La sociedad española continúa en la resaca de la jornada más aciaga vivida en 40 años por la Constitución desde su entrada en vigor.
Nunca desde esa fecha habíamos visto cuestionada en foros internacionales y cadenas extranjeras la credibilidad de la maduración y de la solidez de la democracia española para gestionar cualesquiera incidencias de recorrido y vicisitudes propias de una sociedad abierta y plural, pero pertrechada con los instrumentos precisos para encarar y gestionar su propia conflictividad.
Al día siguiente del 1-O, amanece, que no es poco, y España parece sumida en un poso de amargura, estupor y desazón, que impregna lo cotidiano, en nuestra interacción individual y en nuestro quehacer colectivo. La conversación española aparece secuestrada por el síndrome invasivo de la cuestión catalana. En la prensa nacional y en la internacional se multiplican como nunca los titulares, las tribunas y artículos de opinión que nos espetan a la cara un "fracaso colectivo" teñido de tintes sombríos y minado de imágenes y estampas que duelen de tanto que hubiésemos querido haberlo podido evitar. ¡"Choque de trenes"! sonaban una y otra vez todas las alarmas desde hace largos años. ¡"Más madera"! gritaban, como en la película Los Hermanos Marx en el Oeste, los conductores suicidas en rumbo de colisión.
Domina el señalamiento de las responsabilidades de quienes han apostado por atraparnos a todos dentro de este callejón, tomando como rehenes a millones de ciudadanos/as, decepcionados en la fe que pueda quedarles aun en las virtudes dialogales de la política y de sus practicantes. Quedan descalificados para ninguna solución de futuro los actuales dirigentes secesionistas. Por abusar de su mando en la Generalitat, violando la Constitución, el Estatut de Cataluña y el ordenamiento entero de que su propia posición trae causa, con grave desprecio a la ley y los cimientos (frágiles) de la convivencia y la paz social, han venido fracturando de forma sectaria, calculada y dolosa a la sociedad catalana. Y por haber contaminado como nunca antes en nuestra historia democrática, en daño colateral y por extensión, a la sociedad española, neurotizada por este test de resistencia traumático al orden constitucional en un examen diseñado con precisión de relojero para certificar su fracaso y defunción.
Pero desacreditado queda también el Gobierno del PP y de Mariano Rajoy, inhábil, notoriamente desbordado por la demenciada espiral desatada por los secesionistas por la vía de los hechos sin reparar en perjuicios ni en costes: ¡Acción!/!Inacción!/¡Reacción! Y frente a cada inacción, daños incalculables. Incompetente e impotente: así hemos visto a Rajoy vestir el manto de armiño del cuento del Traje del Emperador que resultó estar desnudo. Patética, si es que no cabreante, fue su asombroso ejercicio de solipsismo carente de empatía y conexión con la ciudadanía -catalana, española- la noche del 1-O en prime time en TV.
¡Diálogo, diálogo, diálogo! Clamamos los socialistas, con millones de esperanzas, dentro y fuera de España, de que aun podamos hacer algo para evitar la catástrofe. "Si no podemos cambiar de país, cambiemos por lo menos de conversación", tal como resolvió James Joyce una diatriba agotadora sobre la cuestión irlandesa. Y esa nueva conversación exige nuevos interlocutores.
Vista la más que contrastada incapacidad para el diálogo de quienes han estado al frente de esta confrontación -ese "choque de trenes" de afasias descoyuntadas, que ahora amenaza con una kafkiana "legalidad" asintótica, la de la "Declaración Unilateral de Independencia" (DUI)- urge exigir liderazgo. O lo que es decir lo mismo: urgen nuevos liderazgos, y exigir la responsabilidad de quienes han demostrado no merecer estar al frente. Porque si no, What's next?
¡Diálogo, diálogo, diálogo! Puentes de entendimiento. Cualquier nuevo punto de encuentro exige el restablecimiento de un vocabulario común, un lenguaje compartido, que haga posible el intercambio de ideas y de posiciones, búsqueda activa del otro en cada negociación, acuerdo, solución política.
Y requiere ¡iniciativas! Todo lo que no ha tenido el Gobierno del PP ni un sólo día a este respecto, que es lo más grave que hemos visto, ahora ya un inesquivable "Elephant in the Room", un Elefante en la habitación que era hasta antes de ayer la casa de todos nosotros.
Para resultar viable, la iniciativa política debe desintoxicarse: No puede exigir como premisa la anulación de la pretensión de ser del otro interlocutor. ¡Renuncia al maximalismo!: ni "independencia", pues, ni desobediencia tampoco, pero tampoco inmovilismo. Y esa negociación, como condición existencial para su credibilidad, exige reconocimiento previo: reconocer que se está dispuesto tanto a renunciar a la sedición facciosa (la ruptura unilateral), como que se está dispuesto a modificar el cuadro constitucional y legal que acomode a Cataluña -de manera singular, a su identidad nacional- en España y en la UE.
¡Dos escenarios asoman el morro en nuestro horizonte!:
a) Uno primero, más sombrío por cuanto es más inminente, las tensiones desatadas en torno a la aplicabilidad del art 155 CE (en un próximo artículo me ocuparé de este punto con la extensión que merece)
b) Un segundo, sucesivo, cargado por las exigencias del rigor y de los tiempos, pero no menos importante: ¡acometer de una vez la reforma constitucional tantas veces bloqueada por la cerril inacción del PP! Una reforma que abra paso a la reintegración federal del pluralismo identitario, simbólico y competencial. Por un federalismo nuevo que sea de una vez el nuestro, el de un nosotros colectivo y en el que quepamos juntos. El que nos hace falta: ese que los profesores de Derecho Constitucional que no hemos perdido la fe, ni nos caímos del caballo hemos dado en llamar federalismo de y para la reconciliación.
Publicado en Huffington Post