RU percibe con consternación que, por más que les pese, salir de la UE perjudica sus activos e intereses.
Cuando restan todavía apenas un año y tres meses para la finalización de la actual Legislatura del Parlamento Europeo (PE) 2014-2019, dos elementos sobresalen de entre todos los demás en el guion de este mandato: a)- Por un primer lado, un imparable deterioro de la voluntad política y de la vocación europeísta en el Consejo de la UE, que es la institución que da cuerpo a la reunión de los Gobiernos de los Estados miembros (EE.MM); b-) De otro lado, asistimos al enredo, con todas las dificultades que resultaban predecibles, de ese intrincado laberinto que hemos dado en llamar Brexit. Veámoslos por separado.
Es obvio, en primer lugar, que en este segundo quinquenio (2014-2019) marcado por la muy profunda crisis que arrancó en 2008 (la Gran Recesión y sus secuelas...), el Consejo de la UE se ha cronificado a sí mismo como el eslabón fallido del Decision Making process y del procedimiento legislativo ordinario (que comparte con el PE como colegislador).
Así, lamentablemente, hemos visto ocasiones reiteradas en que muchas de las decisiones adoptadas en Consejo han sido después incumplidas -con clamoroso descaro y sin ningún miramiento- por los EE.MM que participaron en ellas (los Programas de Realojamiento de demandantes de asilo, denegando la obligada solidaridad con una Italia y una Grecia abrumadas por las cifras de desesperados en búsqueda de arribada a sus costas, son un ejemplo elocuente, por más que sus consecuencias hayan resultado suicidas para el prestigio de la UE en su conjunto).
Además, una buena parte de la legislación europea actualmente en tramitación, promovida por la Comisión y aprobada en el PE en su primera lectura, ha resultado después sistemática y prolongadamente bloqueada por el Consejo. Los gobiernos de la UE se muestran una y otra vez incapaces de aproximarse siquiera (por una irresponsable ausencia de voluntad política) a compromiso alguno con el PE (la necesaria y pendiente revisión del Reglamento de Dublín, que fija la responsabilidad de la gestión de las demandas de asilo en el Estado de primera entrada, o del Código de Visas, negándose a discutir los visados humanitarios, son solo algunos ejemplos).
Para empeorar las cosas, las escasas modificaciones legislativas que han podido abrirse paso en este escenario marcado por la actitud regresiva, retardataria, o abiertamente obstruccionista del Consejo, se han caracterizado hasta ahora por su acentuado sesgo seguritario; esto es, por su obsesión por "endurecer" o restringir el alcance de anteriores leyes europeas que sí llegaron a ser parte del Acquis de la UE en la anterior Legislatura 2009-2014 (así sucede con la revisión a la baja del Código de Fronteras Schengen, del Sistema de Visas VIS III, como con el nuevo Sistema de Entradas y Salidas, Eurodac y las llamadas "Fronteras inteligentes" para prevenir y evitar inmigración de ningún tipo...)
Pasemos al segundo asunto. Porque si ha habido -además del problema al que acabo de referirme- otro problema principal que, sobrevenidamente, haya marcado la agenda de esta Legislatura 2014-2019, a pesar de no encontrarse en su agenda originaria, ése es sin duda el Brexit.
A lo largo de estos años, he criticado con dureza el lamentable error de libroperpetrado por el incompetente (ex) Primer Ministro Cameron al haberse planteado "frenar" la pujante ascendencia electoral y política de la derecha extrema y nacionalista del UKIP de Nigel Farage.... ¡abrazando sus banderas de eurofobia y de rechazo xenófobo de la mano de obra empleada en Reino Unido (RU) que hubiera llegado procedente de algún otro Estado miembro de la UE! El resultado está la vista: RU se ha encerrado en su laberinto a base de falacias incumplibles (su "soberanía recobrada") y posverdades expuestas a la injerencia extranjera (otra vez Rusia) y a la ingesta masiva de fake news.
De ahí que la negociación timoneada desde la UE por el negociador-jefe (ex comisario) Barnier haya establecido con firmeza su voluntad de proteger a los tres millones de ciudadanos europeos residentes en RU (entre ellos, unos 150.000 españoles) con los mismos derechos que debería asegurarse a los más de 900.000 británicos residentes en el continente. Y es cierto que el escenario, tal y como vamos viendo, continúa siendo oscuro por causa de la más patética carencia de esa "claridad" y "realismo negociador" que presumíamos desde siempre a la diplomacia británica en la persecución de sus intereses. Asombra comprobar el estado de desorientación en los negociadores británicos, en ostensible contraste con la reputación inveterada que se le reconocía por parte del resto de la UE.
Contrariamente, hemos asistido atónitos a un carrusel de zigzags, contradicciones subseguidas de una sucesión de escaramuzas, lastradas por la ausencia de visión y de estrategia por parte del debilitado Gobierno de Theresa May. Este es el tono que ha marcado un periodo tan confuso como demasiado largo, en el que ha sido recurrente la hipótesis de ¡un "segundo referéndum"! (como quien pide agua por señas) que reparase el descosido y permitiese desandar el camino de RU hacia el desaguisado.
Particular atención negociadora han recibido los capítulos de Irlanda del Norte y Gibraltar. Recuérdese que en ambos territorios venció con holgura el 'Remain", la opción que prefería quedarse dentro de la UE. En Gibraltar, poco a poco la posición española se ha visto respetada -de hecho ha sido respaldada- por el resto de la UE, en modo que las decisiones que afecten al campo de Gibraltar (a los 10.000 trabajadores que entran y salen regularmente de la Roca atravesando "la verja") hayan de contar con España. Del mismo modo, en Irlanda del Norte, la hipótesis del "Brexit Duro" ha resultado moldeada ante la contundente unidad y determinación mostrada -en esto por lo menos, sí- por el resto de la UE y el equipo encabezado por el Negociador Barnier.
La consecuencia paradójica -cuando en el reloj de arena se acerca la caducidad del periodo de dos años activado por la Carta de comunicación británica de su salida que ponía en marcha el art. 50 TUE (abandono de la UE por parte de un Estado miembro)- es que el RU percibe con consternación que, por más que les pese, salir de la UE perjudica sus activos e intereses, su City y su influencia global, además de erosionar los estándares de bienestar de sus ciudadanos. ¡Salen perjudicados singularmente los mismos contribuyentes (taxpayers) y los servicios públicos a los que la propaganda falsa y populista de UKIP les había prometido un chute de sobrefinanciación apenas se liberasen del "yugo" y del "Soviet" de Bruselas... y les fuera devuelta su "soberanía usurpada"!
Queda apenas un año y el tiempo ya corre en contra de ulteriores concesiones. Urge determinación y claridad de ideas. Ante una negociación difícil, los negociadores han resuelto extender a un año extra (desde 2019 a 2020) la última definición del nuevo estatuto jurídico de los ciudadanos trasfronterizos y las reglas del mercado en el intercambio de bienes y mercancías a través de las fronteras terrestres (que deberán ser "porosas) entre las "dos Irlandas" y a través de la "verja" en Gibraltar... Difícil, sí, pero no imposible.
Solo cabe esperar que, sin más engaños ni imposturas, la materialización del Brexit espoleará la conciencia y autoconciencia de Europa. La de los que quedamos. La del resto de la UE. Singularmente a la vista de las próximas elecciones al PE, con el potencial necesario de movilización de un nuevo europeísmo crítico y generacionalmente reverdecido entre los jóvenes. 2019 entraña una oportunidad de relanzamiento que anuncie que la UE habría aprendido -leyéndolas, apurando cada página- las lecciones de esta crisis.
Publicado en Huffington Post