Ante la enormidad y complejidad de este reto, no valen simplificaciones.
El pleno de marzo de Estrasburgo arranca esta semana...en Bruselas, extraordinaria circunstancia determinada por la abrupta crisis del coronavirus. Estrechados sus márgenes y su orden del día por las restricciones impuestas por las autoridades competentes del Parlamento Europeo (presidente del PE y Bureau/Mesa, y Conferencia de Presidentes/Junta de Portavoces), el pleno prescinde esta vez de votos legislativos, pero no de dos debates políticos sustantivos: uno, sobre la propia emergencia de la pandemia global (OMS dixit) y sus consecuencias en todos los órdenes (institucional, social, económico, cultural); y otro, del que me ocupo, sobre el más reciente -enésimo- episodio de afluencia migratoria y de refugio en esa miríada de islas y mares que delinea la frontera entre Grecia (que es la UE) y Turquía (nuestro vecino).
Ante la enormidad y complejidad de este reto, no valen simplificaciones. Ni basta con señalar culpas (“¡Erdogan!”, “¡Mitsotakis!”, “¡Esta UE!”), ni siquiera so pretexto de nuestra auto-absolución o del lavado de cara de la consciencia propia por la vía facilona de los discursos ampulosos, vibrantes, grandilocuentes... por más que estos sean la costumbre y hasta el precio inevitable en la ritualización de los debates del PE en torno la mal llamada “crisis de los refugiados” que alcanzó su punto álgido en 2015.
Y así es. A lo largo de esta crisis, en cada pleno del PE resuenan mil jeremiadas en todas las lenguas de la UE: ¡Protestas de indignación, enardecidas soflamas de paciencia colmatada ante la inacción y/o ante la iniquidad de la (no)respuesta europea! Enfervorizados discursos se suceden a todo lo ancho del espectro de la representación del PE, contrastando, por un lado, la competición teatral de indignación polifónica ante las recurrentes tragedias humanitarias (“¡vergüenza!”, escuchamos a gritos); frente a, por otro lado, exabruptos despiadados de una extrema derecha cuyo fuel es el odio a migrantes y refugiados, propugnando mano dura, rechazo, defensa y cierre de fronteras.
¡Renunciemos pues, por vano, al ritual ejercicio de tanta “santa indignación” ante el naufragio de la UE en aguas de las Islas Griegas! Y procedamos, por partes, a la disección multifactorial de la responsabilidad ante lo que está ocurriendo, y de las respuestas pendientes en el corto y medio plazo.
Ante todo, Turquía no es un Estado Miembro (EM) de la UE, aunque sí lo es del Consejo de Europa (como lo es Rusia, contra cuyas tropas batallan las de Erdogan en Siria) ...como también lo es de la OTAN. Su obsceno “chantaje a la UE” instrumentaliza el dolor y la desesperación de miles de seres humanos a quienes nada queda sino una brizna frágil de esperanza a la que aferrarse, acarreándolos en autobuses hasta la misma frontera con Grecia para presionar a la UE a fin de proporcionar a Erdogan las garantías estratégicas que persigue tanto en Siria (contra Bashir Al Assad) como en su confrontación con Putin.
Dicho esto, nada de lo sucedido, por doloroso y tremendo que resulta, autoriza a ignorar el esfuerzo de Turquía (lleva invertidos 40.000 millones de euros en atender refugiados procedentes no solo de Siria, sino de su vecindario más remoto: Afganistán, Pakistán, Bangladesh...), ni su cuantioso sacrificio (sostiene fronteras vulnerables en una región inestable, minada por mil conflictos cronificados y sangrientos). Soporta en su territorio 3,7 millones de desplazados de la Guerra en Siria, en la que el Gobierno de Erdogan se ha involucrado plenamente y comparte responsabilidades tanto en el desarrollo de operaciones bélicas como en sus resultados.
Grecia es, en cambio, un EM de la UE; es UE; no es un país tercero, lo que significa, sin más, que su frontera es la nuestra, la de la UE; la de todos. Que sus problemas son nuestros. Y que sus tribulaciones reclaman y merecen nuestra solidaridad (como taxativamente ordena el mandato contenido en el art.80 TFUE), la de toda la UE y sus EEMM, así como exigen también la responsabilidad compartida sobre los contingentes de irregulares y potenciales demandantes de asilo que se hacinan en los HotSpots de las Islas Griegas (notoriamente, en Moria, Lesbos, con casi 30000 personas en una instalación para apenas 2500) ¡Porque, en efecto, es el virus de la insolidaridad el que devora a la UE, desmoronando su crédito en tantas ocasiones perdidas!
