Muchos europeístas echamos de menos la ausencia de un discurso valiente y abiertamente europeísta por parte de Jeremy Corbyn.
25-29 de noviembre de 2019. Semana de Pleno del Parlamento Europeo (PE) en Estrasburgo. Como siempre, un orden del día muy cargado de debates y de votos coexiste con otras cuestiones políticas de calado y magnitud que, soterradamente, recorren las conversaciones y los pasillos. Tres procesos electorales en otros tantos Estados miembros (EEMM) suscitan preocupaciones transversales a lo largo y ancho de los diferentes Grupos parlamentarios de la Eurocámara, y otras tantas reflexiones que merecen comentario. Dos de ellos muy recientes en el tiempo: 10-N, elecciones generales en España, y 22-N, presidenciales en Rumanía; y otro, aún pendiente, ya muy próximo, 10D, elecciones legislativas en el Reino Unido (RU), en una enésima prórroga del interminable Brexit.
Hace tiempo que a l@s eurodiputad@s español@s nos cuesta entablar conversación sin que se nos pregunte acerca del intrincado recorrido de estos años que nos han cambiado en casi todo, y no ciertamente a mejor: ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Como la cuestión catalana ha llegado hasta este extremo de dominar la agenda política, electoral y parlamentaria, no solo en Cataluña, sino en toda España? ¿Cómo ha podido causar un deterioro así de grave contra nuestra trabajosa imagen distanciada de demonios familiares y fantasmas del pasado: la imagen de llegar a ser, por fin, un país avanzado, plural, abierto, convivencial y diverso al mismo tiempo?
Y, pese a las dificultades impuestas por la recurrencia de estos interrogantes, en cada conversación se reconoce también que dos victorias sucesivas en elecciones generales del PSOE y de Pedro Sánchez, su candidato a la presidencia del Gobierno (las del 28-A y del reciente 10-N, además de las sumadas en las elecciones locales autonómicas, y europeas, del 28-M) resultan en sí un indicador de resiliencia en la respuesta europea y europeísta del socialismo español. Especialmente remarcable en un contexto nacional -España, aquí y ahora- singularmente castigado por la larga austeridad y por las desigualdades (sociales, territoriales y generacionales) exasperadas por la abyecta y contumaz respuesta del austericidio a la crisis europea tras la Gran Recesión.
El descalabro socialista en las presidenciales rumanas sugiere una clave distinta: la que describe hasta qué punto toda falta de coraje en la inequívoca defensa de un compromiso europeo y europeísta en valores (que incluye leyes de igualdad, iniciativas progresistas para la integración de la diversidad -población Roma (comunidades gitanas), LGTBI, matrimonio igualitario... y una lucha sin cuartel contra toda corrupción y enriquecimiento ilícito en el ejercicio de cargos- conduce a toda formación de signo socialdemócrata a un desfallecimiento de la credibilidad de su marca y al consiguiente perjuicio del entero proyecto socialdemócrata en la UE.
La consecuencia del abrupto declive de los socialistas rumanos tras casi una década de permanencia en el Ejecutivo -una moción de censura con cambio de liderazgo y de signo en el Gobierno, y presidenciales con triunfo de la derecha con candidato liberal-, ha acarreado la pérdida de uno de los preciados asientos socialdemócratas en la Comisión Europea, puesto que la propuesta para ocupar una cartera de procedencia rumana pasó definitivamente a manos conservadoras.
Ahora la preocupación gira de nuevo en torno a RU y a su todavía incierta escotilla de salida de su laberinto del Brexit. He descrito muchas veces la desdichada secuencia que conduce a la salida de RU de la UE como un genuino antimodelo de negociación negativa: Lose-Lose Negotiation, todo lo contrario a Win-Win. Sin sombra de valor añadido en la desembocadura. Un prolongado ejercicio de irracionalidad, a quien nadie acierta a tiempo a poner freno y marcha atrás, en el que los actores de una negociación carecen de estímulos recíprocos para atraer posiciones hacia e entendimiento, pero acuden a la mesa sin poder ponerle coto al daño que mutuamente se hacen, como si se tratase de un destino inevitable.
