José Ortega y Gasset, filósofo de referencia en el pensamiento español del s. XX, dejó escrito: "el verdadero revolucionario no es quien sólo se rebela contra los abusos (eso lo hace cualquiera), sino quien se rebela contra los usos". Y nada hay, en efecto, más revolucionario que el feminismo: una rebelión radical contra los usos machistas.
Desde esta perspectiva, a la vista de los cambios época a que venimos asistiendo en la globalización (digitalización, robotización, cuarta revolución industrial y del trabajo...) sigue siendo, como siempre, un acto revolucionarioapostar en todas partes por la radicalmente igual dignidad de las personas. De todas, sin distinción de sexo, de género u orientación sexual, entre otras tradicionales barreras de segregación y discriminación.
Si el feminismo como lucha no necesita adjetivos, tampoco el machismo precisa, como mal a combatir, ninguna sofisticada descomposición factorial ("estructural", "patriarcal", "micromachismo cotidiano"..., sigue siendo machismo). Y, sin embargo, es evidente que en todo el mundo campean terribles desigualdades, desde la noche de la historia hasta cada día que amanece. Y que la discriminación que pesa sobre las mujeres resulta más lacerante en muchas otras latitudes de cuanto lo es en la UE o, singularmente, en la España de este siglo XXI. Pero también que, aquí y ahora, todo combate frontal contra las desigualdades que padecen las mujeres sigue siendo una causa, en sí, revolucionaria.
Imbatiblemente, por motivos y razones tan inapelables como palmarias, la jornada del 8-M domina el arranque de marzo en la España que se mueve. Está ahí para quedarse. Aunque la fijación de la fecha en el calendario de citas de memoria y movilización se remonte tiempo atrás, ha sido en los últimos años cuando ha venido a adquirir la imponente envergadura fenoménica en la que nos reconocemos. El 8-M moviliza como pocas -o como ninguna otra- de entre las causas transversales de inmensa inspiración y alcance. Ninguna convocatoria directamente asociada a un partido o sindicato -por necesaria que sea cada 1 de mayo la conciencia de la dignidad del trabajo y la defensa sindical de la negociación colectiva-, nos mueve como lo hace ahora la reivindicación asociada a la igualdad y a la remoción de barreras de discriminación vinculada al 8-M, o como lo hace en julio el "orgullo" LGTBI.
Desde la irrupción en la historia de los conceptos metafóricos de la "derecha" y la "izquierda" (en la Asamblea que surge de la Revolución Francesa en 1789), la identidad y razón de ser de la izquierda (y el socialismo) se reclama sobre todo por su pasión por la igualdad y por su rebelión contra las injusticias causadas por la desigualdad. Para el valor de la Justicia, ninguna injusticia queda nunca lo bastante lejos: y ninguna justicia puede haber si no es igual para todos y todas. Por lo que la convicción motivadora de una radicalmente igual dignidad de todos los seres humanos sigue manteniendo hoy -en España, en todas partes- cuentas que saldar con la libre igualdad de las mujeres en derechos y en oportunidades, en la que ninguna conquista está asegurada para siempre y en la que, o se pelea cada avance y se defiende cada palmo, o se arriesga el retroceso o el derribo por asalto.
La Constitución Española de 1978 es terminante al respecto. Sus arts. 1.1, 9.2, 14, 32, 35 y 149.1.1 exaltan la plena igualdad y prohíben la discriminación por razón de sexo. El Tratado de Lisboa (Constitución Europea) es asimismo taxativo: la UE se fundamenta en la igualdad y prohibición de discriminación, sea por razón de sexo u "orientación sexual" (arts.20 y 23 CDFUE). No huelga nunca recordar que los avances en materia de igualdad de las mujeres en el transcurso de las cuatro décadas de Constitución en la sociedad española han llevado siempre el sello de un Gobierno Socialista; ni que, invariablemente, la(s) derecha(s) del momento votaron NO; siempre en contra, interponiendo además su recurso ante el TC que acabará respaldando, una vez y otra vez, la constitucionalidad de cada paso adelante promovido por la izquierda en pro de una igualdad más real y efectiva (art.9.2 CE).
Y, sin embargo, es evidente que, tras 40 años desde la Constitución y 62 cumplidos desde los Tratados de Roma (1957), la realidad está ahí para interpelar la eficacia y cumplimiento de las normas: violencia machista, brecha salarial, barreras contra las mujeres en el mundo del empleo y en la promoción a través del trabajo, en el derecho a igual salario por igual trabajo, en el acceso a la cumbre y a posiciones directivas tanto en el sector público como en el sector privado, y en inseguridad frente al abuso y en exposición a los embates del machismo cotidiano... Persisten, tras todos estos años, los insoportables estigmas del doble rasero y la doble vara de medir en prácticamente todas las facetas de la vida individual y colectiva: algunos groseros y burdos, otros quizá menos obvios... Pero, mientras ahí sigan, la lucha seguirá siendo justa, inaplazable, imprescindible. En esa batalla justa, en esa battle worthfighting, sean todos los días 8-M.
La movilización del 8-M recuerda en plazas y calles, tal como se ha repetido incansablemente, que hay que defender lo alcanzado con uñas, dientes... ¡y votos!; y que nos queda todavía muchísimo por hacer. Subrayo aquí solo dos retos, abiertos, por intangibles:
a) Socialización del valor radical de la igualdad en la educación y en el curso del proceso educativo de nuestros hijos e hijas (como ordena el art.27.2 CE); tanto en la familia como en la escuela y conjunto del sistema educativo, haciendo partícipes de ello tanto los roles masculinos (los padres y profesorado) como los femeninos (las madres y profesorado) en la conformación y transmisión de valores de plena igualdad de todas y todos, en todo;
b) Conciliación igualitaria en la vida laboral, personal y familiar; e implicación activa de cada vez más hombres en la lucha en plenitud por la radical igualdad: como se ha subrayado con tanta justicia estos días, un hombre nuevo, feminista, es esencial para la causa justa del feminismo, la más revolucionaria para la humanidad en el siglo XXI.
Publicado en Huffington Post