¿Acaso no sacude la conciencia de quienes pueden decidir un incremento histórico del techo de gasto europeo esa afluencia de tribunas y opiniones expertas que pronostican que o la UE responde, de manera común y con recursos suficientes ante el Covid-19, o no sobrevivirá?
En las casi siete décadas que suma el proyecto europeo nunca habíamos asistido a una prueba existencial tan sobrediagnosticada: ¡No hay una sola voz europeísta que no advierta, en todas las lenguas oficiales de la UE, que Europa debe actuar dando prueba de vida a riesgo de su inanidad, su desmoronamiento ante sus contradicciones, y la desafección del público que la sostiene: la ciudadanía europea. De modo que “es ahora o nunca” (if not now, when?), y el envite es “todo o nada” (“susto o muerte”, make or break).
La resaca de la Pascua en el euroconfinamiento arranca marcada por la extenuante prolongación de los esfuerzos nacionales por “doblegar la curva”... y la expectativa de acuerdos de “envergadura histórica” (Eurogrupo, Consejo Europeo) para respaldar la promesa de un mañana de esperanza para el proyecto europeo: ¡dinero extra, presupuestos, recursos propios, liquidez, financiación no condicionada (sin Memorandums of Undertestanding, ni Hombres de Negro, ni ninguna imposición de recortes de sector público ni se servicios sociales para pagar los préstamos)! De esto va la disputa, pero no solo: también de voluntad para hacer, y de liderazgo a la vista.
¿Dónde nos encontramos? Durante la Semana Santa, el Eurogrupo se asomó, tras discusiones agónicas, a una botella medio llena. Su acuerdo, el primero alcanzado, puede y debe ser valorado desde la responsabilidad. Moviliza a la UE en la dirección correcta de la historia: 500.000 millones de euros con toda la batería de instrumentos disponibles: el MEDE pactado en 2012 por Tratado Intergubernamental (extramuros del acervo de la UE), el BEI y el previsto factor multiplicador de la inversión privada y la intermediación financiera de las entidades de crédito. Esta decisión se suma a la garantía de liquidez prácticamente ilimitada y con tipos bajos e interés adelantada (a fuerza, ahorcan) por el BCE (que suma hasta 1 billón de euros), y a los ya anunciados Fondos SURE (seguro europeo de prestaciones por desempleo que deberán ser asumidos por los estados miembros -EE.MM.- más afectados por la crisis) y 400 millones de euros para investigación sanitaria y combate a la pandemia.
Cabe apreciar -debe hacerse- la prontitud comparativa en la adopción de una primera batería de respuestas frente la secuencia doliente descrita en la Gran Recesión (2009) y la imposición de la estrategia (tan cruelmente antisocial) de la austeridad recesiva (a partir de 2010). De aquellos terribles errores (de cuyas consecuencias aún nos estábamos recuperando) hemos pasado ahora a un enérgico debate. Y ahí está abierto en canal y expuestas sus bases ideológicas: entre los autodenominados “frugales “ (esa Liga Hanseática liderada por la posición ordoliberal de Alemania, conservadora en Austria y ultraliberal en Países Bajos) y los gobiernos -Pedro Sánchez en España, Antonio Costa en Portugal, Giuseppe Conte en Italia-, amigos de la cohesión, que en esta ocasión han tenido (también aquí hemos aprendido de los sufrimientos tremendos que se nos impusieron durante la Gran Recesión) el cuajo y coraje de plantarse. Y el de llamar por su nombre a quienes pretenden reeditar frente al Covid-19 el mismo recetario sádico.
Atronadora, al respecto, la indignación de Antonio Costa con su homólogo holandés, el ultraliberal Marc Rutte: “¿Acaso quiere irse de la UE? ¿Acaso quiere disolverla? ¿Acaso hace falta una UE de este tamaño si es que sólo puede dar la cara ante cuestiones pequeñitas, pero nunca ante una grande? Ante una crisis exógena de manual, como esta de la que nadie es culpable, ante un desafío común, ¿aún no ha comprendido nada?”.
Fondos adicionales, recursos propios de la UE, liquidez para pagar los gastos inexorables (inversión reparadora de los estragos sociales), préstamos para endeudarse para la recuperación y “relajación” (flexibilizar, posponiendo sus plazos) de los llamados “parámetros” de reducción de deuda pública y déficit. Todo eso, y más, es lo que describe lo que ya empieza a llamarse “revolución” en la UE: incrementar el “techo de gasto” ¡hasta un 2% del PIB de la UE! (en toda su historia, nunca ha conseguido hasta ahora desclavarse de sus límites en torno al 1%, raquítico en relación a su ambición proclamada). Esa y no otra es, a juicio de los europeístas en tiempos de coronavius (con todos los socialistas y progresistas a bordo), la medida de la respuesta común que delinea el alfa y omega de este test existencial para el entero proyecto supranacional europeo.
Un dato, el más positivo, es que, en todo caso el MEDE resulta revisado ahora en cuanto a su condicionalidad (la que, en la Gran Recesión, impuso a los prestatarios sus draconianos MoUs con sus Hombres de Negro, y sus penalizaciones despiadadas frente a las desviaciones de gasto). Bajo el esquema acordado, los EE.MM. podrán financiarse sin ningún otro requisito (ninguna otra “condición”) que invertir en protección social contra la pandemia, paliar sus daños, cicatrizar y regenerar el tejido destruido por la cesación abrupta de tantas expectativas truncadas.
Debe afirmarse, sin embargo, que todavía a estas alturas todo cuanto se ha acordado permanece muy por debajo del umbral socialista de exigencia, tanto en la cantidad (los recursos ya comprometidos) como en la solidaridad frente al desafío común al que no solo nadie escapa, sino que no cabe ante él un “sálvese quien pueda” que no equivalga a un rebato de suicidio colectivo. El compromiso social mostrado, en las pruebas más duras, por gobiernos progresistas como los de España, Portugal y (en este caso, también) Italia, no puede ser penalizado a futuro recortando los derechos de las generaciones más jóvenes o venideras.
¡Por eso pedimos aún más! Lideramos la batalla por los eurobonos (deuda pública europea, mutualizada en sus garantías por un Tesoro europeo) y una red de protección común contra los ataques especulativos contra la deuda nacional por mercados predatorios y su ulterior exposición a las agencias de rating. Por eso celebramos la determinación con que los jefes de Gobierno de España y de Portugal, Pedro Sánchez y Antonio Costa, se enfrentan en el Consejo a las posiciones abyectas de los llamados “frugales”. Porque es “miserable, mezquino y cobarde” (editorial de Spiegel en 4 lenguas) que esa Liga no comprenda ni el interés de la UE en su propia supervivencia ni su propia autodefensa.
El arrogante ministro holandés Hoepkra, al frente de un caso obsceno de dumping fiscal en la UE (agressive tax planning, detrayendo recursos fiscales de sus socios y vecinos europeos) pretende, en su desfachatez, que “si los EE.MM. del sur carecen de margen fiscal es por ser manirrotos, por su maladmimistration”: ¡Y aún tiene la jeta de advertir “contra el populismo electoral” quien es ministro de Hacienda en un Gobierno (Países Bajos) lastrado por la extrema derecha nacionalista flamenca, que teme perder las elecciones si osa la menor concesión a la solidaridad europea que es la razón de ser de la UE, ante un reto compartido!
Sí, efectivamente, queda mucho por hacer, pero el Consejo Europeo debe entender que la UE está expuesta a su examen más severo, pues ahora arriesga ya no solamente su crédito (menguado y malherido) ante la ciudadanía, sino su propia supervivencia.