La frontera greco-turca ha devenido un stress test para una UE desdibujada, una vez más, en tiempos de coronavirus. La voluntad de Europa que tanto echamos de menos vuelve a encallar, y naufraga. Resulta singularmente indignante-y rechazable, por tanto- la tibia reacción de la Comisión Von Der Layen (VDL), con su inaceptable lenguaje (“¡sois el escudo de Europa”!!!), que es cómplice de los desmanes de la ultraderecha griega para regocijo del nacionalismo iliberal y reaccionario, cuya deshumanización de los migrantes y desplazados ha sido alentada por la connivencia de las autoridades helenas con las mesnadas neonazis.
Ciertamente, Grecia se halla hace tiempo desbordada. Sus capacidades nacionales de respuesta fueron drásticamente menguadas por los crueles años de la austeridad recesiva (2010-2018) y por el empobrecimiento al que se la sometió, en la que vio demediado su PIB en apenas seis años -atestiguan ese hartazgo los vecinos de la isla de Lesbos, que expresan su exasperación ante la sensación de sentirse abandonados a su suerte-. Y ese y no otro es el síndrome que, por turnos, ha venido sacudiendo a los EEMM con fronteras exteriores de la UE vulnerables ante la arribada irregular de migrantes por el Mediterráneo: ¡Grecia, Chipre, Malta, Italia, España...!
Pero vayamos ahora al corto plazo. Ante todo: Grecia no necesita “solidaridad” retórica. Una cosa es apoyar a Grecia y otra, muy distinta, apoyar de modo acrítico e incondicional cualquier cosa que hagan las autoridades griegas... o los neonazis griegos, que, ebrios de violencia xenófoba, intentan repeler la “avalancha” devolviéndoles al mar a tiros o con gases lacrimógenos: ¡La UE no puede validar ninguna de esas prácticas! ¡No puede condonarlas ni por acción ni por omisión!
¡Grecia debe saber que la suspensión temporal del derecho de asilo no es una opción disponible! Es contraria al Derecho internacional humanitario -Convención de Ginebra de Protección del Refugiado (1951) y Protocolo de NY (1967)-; pero es contraria también al propio Derecho de la UE (art.18 CDFUE, Asylum Package, ELSJ del TFUE).Y ha de saber también que la invocación del art.78.3 TFUE (“medidas extraordinarias” ante un incremento de la presión migratoria) no autoriza a ningún EM a adoptar esas decisiones unilateralmente: ¡ha de proponerlas la Comisión y acordarlas el Consejo previa consulta al PE!
También en el corto plazo, Grecia necesita urgentemente la apertura de corredores humanitarios para 30.000 refugiados atrapados en sus islas de manera insostenible. Y la adopción inmediata de un programa vinculante y obligatorio de realojamientos para la descongestión inmediata de sus saturadas capacidades de acogida. Un programa orientado en primer término a las personas más vulnerables (menores no acompañados; niños con madres solas: familias requeridas de atención inmediata...). Y la movilización de los Fondos europeos diseñados estos años, con partidas extraordinarias de financiación disponible (Fondo de Asilo y Refugio/AMIF: con 350 millones de euros; Fondo de Seguridad Interior/IMF). Y el compromiso humanitario del personal asignado para la garantía de derechos fundamentales de la Agencia Europea de Fronteras y Guardacostas (Frontex), que ha resuelto desplegar hasta 10.000 efectivos.
En cuanto al medio plazo, Turquía, sí, reclama diálogo y cooperación. Debe abordarlo la UE, haciéndose respetar: sin cooperar con Turquía esta crisis regurgitará en la primera curva del camino. Deben movilizarse los fondos comprometidos por el Consejo de la UE, que no son para Erdogan o su Gobierno, sino para la atención de los millones de desplazados, migrantes y demandantes de refugio que se hacinan en su territorio. Pero Turquía ha de saber también que la presión por la vía de los hechos es totalmente inaceptable y contraproducente. Y la UE ha de actuar sin renunciar a sus valores ni ignorar su Derecho: ¡hacerse respetar significa, ante todo, respetar rigurosamente el Derecho internacional y el Derecho europeo en vigor!
También en el medio plazo, pero sin dilación, la Comisión debe presentar cuanto antes su prometido “Asylum& Migration Pact” (Comisión VDL Working Programme 2019/2024), y liderar el desbloqueo de la renovación y puesta al día del Asylum Package por parte del Consejo. Exigiendo de una vez solidaridad y responsabilidad compartida (art.80 TFUE) como pilares irrenunciables de un nuevo Reglamento de Dublín, toda vez que las insuficiencias y obsolescencias del actual sistema de responsabilidad en la gestión y prestaciones delos demandantes de asilo (y/o de sus posteriores “movimientos secundarios”) han venido denunciándose desde hace demasiados años,
El PE ya ha hecho, para ello, su parte del trabajo. ¿Cuándo harán su parte la Comisión, “guardiana de los Tratados europeos”, y el Consejo, colegislador con el PE sin el que ninguna respuesta dejará de ser, como hasta ahora, insuficiente, tardía, provisional, fragmentaria?
Publicado en Huffington Post