Se recrudece el drama en el Mediterráneo, y la presión sobre esas fronteras exteriores de la UE especialmente vulnerables que son las costas españolas próximas al mar de Alborán y a las aguas del Estrecho.
Nada de ello puede sorprender. Asombra, antes bien, la proliferación de comentarios y tribunas que pareciera que se caen del caballo en el camino de Damasco, porque ya iba siendo hora de asumir enteramente que la crisis europea que arrancó en 2008 no tenía como epicentro el euro ni la deuda soberana, sino un retroceso drástico de la fe europeísta y de la voluntad de Europa por parte de un número creciente de Gobiernos nacionales de los Estados miembros (EE.MM). Y que esta tremenda crisis afectaba como nunca -de hecho, peor que nunca antes- a los valores fundacionales de la construcción europea. Esto es exactamente lo que yo vengo afirmando desde el minuto uno. Véanse, si no, mis libros La UE: suicidio o rescate (2013) y Europa, Parlamento, Derechos: Paisaje tras la Gran Recesión (2017).
La llamada “crisis migratoria” es, efectivamente, un desafío existencial en que la UE se juega su destino (Merkel dixit). ni más ni menos ¿por qué? ¿Acaso porque su entidad y su volumen se nos haya vuelto tan enorme que ya nos resulta inmanejable? ¡No es así, en absoluto! De hecho, el volumen total de arribadas en frontera y de personas embarcadas en los flujos migratorios ha disminuido sensiblemente desde 2015 a 2018. Los números han descendido, incluso drásticamente.
La principal razón reside, más bien, no obstante, en que el creciente contraste entre la promesa de Europa -el Tratado de Lisboa y la Carta de Derechos Fundamentales de la UE (TL y CDFUE)- y sus hechos y realizaciones se ha hecho cada vez más difícil de soportar. Y que esto viene siendo así para un cada vez mayor número de ciudadanos europeos instigados a la desafección y al descrecimiento de Europa. La distancia entre Rhetoric y Delivery se ha hecho, pues, insufrible. Y cada vez son más los que muestran su malestar con el voto.
¿Cuál es, pues, ahora, el camino? Nada hay tan antieuropeo como la negación del Derecho como técnica de resolución pacífica de conflictos y como conquista democrática de la civilización. Con vistas a restablecer la confianza en el valor normativo del Derecho europeo y de carácter vinculante, nada hay tan corrosivo como el incumplimiento (doloso y contumaz) de sus propias normas: si Hungría, Polonia o el entero Grupo de Visegrado se han declarado en rebeldía contra la solidaridad en la gestión de migraciones y demandantes de asilo en la UE que ordena el TL (art. 80 TFUE).... ¡ese incumplimiento masivo tiene que tener consecuencias! Porque el quebrantamiento de la Ley no puede ser ignorado por la Comisión que ejerce de “Guardiana de los Tratados”.
Parte de la dificultad para explicar lo que pasa reside en la fatiga con la que hay que recordar que ya hay desde hace tiempo un Derecho europeo en vigor en materia de asilo y refugio -en el que, además, el Parlamento Europeo (PE) ejerce un papel decisivo como legislador, legislador penal y legislador del desarrollo de los derechos fundamentales. Esa es la naturaleza del Espacio de Libertad, Justicia y Seguridad (ELSJ, Título V TFUE, arts. 67 a 89) desde la entrada en vigor del TL en 2009. Los llamados Asylum Package y Schengen Package deben ser interpretados de conformidad a los derechos fundamentales consagrados en la CDFUE. Existe una constelación de Agencias europeas que aseguran su carácter vinculante (EASO, Agencia de Derechos Fundamentales). Y no puede haber ninguna solución ignorando o quebrantando la normativa vinculante, la imperio de la Ley y el Estado de Derecho.
Dicho esto, el objetivo es transitar hacia un nuevo sistema de responsabilidad compartida y solidaridad vinculante. Un sistema europeo común de gestión de fronteras exteriores de la UE, que asegure la preservación de la libre circulación de personas (sin duda, el activo más preciado de la construcción europea junto a su modelo social), con un Sistema Europeo Común de Asilo, son, conjuntamente, pilares indispensables para salir de la actual situación de parálisis decisional y desafección incremental que solo alimenta la deriva regresiva (y rabiosamente antieuropea) del nacional-populismo.
Pero, además de hacer eso, hay que cambiar ciertamente lo que no funciona. No en el sentido regresivo que propugna el populismo y el nacionalismo reaccionario; no en un sentido que degrade, desdibuje o decolore los estándares del acervo europeo proclamado. No practicando marcha atrás, sino aprendiendo, al contrario, de la experiencia acumulada; y aprendiendo, en especial, de las malas experiencias.
Para empezar: concretamente hay que cambiar de una vez la norma que se conoce como “Reglamento de Dublín” (que establece la responsabilidad del país de primera acogida en la gestión integral de las demandas de asilo y las prestaciones asociadas). ¿Cuántas veces hemos urgido esa modificación de Dublín en la Comisión de Libertades, Justicia e Interior (Comisión LIBE) del PE? ¿Cuántos años venimos combatiendo su bloqueo sistemático por parte del Consejo (órgano que reúne a los Gobiernos de los EE.MM), que se ha erigido hace ya mucho como auténtico eslabón disfuncional del Decision Making Process europeo, remando contra pedal, en la dirección contraria al TL y al Derecho Europeo?
Además de ello, desde la Comisión LIBE venimos exigiendo y urgiendo la institucionalización de corredores humanitarios, de centros de atención de refugiados plenamente respetuosos con sus derechos humanos, y de visados humanitarios: ¡Que pueda existir al menos una vía legal para llegar a territorio de la UE sin necesidad de exponerse a los tráficos ilícitos de las rutas irregulares, a la explotación de personas, a la violación masiva de sus derechos humanos y al riesgo cierto de perder la propia vida y la de los seres queridos en aguas del Mediterráneo!
¡Vía legales de acceso a la UE! ¡Y mayor cooperación en origen con los países emisores y de tránsito en nuestra vecindad torturada.
Pero también, como al principio, regresando sobre todo a los valores fundacionales de Europa, de la razón ser de Europa, ¡la UE que echamos de menos cuando más falta hace!