Y, sin embargo, este paisaje ciertamente indeseable que hace presentir el Brexit como un camino sin retorno (desde que tuviera lugar el referéndum convocado por el PM David Cameron aquel 23 de junio de 2016 en un ejercicio rayano en el sinsentido estúpido y la irresponsabilidad) hubiese sido en todo caso menos desesperanzador de haber contado el Labour Party con un liderazgo proeuropeo capaz de ofrecer cobijo contra la tormenta eurófoba de la extrema derecha nacionalista británica (UKIP, Nigel Farage, aun hoy miembro del PE) a l@s millones de británic@s que querían y aun hoy quieren disfrutar de su ciudadanía europea y de sus identidades compatibles: británica y europea. Sin conflicto ni exclusión de la una con la otra.
La moraleja es clara: toda ambigüedad, tibieza, no digamos cobardía, a la hora de trazar la línea diferencial con los oponentes políticos -la derecha conservadora, el populismo reaccionario, el nacionalismo eurófobo- en cuestiones medulares para la identidad socialdemócrata deriva inexorablemente en deterioro electoral. Y en su negativo impacto en la recuperación de la familia socialista y socialdemócrata europea, de su alternativa progresista frente a la prolongada hegemonía conservadora y, lo que es aún más grave, de su proclamado propósito de restaurar cuantos antes el arrumbado y erosionado modelo social europeo.
Y no es difícil explicarlo si se leen con claridad las lecciones europeas que estos últimos años arrojan sobre esa identidad socialdemócrata, sujeta, es verdad, a los cambios impuestos por la realidad, pero fiel a sus valores.
La identidad socialdemócrata ha de ser por definición igualitaria (rebelde contra la injusticia de la desigualdad y de los privilegios, amiga de ciudadanías libres e iguales en derechos y en oportunidades, enemiga de explotar el reaccionario y supremacista instinto de ser “diferente” y “mejor” en tu identidad primera que cualquiera que no quepa en ese pretendido o real círculo identitario). Ha de ser progresista (amiga de liderar cambios inexorables, no de explotar un reaccionario instinto de pánico ante ellos). Y ha de ser europeísta e internacionalista (amiga de tejer círculos concéntricos de solidaridad cohesiva e inclusiva y no de rechazar a quienes, por su nacimiento, raza, lengua, religión, sean estigmatizados como si se tratase de strangers in paradise, extraños en tu paraíso). Si no acierta en el balance y fuerza de estos vectores, una formación que reclame la marca socialdemócrata acabará enajenando apoyos sin atraer compensación ni “justo medio”.
Es por ello que, cualquiera que sea el resultado de las elecciones del 10D en RU, muchos europeístas hemos echado -y echamos- tanto de menos la ausencia de un discurso valiente y abiertamente europeísta en el actual liderazgo del Partido Laborista (Jeremy Corbyn) que marque una diferencia frontal frente al fanatismo nacionalista cerril con que el actual liderazgo Tory (Boris Johnson) se ha embarcado en una apuesta de salida sí o sí de la UE cuanto antes: Brexit!, Deal or no deal! No matter what! And whatever the cost!
Es como si en su cerrazón ciega para provocar a cualquier coste, con acuerdo o sin acuerdo, la separación de RU frente al resto de la UE, el PM Johnson y los Tories se mostrasen dispuestos a pagar el precio de quebranto de su propia cohesión territorial (la reactivación de la independencia de Escocia), social y generacional: Dispuestos, sin mirar el coste, a lo que quiera que sea, con tal de culminar su designio de cara a la ruptura de amarras con esa historia de éxito que describió la integración supranacional europea durante sus mejores décadas.
Muchos socialdemócratas y socialistas europeos nos manifestamos convencidos de que ni el Labour ni Corbyn estarían tan detrás del atrabiliario Johnson y su lesivo populismo Tory si, además de su promesa de cambio radical, económico, social, fiscal, tributario, el laborismo y su líder hubiesen plantado cara a la pesadilla distópica del interminable Brexit con una alternativa clara: compromiso europeísta, en sus valores y principios, y permanencia en la UE.
Publicado en Huffington Post