Desde que en 2009 fui elegido diputado al Parlamento Europeo (PE), me he esforzado por explicar el distintivo valor de esta institución como la única directamente electa de la arquitectura europea.
El PE actúa como motor de legitimación democrática de la construcción europea en la medida en que dimana del sufragio universal y directo de 500 millones de ciudadanos en los 28 Estados miembros (EE.MM). Además, el PE ha pasado a ser, tras el Tratado de Lisboa (TL, 2009) el Parlamento más poderoso de la historia de la UE... a la vez que el Parlamento más poderoso de Europa. En efecto, el TL expande y refuerza como nunca antes al ámbito material de sus competencias legislativas, especialmente en el Espacio de Libertad, Seguridad y Justicia (ELSJ): la Comisión Legislativa de Libertades, Justicia e Interior (LIBE) y el PE son ahora finalmente legisladores (con el Consejo) en materias tan esenciales (por su dimensión constitucional) como antes, tradicionalmente, reservadas a la "soberanía" de los EEMM: derechos fundamentales (en desarrollo de la CDFUE) y Derecho penal y procesal penal europeo (en desarrollo del ELSJ).
El PE no padece ningún "déficit democrático" en cuanto a su elección directa: su "déficit" se encuadra más bien en su dificultad para disfrutar de niveles de visibilidad y de audibilidad mínimamente semejantes a los de los Parlamentos Nacionales, e incluso a los regionales (autonómicos, en España), así como en la carencia de un verdadero espacio público europeo, fundado sobre una (inexistente) opinión pública europea y un pluralismo político articulado alrededor de partidos europeos. La conjunción de estos factores hace que la densidad frenética y absorbente de la actividad del PE -colectiva e individual- se enfrente a dificultades a menudo colosales para comunicarse (a pesar de la transparencia y de las nuevas tecnologías que la hacen accesible en tiempo real a cualquiera que se moleste en conocerlo).
El PE trabaja -¡y de qué manera, y a qué ritmo!- sin que (lo doy por hecho, lamentablemente) muchos ciudadanos lo sepan nunca lo bastante. Lo que, por cierto, redunda en el declive (sostenido y preocupante) de los niveles de participación en las elecciones europeas. Y esta baja participación electoral, a su vez, determina en una medida insoslayable la propia composición política del PE después de cada elección: una composición tristemente escorada a la derecha populista y al nacionalismo eurófobo, y cada vez más minada por escaños de una extrema derecha altamente motivada a la hora de votar en elecciones europeas... frente a la creciente apatía y desistimiento abstencionista de los europeístas que podrían cambiar, votando más, el curso de esta deriva potencialmente destructiva de la integración europea.
Viene esta reflexión a propósito del impresentable -y populista- exabrupto con que el actual Presidente de la Comisión Europea, J.C. Juncker, se despachó el pasado miércoles contra el Pleno de Estrasburgo (Vous êtes très ridicules!), ante lo que él estimaba que era escasa presencia de eurodiputados en el segundo debate sobre las conclusiones de la presidencia maltesa (primer semestre de 2017) con el primer ministro Muscat.
Ya sé -lo sé muy bien- que el argumentario populista se ceba en un despiadado denuesto antiparlamentario que acusa a los diputados de "trabajar poco"... ante la contemplación de imágenes (fabricadas o elegidas para espolear el rechazo) que sugieren sesiones semivacías, como si los/as diputados/as que no se pasan todo el día sentado/as en sus escaños estuviesen "de novillos" escaqueándose de todo. Lo que no impide que, diez minutos antes de las 12 am, cada día de cada Pleno de Estrasburgo (4 días de la semana), resuenen los ruidosos timbres que llaman a las votaciones. En ese momento, los 750 europarlamentarios llenamos el Pleno hasta la bandera: estamos, en efecto, en la Cámara, haciendo nuestro trabajo desde las 7:45 AM (a las 8 arranca la jornada) hasta, frecuentemente, pasada la medianoche, sin conocer la luz del día ni haber pisado otra calle que los pasillos del PE.
Vengo con ello a explicar algo tan elemental como que los/as parlamentarios/as que no se pasan sentados 24 horas del día en sus respectivos escaños no es porque "no trabajen": ¡están/estamos trabajando! ¡Están/estamos en la Cámara! Trabajando sin pausa ni interrupción ni café, en jornadas a menudo de ritmo maratoniano y horarios medidos al milímetro. Si no todo el mundo se pasa todo el día en el escaño es porque -junto al Pleno, y en paralelo al Pleno- en el PE se solapan otras mil convocatorias, variaciones y formatos de la actividad que da cuerpo al mandato parlamentario.
Por descontado que es cierto que la ciudadanía tiene derecho (y deber) de ejercitar la crítica sobre el PE. Pero también tiene derecho a saber que en el PE -a diferencia, por cierto, del Parlamento español, donde resulta prohibida la celebración de un Pleno y de una Comisión al mismo tiempo-, es constante la simultaneidad del Pleno con la convocatoria paralela de múltiples reuniones de Comisiones (¡y votos!), trílogos legislativos, Grupos parlamentarios (Group Meetings) para preparar los votos de cada jornada del Pleno, y los llamados "Grupos de Trabajo Horizontales" (Horizontal Working Groups) para discutir sectorialmente los asuntos de cada Pleno.
Durante cinco años (2009-2014) presidí la Comisión de Libertades, Justicia e Interior (Comisión LIBE)... ¡y no recuerdo un sólo Pleno de Estrasburgo en que la Comisión no estuviese reunida en paralelo -¡y votando!- mientras con el rabo del ojo vigilamos el monitor que anuncia el punto del orden del día del Pleno que nos obliga a abandonar la Comisión para acudir corriendo al Pleno a intervenir y debatir el asunto que nos ocupe.
Juncker es el Presidente de la Comisión Europea: su exabrupto al insultar al PE destila un exceso cargado de insensatez, además de incentivar una demagogia rampante que busca recortar a tijera cualquier estampa negativa en cualquier institución para arremeter contra la idea de la construcción europea y dinamitarla por dentro. La Comisión debe ser "guardiana de los Tratados", y conforme al Derecho europeo es el PE el que controla a la Comisión. No al revés. El Presidente de la Comisión no es nadie para reprender con mal estilo al Parlamento; ni por lo demás es, él mismo, ningún ejemplo de constancia en cuanto a presencia en el PE ni en cuanto a su disponibilidad para debatir asuntos que requieren su pronta atención o respuesta.
Nadie espera de J. C. Juncker que esté operativo ni de servicio activo más allá de media tarde, cuando los parlamentarios seguimos en las oficinas de la sede de Estrasburgo echando humo ejecutando agendas prolongadas y habitualmente frenéticas. Nadie espera de Juncker que sea capaz de resistir despierto hasta la media noche capaz de sostener ninguna interlocución, como de forma tan frecuente como penosamente desconocida lo hacemos los parlamentarios obligados a jornadas de 14 o 15 horas por un orden del día tan extenso como a menudo mal planificado.
Juncker se ha pasado de frenada, intolerablemente. Debe pedir disculpas por hacer el juego al populismo antiparlamentario en un cóctel excesivo de irresponsabilidad, error de juicio y facundia.
Publicado en Huffington Post