A finales de octubre de 2018, el Parlamento Europeo (PE) aprobó una impactante Resolución contra el auge del neofascismo y la violencia de extrema derecha en la UE. Afronta su embestida contra sus valores fundacionales, y urge a los Estados miembros (EE.MM) y a las Instituciones a prevenir y combatir la semilla del odio.
Sobran motivos de alerta ante el resurgimiento de los fantasmas que devastaron Europa en el pasado. Cerca ya las elecciones europeas de mayo de 2019, se multiplican las tribunas que reaniman un debate añejo acerca de los retos para la democracia a escala supranacional: sobre su viabilidad, incluso. La disputa excede los confines de la legitimación de la construcción europea y del refuerzo de sus cauces de participación, electoral (declinante en las últimas convocatorias) y cívica (procedimientos de consulta abierta): apunta a sus condiciones de existencia para que sea posible su control por una ciudadanía informada. Importa saber por qué esta secuencia preocupa, y cuánto, a quien la representa.
Desde la entrada en vigor del Tratado de Lisboa, en 2009, el PE -que cumple 40 años de su elección directa por sufragio universal- ha pasado a ser no sólo el más potente de su historia, sino el de mayor influencia por su acción legislativa en toda Europa. La Carta de Derechos Fundamentales y el Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia ilustran con fuerza este salto. El PE no conoce hoy ningún déficit de legitimación de origen: ¡es el único órgano de la arquitectura europea directamente electivo!. Tampoco competencial: legisla en materias y ámbitos más extensos que nunca (penal, procesal penal, derechos y garantías...). La mayor parte de las leyes de Parlamentos nacionales de los EE.MM deriva de la transposición de la normativa europea. La actual Legislatura de las Cortes Generales lo prueba contundentemente.
Pero la democracia en la UE afronta, con la inminente elección del próximo PE, otros desafíos distintos -y sin embargo reales- que penden de transformaciones enormes del proceso decisorio. ¡Por eso esas elecciones imponen un test existencial a Europa!: como efecto del derrumbe de participación, los escaños antieuropeos crecieron en 2009 a rebufo del arranque de la Gran Recesión que dio paso a la peor crisis que habíamos sufrido hasta ahora; sumaron aún más en 2014, y su amenaza es crítica en 2019. Son muchos los analistas que advierten que ésta pueda ser la primera vez en que sean más numerosos que los europeístas. Y es sólo un magro paliativo el que la ultraderecha nacionalista y eurófoba se muestre hoy tan dividida (hay tres Grupos en el PE a la derecha del PP: ECR, EFDD y EFN) como las fuerzas proeuropeas.
¿Qué cambio de época hay detrás de este seísmo en el paisaje electoral?
1. Hace tiempo que en el PE asumimos como un hecho los factores de orden demográfico: el envejecimiento y el ensanche de la brecha generacional han multiplicado los jóvenes sin oportunidades, en quienes ya no funciona la épica de la reconciliación y la paz francoalemana de los años aurorales, en el temor (fundado) de que nunca alcanzarán las cotas de bienestar y seguridad precedentes ni devengarán por tanto las pensiones de sus mayores. Y a los padres angustiados con que sus hijos/as no lleguen nunca a vivir como lo han hecho ellos. Es evidente que este miedo subyace al actual divorcio entre los datos reales y la percepción (refractaria) ante la denominada crisis de los refugiados.
2. Sólo más recientemente hemos pasado a discutir cómo encarar los factores de orden tecnológico. La revolución cibernética ha residenciado en las redes la comunicación social. Y con la floración de fake news y deep fake se ha abierto paso a nuevas formas de manipulación masiva e intoxicación de opinión sobre falsedades exentas de ningún contraste de veracidad. En la medida en que se acomoden a los propios prejuicios (se engaña quien quiere serlo), ha generado una dislocación sin precedentes entre hechos y espejismos. De nuevo el hecho migratorio en la UE es un ejemplo supremo de esta disociación entre el rigor de las cifras y las impresiones dominantes. Según las cifras de ACNUR y de la OIM ante el PE, ha habido 180.000 arribadas de inmigrantes irregulares a mitad de 2018, frente a 218.000 retornos con readmisión: son cantidades asumibles que deberían desmentir el actual zafarrancho de pánico y políticas de negación. E instarnos a combatir la explotación del miedo al “descontrol” en fronteras y a la “invasión” de la UE.
3. Pero toca ahora acometer los factores más políticos. Cada vez son más quienes asumen la disolución del eje de confrontación tradicional derecha vs. izquierda, y su desplazamiento por el eje identitario: ellos vs. nosotros. ¡Un otro al que podamos odiar!. La 'gente, el pueblo´, ya no se identifica por su adscripción de clase ni por su posición ante el trabajo o el proceso productivo, sino por su pertenencia a un colectivo o una “comunidad”, genuina o “imaginaria” (como ha definido Andrei Duda, Presidente de Polonia bajo el art. 7 TUE, a la integración europea).
4. Todo lo cual nos aboca a una batalla ideológica. El auge de populismos y extrema derecha reaccionaria confluye en una agresiva ola nacionalpopulista. Se excita ante la perspectiva de la destrucción de la UE. Pretende confundir democracia con decisión por mayoría (violando las reglas de juego) y apela a fracturas binarias en referendos de protesta en los que se movilizan con más fuerza los eurófobos que los europeístas (ejemplo: el desdichado Brexit).
Lo que determina el voto ya no es, pues, el interés de mejorar las propias expectativas económicas y/o profesionales, sino la percepción de pertenecer a una entidad colectiva que sobrepasa la individualidad irresistiblemente, en términos que remedan las estructuras feudales con los que la modernidad acabó. Así, en EEUU, o Brasil: “hombre blanco amenazado”, por las “minorías” étnicas, culturales o lingüísticas, o por el feminismo empoderador de las mujeres... Conforme a esta narrativa, el eje ideológico no mueve ni decide; lo hace la pertenencia e identidad representada (real o imaginariamente) como un bastión de resistencia.
¿Es irreversible este embate? ‘¡No, ni lo es, ni podríamos aceptarlo!. Porque esta pulsión no debe ni puede ponerle epitafio a la idea de democracia constitucional decantada históricamente en Europa. Que es básica para la UE y la integración europea desde valores comunes (“criterios de Copenhague”, art. 2 TUE). Y porque, por supuesto, urge no solo acordar una respuesta conjunta ante envites epocales con consecuencias inmensas, sino sobre todo acción, voluntad transformadora. Ni inspirada en el odio ni inane ante sus violencias: positiva, convincente, y movilizadora. Y, si ha de ser adecuada a las transformaciones que acucian a la democracia a escala supranacional -interpelando incluso las bases de su pervivencia en 2019-, debe revestir, sí, escala y magnitud europea. De eso va nuestra elección.
Artículo publicado en El Español el 29 de enero 2019