Nos pongamos como nos pongamos, para quienes nos sentimos miembros de la familia socialista europea, los resultados electorales obtenidos hasta ahora en este 2017, que media ya su ecuador a todo lo ancho de Europa, no admiten ninguna autocomplacencia.
Sólo la excepción maltesa -donde el laborista Muscat ha conseguido la reválida para un segundo mandato en el país más pequeño de la UE- altera una sucesión de derrotas. Países Bajos, Francia (presidenciales y legislativas), Austria (presidenciales), varios Länder alemanes, Reino Unido (tercera victoria conservadora ¡pese a la suma incompetencia de Cameron y de May!) y, en esta semana, Italia (elecciones locales, con grave fracaso de Renzi), delinean un declive de dificilísima recuperación en varios Estados de la UE en los que la socialdemocracia hizo historia y marcó impronta durante décadas que hoy parecen remotas en la memoria.
La profusión, esta semana, de pronósticos y análisis y comentarios acerca del desinflamiento del llamado "efecto Schulz" ante la perspectiva de un cuarto mandato de Merkel como canciller alemana (¡y del dañino Wolfgang Schäuble como su edecán en el Ministerio de Hacienda, mastín de la destructiva austeridad recesiva!) reenciende todas las alarmas acerca del control de daños que la socialdemocracia debe apurar todavía respecto de las experiencias de Gran Coalición. Porque la historia de las llamadas "Grandes Coaliciones" es la historia de la servidumbre de formaciones socialistas en gobiernos liderados por una derecha cada vez más desatada contra el modelo social sobre el que se fundó la UE.
Así es: ¡tanto en Bélgica como en Luxemburgo, tanto en Holanda como en Alemania, tanto en la misma Italia como en Austria, las experiencias de consociación entre socialdemócratas progresistas y populares y conservadores se han venido saldando con hemorragias masivas de votos y escaños para los Partidos Socialistas!
Resulta difícil, ciertamente, restablecer la imagen de la socialdemocracia como un remedio a los males causados por la derecha cuanto como una alternativa a sus políticas allí donde largos períodos de complicidad, omisiones, silencios y contaminación de esas mismas políticas han desdibujado a conciencia la identidad socialista: la identidad de una izquierda comprometida contra las injusticias causadas por la desigualdad; comprometida con la dignidad del trabajo (también en la globalización en la transición a la economía digital, ante la robotización y la generalización del precariado vulnerable, los trabajadores pobres y la exclusión de los jóvenes de las oportunidades de asegurar su futuro); y comprometida también con la apertura a los cambios (con liderazgo progresista) y con la apertura a las identidades compatibles e inclusivas (federalismo, europeísmo, internacionalismo). La de una izquierda firme ante la tentación del populismo reaccionario (la superstición de lo simple), ante el repliegue nacional (nacionalismos eurófobos) y ante la extrema derecha (la retórica del odio y la explotación del miedo).
La socialdemocracia retrocede hace tiempo en toda Europa. Las elecciones europeas de 2019 plantean un desafío imponente, y ya inminente. El diagnóstico nos interpela de manera perentoria. Millones de antiguos votantes ya no ven en los partidos socialistas europeos una alternativa eficaz o una solución creíble a los estragos causados por una larga, interminable hegemonía conservadora. Venimos de un largo período de dominación ideológica de formaciones y think tanks de una derecha sin complejos. Una derecha empecinada en el estrago de la austeridad recesiva y el abyecto recetario ordoliberal que ha exasperado la desigualdad en Europa, que ha empobrecido a las clases medias y depauperado a los trabajadores.
La UE ha debilitado así la credibilidad de su promesa originaria: Ser globalmente relevante -¡un player, no sólo payer!-, intervenir con decisión en la regulación de las desigualdades, en la ordenación del desorden mundial, en la gobernanza de la globalización con reglas, principios, valores que no nieguen nuestra historia, y en la prevención del desastre al que nos está abocando el calentamiento global: desertificación, sequías, deforestación, guerras climáticas, y desplazamientos humanos que van a asolar el mundo por cientos y cientos de millones en las próximas décadas
Por su parte, el objetivo socialdemócrata de la restauración de la progresividad fiscal ha de resplandecer como prioridad absoluta, innegociable y urgente. Pero requiere como nunca de nuevas alianzas estratégicas y acciones de largo alcance. El objetivo irrenunciable no es otro que garantizar una mayor justicia, igualdad y equidad en la distribución de responsabilidades fiscales; hacerle frente a los costes del fraude y la elusión fiscal, plantando cara en la batalla contra los paraísos; y asegurando con recursos propios y suficientes la financiación de los servicios públicos que realizan los derechos prestacionales que vertebran el maltrecho Estado social europeo: educación, sanidad, servicios sociales, seguridad ante la enfermedad y la mayor edad, cobertura en desempleo, dignidad en el trabajo y de los trabajadores en la globalización y ante el vértigo de un nuevo paradigma económico.
Si la socialdemocracia europea no levanta la cabeza, echando el resto en la batalla, la acentuación de los ciclos desfavorables y el declive de presencia socialista en 2019 redundarán en el recrudecimiento de la impugnación de la propia idea de construcción europea desde el frente ideológico, desde el que se acentúan los daños a las generaciones más jóvenes. Pero es tarea socialdemócrata propugnar con contundencia una respuesta europea a las derivas negadoras del acervo conquistado, desde una reivindicación de sus valores fundantes, y de su relanzamiento.
Publicado en Huffington Post