Vuelta al trabajo en el Parlamento Europeo; atrás, un breve receso en unas semanas de agosto que no han dado tregua alguna. El último tramo de la Legislatura en el Parlamento Europeo (PE) -las próximas elecciones europeas serán el último domingo de mayo de 2019, coincidentes en España con elecciones locales y con las autonómicas en trece comunidades autónomas- arranca empedrado, una vez más, por una nueva vuelta de tuerca antieuropea... dentro de la propia UE.
El primer pleno de Estrasburgo tras la pausa de agosto viene marcado, como es tradición, por el Debate sobre el Estado de la UE con el Presidente Juncker. Un periodo de sesiones habitualmente centrado en las cuestiones presupuestarias del correspondiente Marco Financiero Plurianual (MFP) se complicará en este año por la inminencia de un Brexit sin acuerdo y de un voto a cara de perro acerca de la aplicación del art. 7 TUE (sanciones contra los Estados miembros, EE MM, incursos en violaciones graves de los principios constitutivos de la UE) en contra de gobiernos díscolos.
Pero si un fenómeno suscita preocupación, ese es el aumento de las actitudes xenófobas, que explotan la desconfianza en el otro. Ancladas en viejos recelos, basculan hacia inveterados prejuicios contra la diversidad, la estigmatización del diferente o el racismo a cara descubierta, espoleados como nunca por un resentimiento contra la globalización ampliamente extendido entre sectores sociales que se sienten perdedores (muchos de ellos, antiguos votantes de formaciones de izquierda y del socialismo europeo).
Este es el caldo de cultivo en el que germinan con fuerza retóricas fascistizantes, con relatos y escenarios cada vez más concomitantes con lo que se padeció en Europa en el primer tercio del siglo XX. Jobbik en Hungría, Aurora Dorada en Grecia, Attak en Bulgaria, Vlaams en Holanda, Auténticos Finlandeses en Finlandia, Nuevos Demócratas en Suecia, UKIP en Reino Unido, Frente Nacional en Francia, Afd en Alemania... junto a la Lega hoy al timón del Gobierno italiano, compiten en un populismo ramplón y simplificador en su afán de aprovechar el malestar generado por la exasperación de las desigualdades, el deterioro de los servicios públicos, el empobrecimiento de las clases medias y trabajadoras... y la correlativa extensión de un rechazo identitario contra toda inmigración. Su hilo conductor más testado, por su peligroso voltaje y su directo impacto contra la integración supranacional en la UE, sigue radicado en el miedo a la "pérdida de identidad nacional" y de "soberanía".
De lejos, el gran asunto que campea en el debate europeo, dominando la disputa electoral que ya está cerca, es el de la inmigración: esta cuestión migratoria tantas veces anunciada por la histeria desatada ante la denominada "crisis de los refugiados" iniciada en 2015, en el contexto (y rebufo) de la Primavera Árabe (si alguna vez existió) y la guerra civil siria (casi un millón de muertos, y seis millones de desplazados, un tercio de la población siria).
Y así, efectivamente, en todos los EE MM pugnan renovadas versiones de los prejuicios más antiguos contra los inmigrantes y contra la extranjería por calzarse la patente de alguna suerte reseteada de derecha extrema xenófoba y/o nacionalpopulista. Concretamente en España asistimos a una pugna entre el PP, de un lado, (con una dirección supuestamente rejuvenecida que opta resueltamente por un regreso al futuro con un "retorno a sus esencias") y Ciudadanos, de otro, por hegemonizar el discurso del "endurecimiento" de las fronteras y todo tipo de controles sobre la extranjería, la inmigración y el asilo; simultaneando ambos su apuesta por eternizar -cronificándolo- el art. 155 CE por toda respuesta al deterioro de la convivencia en Cataluña.
La conclusión es clara. En este último curso de la legislatura, las hojas del calendario y las agujas del reloj apremian a quienes apostamos a todo lo largo de la crisis por una respuesta europea -compartida, cohesiva- a los problemas comunes de sus EE MM. De modo que las elecciones de 2019 -en coincidencia, insisto, con las municipales en toda España y las autonómicas en 13 comunidades autónomas- serán, en la urna europea, más decisivas que nunca.
En lo inmediato dilucidan la viabilidad del entero proyecto europeo y su capacidad para sobrevivir a quienes desde hace ya tiempo trabajan por su voladura, minándolo con dinamita desde dentro. El test no es, pues, de resiliencia de la UE ante la embestida antieuropea (los bárbaros a las puertas de Roma sobre los que tanto se ha escrito), cuya amenaza persiste, aunque hayamos celebrado cada ocasión en que lo han intentado sin conseguirlo hasta ahora por más que se hayan quedado cerca (elecciones en Países Bajos, legislativas alemanas, presidenciales austriacas, presidenciales francesas...). ¡Porque los antieuropeos han continuado creciendo (Italia, ahí nos duele, del lado oscuro de la fuerza), cada vez más excitados ante el olor del desguace! El test es existencial; no de calidad de respuesta, sino de la posibilidad en sí de una Europa que responda, y, subsidiariamente, de una UE mejor que esta.
Los socialistas españoles vamos a dejarnos la piel haciéndole frente a ese examen. Lo iremos contando -paso por paso- en este curso apasionante que se abre esta semana con los debates en Bruselas preparatorios del pleno de septiembre en Estrasburgo.
Publicado en Huffington Post