas de elecciones libres, incapaz de comprender la pluralidad interna de la sociedad catalana y su clamor de convivencia.
Por eso, combatir el relato independista en Europa -que distorsiona la imagen de nuestro país ante el conjunto de la UE sin punto de conexión con la sociedad plural, moderna, acogedora y en tantos sentidos solidaria y comprometida con las libertades que hemos llegado a ser, para desazón de energúmenos anclados en viejos prejuicios- ha sido, y continúa siendo, una parte crucial de nuestra responsabilidad en el PE en esta Legislatura 2019/2024.
Y exactamente por ello resulta chirriante y sangrante -y, cómo negarlo, doloroso- que tanto Vox, primero, como el PP, después, arrastrado por la emulación de su gemación ultraderechista, hayan decidido sumarse en esa estrategia que embiste contra la imagen de la España constitucional en Europa: ¡Y que lo hagan a degüello, desacomplejadamente, compitiendo uno con otro, y ambos con los independistas, en un descrédito mendaz de la democracia español!
Siendo evidente que Vox hinca raíces, en su origen, en lo que la ciencia política explica como un “desprendimiento” de su matriz, el PP, también lo es que su prontuario de tics ultraderechistas se funde en la carencia de escrúpulos y respeto por las formas y reglas de la democracia que caracteriza a las huestes de su familia política en el último siglo de Europa: su lenguaje faltón, su matonismo pendenciero y su olímpico desprecio no solo por los adversarios (a los que visualiza como “enemigos “ en la retórica schmittiana que germinó el nazifascismo) sino por los diferentes, explican su facilona provocación trufada de contradicciones: Dicen “amar España”... pero hostigan sin denuedo todas las variantes de la realidad española que huyen en otra dirección por rechazo o por espanto ante lo que representan.
Tanto es así que parecieran no darse cuenta siquiera de cuánto se parecen ellos a esa caricatura de España y los españoles, tan grotesca como injusta, que el secesionismo explota. ¡Y cuánto coinciden además en el daño a nuestra reputación europea y exterior sin miramientos ni reparar en costes!¡Todo vale, para ellos, con tal de presentar la situación española en la clave tenebrista de los caprichos que Goya pintó en la Quinta del sordo con todo su desgarro a cuestas, tan español como fue el genio de Fuendetodos!
Pero que ahora el PP venga a sumarse también al descrédito de España en las Instituciones europeas, pescando en el río revuelto de la lucha contra la pandemia de covid-19, resulta no sólo incomprensible sino descorazonador, censurable e indisculpable: ¡Es lo que nos faltaba!
Su Delegación en el PE ha tenido la osadía de presentar un delirante cahier de doleances en que, al triste rebufo de su crítica al Gobierno de España que preside Pedro Sánchez, no se corta un pelo a la hora de hacerle el caldo gordo al pseudodiscurso independentista, trufado de estrambotes tan gruesos como faltos de rigor y de veracidad.
En un escrito demenciado, presenta la situación española con brochazos tan oscuros y tan desmesurados -“denunciando ante la UE”, urgiendo su intervención ante la “suspensión” generalizada de libertades, la “restricción de derechos”, la “censura” y restricción de la libertad de expresión, la injerencia en la Justicia...- que resultarían risibles o despachables con desdén sino fuesen, al contrario, penosos por cuanto se valen de la misma batidora de dislates en que el independentismo viene triturando hace años toda aproximación racional y razonada a la legalidad democrática en un Estado de Derecho.
Ante los disparates del escrito del PP, me cuento, con mis compañe@s de la DSE en el PE, entre quienes nos negamos a asomarnos a la ventana del socorrido “¡Y tú más!” ¿Para qué recordarles las 1.001 diferencias entre lo que fue su manejo de la Gran Recesión, tan implacable con los débiles, tan cruelmente antisocial y desigualitario, y el escudo protector activado con esfuerzos y sacrificios tremendos progresista al hacer frente a la pandemia? ¿Y del contraste que media entre el tancredismo de Rajoy ante el rescate a la Banca y la determinación con que Pedro Sánchez y Antonio Costa han hecho frente esta vez a la autodenominada “Liga de los frugales”? ¿Cómo negar la evidencia de la continuidad e intensidad del control parlamentario durante el estado de alarma? ¿Y la aprobación ¡por seis veces consecutivas! de las medidas adoptadas por el Pleno del Congreso luego de debates extensos, el diálogo con las CC.AA. y con sus president@s, sin distinción de signos ni de colores políticos, las continuas llamadas al trabajo de equipo y al reconocimiento de los servicios públicos y de la solidaridad de toda la ciudadanía?
Pero, lamentablemente, esta competición entre el PP y Vox contra la imagen de España no se limita a la ofensiva contra la gestión de la crisis de la pandemia de la covid. No es una casualidad que todos los Pactos de Estado de la democracia española se hayan producido siempre con el PSOE en la oposición y el PP en el Gobierno, sin que la derecha haya correspondido nunca con reciprocidad.
Ni siquiera es lo esencial que sea especialmente enervante que el PP, en su desvarío, invoque ahora la LO 3/86 (de “Medidas Especiales en materia de Salud Pública”), que acompañó a la Ley General de Sanidad hace 35 años, cuando todas las columnas de nuestro Estado social fueron puestas en pie por Gobiernos socialistas y el invariable voto en contra de AP, saurio antecesor del PP. Esa ley, ya aplicada, autoriza, sí, a adoptar medidas extraordinarias, con intervención judicial, sobre personas concretas que hayan tenido contacto directo con una epidemia. Pero no resulta idónea para imponer las restricciones generales a la movilidad que se han mostrado decisivas para “doblar la curva” álgida de la pandemia, como en efecto hemos hecho mediante el estado de alarma, con sacrificio de tantos, y en especial de los abnegados servidores de nuestra Sanidad Pública, que la derecha ha maltratado.
Lo crucial aquí es que el PP, con olímpico desprecio a la evidencia y el rigor, traspasa una línea roja contra la imagen de España en Europa ¡Y que lo hace desde Europa y al mismo tiempo contra Europa, trastocando o subvirtiendo la funcionalidad del PE como legislador en materias europeas para irradiar su empecinada crispación de “todo vale” contra el Gobierno que las urnas pusieron en otras manos!
Porque no se viene al PE a criticar España. EL PE es otra cosa, y aquí venimos a otra cosa. Al embarrar el campo del escenario europeo con su obsesiva fijación de erosionar al Gobierno de coalición. ¡Un Gobierno, no se olvide, que es hiperminoritario! Presentándolo como un Gobierno cuasidictatorial, el PP falta a la verdad. No es verdad que en España impere una “dictadura” (nunca ha habido un Gobierno tan escaso de apoyos parlamentarios, tan obligado a negociar y a pactar todo y con todos, en un ejercicio constante de realismo, humildad, convicción y pragmatismo, con un Estado de alarma constitucionalizado, renovado seis veces por el Congreso de los Diputados en otras tantas votaciones negociadas escaño a escaño), como tampoco es verdad que en España los controles constitucionales se hayan disuelto o suspendido...
Es lo que nos faltaba: el PP falta a su cita con el europeísmo de nuestra ciudadanía, que es lo que nos trajo al PE.
Publicado en Huffington Post