Las elecciones andaluzas del pasado 2 de diciembre han vuelto a certificar -levantando acta notarial- la magnitud del seísmo sobre los paisajes políticos que ha venido materializándose a todo lo ancho de la UE desde que arrancó en 2009 la "Gran Recesión" para sumergirla en la crisis más prolongada de su historia.
Tal convulsión -y su impacto en la denominada "crisis de gobernanza de la democracia representativa"- viene redefiniendo el arco de la representación. Es lo que viene sucediendo tanto en los parlamentos de los Estados Miembros (EE MM) como en el Parlamento Europeo, donde se han multiplicado los escaños eurofóbos que reverberan retóricas de nacionalismo reaccionario contra la integración supranacional europea so pretexto de "frenar" la globalización (¡!).
En el Parlamento Andaluz que surge de estas últimas elecciones no solamente ha prorrumpido una formación de signo ultraderechista en el reparto de escaños (12 de 109), sino que esos 12 se han mostrado decisivos para determinar nada menos que el cambio de Gobierno de la Junta, por vez primera en la historia de la autonomía andaluza.
En las instancias europeas se nos ha preguntado a menudo sobre la "explicación corta" (make the long story short) a lo que hasta estas elecciones aparecía como el enigma de la "anomalía española: el de la (aparente) ausencia de extrema derecha en el mapa electoral español.
Y se nos pregunta también acerca de la explicación a tan súbita ruptura de esta "excepción española" con la aparición de Vox... y sus perspectivas de escaño, de acuerdo con las encuestas, en todas las confrontaciones que se avecinan en el calendario, incluidas la elección del Parlamento Europeo el próximo 26 de mayo.
No aludo con esta cuestión al análisis político de las concausas -andaluzas, junto a otras que responden a clave nacional y europea- de los resultados del 2 de diciembre y su consiguiente impacto sobre el cambio de Gobierno en la Junta. Me refiero en exclusiva a la discusión a propósito de si ha habido o no en España una extrema derecha que venía de atrás, larvada, a la espera de ponerse de manifiesto en las urnas.
Porque esa "respuesta corta" sólo resulta posible si se conectan las dos premisas (falsables) que sustentan la pregunta:
a)- Primera: nunca fue cierto ni verdad que en la sociedad española no existiesen -a lo largo de estas décadas de democracia en España- actitudes y valores propios de extrema derecha en busca de representación: siempre estuvieron ahí, en porcentajes análogos (en torno al 12%) a los de cualquier otra democracia avanzada (y por ende conflictiva) del entorno comparado; sólo que, durante décadas, ese potencial de voto habitaba en el PP, eficientemente conglomerado en una comunión estratégica de competición con la izquierda liderada por el PSOE;
b)- Segunda: si Vox "emerge" ahora como formación política capaz de disputar con otras el espectro que bascula desde el conservadurismo hasta la reaccióncontra la globalización y algunos de sus subproductos de mayor impacto cultural e identitario, (inmigración, mestizaje, diversidad, desigualdad, empoderamiento de la mujer y feminismo, laicismo, relativismo moral...), ello trae causa, de un lado, a su desprendimiento (escisión) proveniente del PP; pero también, de otro lado, a una nueva estimación de riesgo (calculado, y asumible) de que 'fragmentando' el voto conservador (antes conglomerado todo él en el PP) pueda, ello no obstante, disputarse -y con éxito- el Gobierno de que se trate a la inestable coalición (también crecientemente fragmentada) de las fuerzas progresistas.
Precisamente por esto, por la modificación de la pauta de comportamiento de los votantes que reaccionan -en sentido regresivo- contra valores progresistas y contra políticas que apuesten por liderar los cambios con inclusión e igualdad, las elecciones europeas de mayo de 2019 serán más decisivas que nunca.
También -entre otras razones- por la batalla ideológica en torno a la pervivencia de un ideal europeo beligerante y combativo contra esa regresión involutiva y reaccionaria que viene siendo referida como "auge del fascismo" en los EE MM y en la UE.
Proeuropeo, europeísta y radicalmente antifascista son, sin lugar a dudas, señas de identidad de la izquierda y, por tanto, de la historia y la familia de los partidos socialistas que hoy se hermanan en el PES.
¡Pero habrá que decir más! Buena parte del descrédito de las formaciones "tradicionales" y más arraigadas en la historia (partidos populares, liberales, socialistas...) proviene del malestar causado por la exasperación de las desigualdades, por el desdibujamiento y prolongado arrumbamiento del "pilar social europeo" y por la degradación del (durante largas décadas distintivo y prestigioso) "modelo social europeo".
Y habrá que añadir que una parte significativa de antiguos votantes de partidos democráticos y europeístas expresa así su frustración y cabreo superlativo -sintiéndose abandonados a su suerte o a la desesperanza, amplios sectores sociales (parados de larga duración, mayores, trabajadores pobres, jóvenes, precariado...)- con una inacabada cascada de "patadas al tablero" que está redefiniendo el paisaje de la representación.
Con todo, lo más preocupante es la consecuencia terrible que de todo ello resulta: una polarización creciente en sociedades divididas por líneas no reconciliables. Una polarización que se acentúa a la luz de su contraste con una contradicción paradójica: la de la alegada "nostalgia de aquellos grandes liderazgos" capaces de "unir" ("reagrupar", "reconciliar") una sociedad plural... junto a la confrontación entre polos cada vez más radicalmente enfrentados sobre sus ejes divisorios.
La preocupación crece aún más cuando observamos que cualquier ofrecimiento de diálogo y/o entendimiento guiado por la voluntad de acuerdo es de inmediato penalizado: "tender puentes" se interpreta como un signo de "debilidad" o "tibieza"... so pena de ser castigado inmisericordemente por electores instigados hacia una "futbolización" de la política -energuménica, tribal- que la hace irrespirable. Una "futbolización" en donde la posibilidad existencial de la conversación se agosta, estrechándose día a día por los ultrasur de cada equipo. Estrangulada tanto por la infantilización del lenguaje (impuesto por las redes sociales) como por el vértigo de la inmediatez sin luz larga ni vista de medio plazo. De modo que los actores producen sin ruborizarse discursos contradictorios, por incoherentes, con lo que sostenían hasta hace apenas dos días, imponiéndose unos a otros la ley del talión o el embudo.
El paisaje que despunta -salvando todas las distancias que hay que salvar (la ausencia de una amenaza física, directa o inminente, contra la integridad e indemnidad de las personas y contra la democracia misma) recuerda al de los años 30 del pasado siglo XX. Asistimos a una imparable espiral de polarización que tensa la frágil cuerda de la convivencia y del respeto mutuo, presentando al bloque opuesto como una amenaza existencial contra "nuestros valores" y "nuestra identidad" (tal y como sucedió en el choque trágico que se produjo en España en las últimas elecciones de la II República: CEDA vs. Frente Popular).
De modo que, o lo acometemos con voluntad de remediarlo, o el paisaje derivado de tantas fracturas políticas tenderá a ser cada vez más descorazonador. Y las hasta hoy postergadas "grandes reformas" requeridas de consensos transversales -estructurales, energéticas, educativas, y constitucionales- se harán cada vez más lejanas, inviables, o imposibles. ¡Como si con 40 años de Constitución democrática los españoles del presente no hubiésemos madurado, sino tan sólo envejecido!
Publicado en Huffington Post