La semana del 12 al 16 de enero tuvo lugar en Estrasburgo el Pleno del Parlamento Europeo (PE), con una agenda marcada por debates de singular densidad.
Próximas ya las elecciones europeas de 26 de mayo (coincidentes en España con las municipales y con las autonómicas en 13 CC.AA), el Pleno sometió a debate el balance de resultados de la Presidencia austriaca (segundo semestre de 2018), pilotada por un ejecutivo de coalición en que el conservador Sebastian Kurtz se apoya en la extrema derecha. Examinó también el programa de la última presidencia rotatoria, primera de Rumanía, con la primera ministra Viorica Dancila. Para complicarlo todo, el (esperado) rechazo del Parlamento británico al Deal negociado por la PM Theresa May con la UE dispara las incertidumbres, haciendo más verosímil que nunca la hipótesis de pesadilla de una “Brexit desordenado” el 29 de mayo. El contrapunto europeísta lo puso el intenso discurso del presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, en la ronda de debates que cada mañana de miércoles durante el Pleno de Estrasburgo, el PE ha venido sosteniendo a lo largo de esta legislatura con los jefes de gobierno de los (todavía) 28 Estados miembros (EE.MM) de la UE.
Tanto en el debate continuo sobre las presidencias austríaca y rumana (que no solamente ostenta este papel por vez primera, sino que lo hace en la que va a ser la más corta del mandato, apenas durante tres meses, puesto que a partir de abril todo girará en torno a la contienda electoral que se libra el 26 de mayo) como en la valoración política de esta recta final de Legislatura europea, gravitó una vez más la protesta (e indignación) en muchos intervinientes ante el injustificable bloqueo de la reforma del Sistema Europeo de Asilo, que bascula sobre todo en la incapacidad del Consejo (reunión de los gobiernos de los EE.MM) de acordar con el PE un mecanismo común y solidario de gestión de las demandas de asilo (superando la injusticia e inoperatividad del actual Reglamento de Dublín) que asigna esta responsabilidad al E.M de primera entrada o de primer acceso de la persona en busca de estatus de refugiado.
Ni el primer ministro austriaco ni la primera rumana pueden explicar al órgano que representa a la ciudadanía europea -el único de elección democrática directa- en qué pensaban sus antecesores cuando ratificaron el Tratado de Lisboa (TL), que ordena (arts.78, 79 y 80) un sistema integrado de fronteras exteriores y una responsabilidad común y solidaria en la gestión de migraciones y en las demandas de asilo.
Intervine en el debate para reafirmar mi convicción de que, ante el inminente test existencial que las próximas elecciones imponen a la pervivencia del proyecto europeo y a la propia UE, nada perjudica tanto su credibilidad como el divorcio entre lo que Europa promete (y ha consagrado en su Derecho en vigor) y lo que realmente hace. Del actual paisaje de insolidaridad (que es lo opuesto a la regla de la solidaridad establecida en el art.80 TFUE) y de la rebatiña de rechazo a los migrantes y demandantes de asilo a la que se han abandonado buen número de gobernantes europeos, resulta un desfallecimiento de la consistencia y crédito del Derecho de la UE y de la voluntad de Europa. El Consejo es políticamente responsable de este desaguisado; máxime cuando de lo que se trata es de estimular una mayor participación ciudadana en elecciones europeas ante las declinantes cotas que han venido registrándose durante los últimos diez años, en coincidencia no casual con la sumersión de la UE en la peor crisis de su historia, la que arrancó en 2009 con la Gran Recesión, tan profunda y duradera que ha cuestionado como nunca la irreversibilidad de la integración supranacional europea.
Ninguno de los episodios de esta denominada “crisis de los refugiados” puede resolverse a golpe de llamadas telefónicas cruzadas entre los gobiernos más sensibles por su exposición vulnerable a los tráficos ilícitos en el Mediterráneo: el gesto del Gobierno español al acoger al Aquarius o recibir una y otra vez a personas rescatadas por Open Arms o SeaWatch no basta para suplir la clamorosa ausencia de una política europea que, para empezar, debiera cumplir su Derecho en vigor, además de respetar el Derecho internacional humanitario que obliga a prestar puerto seguro y desembarco en el lugar más próximo a la operación de salvamento en la mar.
Precisamente por tan dramático deterioro alrededor de este contexto tremendo, resultó tan ilustrativo el contraste entre el crispado cruce de palabras sobre el Brexit y el europeísmo de principios que esgrimió en su exposición y debate ante el PE el jefe de gobierno español.
No corresponde al PE suplir a la House of Commons a la hora de arrojar luz sobre el túnel oscuro en que el irresponsable Cameron sumió a la sociedad británica en un referendum desdichado que sólo otro referendum mejor informado y menos tóxico que el de 23 de junio de 2016 podría enmendar (el “segundo referendum” por el que languidecen y braman quienes se todavía resisten la consumación del desastre). Sólo al Parlamento británico corresponde delinear alguna hoja de ruta para salir del laberinto en que el R.U se troncha más dividido que nunca. Parafraseando a Lincoln, la “House Divided” británica ha enfrentado al R.U sobre sus propios ejes generacionales, sociales y territoriales. Más dividido que nunca. Lección de la que aprender apoyando la unidad negociadora europea. “If there is one lesson we learn from history, is that there is some people who do not learn from history”. Los europeos europeístas debemos mostrar empatía con los millones de británicos que braman por todas las esquinas por un segundo referendum (aun cuando muchos de ellos debieron votar en junio de 2016, cuando pudieron hacerlo). Pero sobre todo debemos escarmentar en cabeza ajena.
Pedro Sánchez dejó muy buen sabor de boca. Discurso sólido, estructurado, europeísta. Combativo, y sereno. Bien frente a los intentos de traer el PE las cuitas de la confrontación española. Frente a la nostalgia del pasado, voluntad de futuro.
Publicado en Huffington Post