Ávida de buenas noticias, exhausta por tan prolongada sequía de éxitos electorales, buena parte de la base social (e intelectual) de la familia socialista y socialdemócrata europea ha recibido con alivio y esperanza el repunte laborista en las elecciones británicas del pasado 8 de junio. 29 escaños más que en 2015, de un total de 650.
Jeremy Corbyn pervive. Y se sobrepone así a los pronósticos adversos que le han señalado como un "loser", vestigio de un paleoizquierdismo anticuado ("trasnochado", suele añadirse en España) que lo haría "inelegible" como primer ministro.
Lo cierto es que su discurso -inasequible al desaliento, a las encuestas sombrías, a la desafección de una clara mayoría de su grupo en los Comunes-, ha conseguido hacer crecer en casi 30 sus escaños, "poniendo en apuros" a May en su apuesta (fallida) por revalidar y ampliar la mayoría absoluta que heredó de David Cameron, y que ha perdido en consecuencia a sus garrafales errores de campaña y de respuesta ante las emergencias de la seguridad y la lucha antiterrorista (¡venía de ser, no se olvide, la ministra del interior que recortó en 20.000 los efectivos policiales!).
Al margen de los comentarios que ha suscitado la imagen de un Corbyn capaz de atraer a jóvenes movilizados por el empeoramiento de sus horizontes de futuro, seguimos topando, sin embargo, con una verdad tan palmaria como desafiante: ante una derecha antisocial (los Tories, liderados, todavía hoy por la premier Theresa May), aliada con los privilegios excluyentes de los menos (la City, los más acomodados), y temorosa (ergo cómplice) ante el pujante discurso eurófobo y antiinmigración de UKIP (so pretexto de frenarlo, ha abrazado buena parte de sus prejuicios y soflamas), el laborismo británico no ha sido capaz de derrotarla en las urnas y relevarla en el gobierno en un ciclo nada menos que de tres legislaturas (dos Cameron, ¡y ahora May!).
Corbyn, descalificado por sus adversarios conservadores, y por sus enemigos en el partido laborista, como el "último dinosaurio laborista herbívoro", vegetariano (Boris Johnson dixit)... ¡no se ha extinguido todavía!
Si giramos la vista a lo ancho de los procesos electorales que se han sucedido en la UE (España, Países Bajos, Francia...), vemos que el hilo conductor sigue siendo un muy mejorable estado de forma de los socialistas que continuamos sin derrotar a los conservadores con cargo a recursos propios. La (pequeña y acotada) excepción maltesa (con la reelección del laborista Joseph Muscat, aun cuando acuciado por acusaciones fiscales vinculadas al escándalo Panama Leaks) no invierte la tendencia ni modifica sustancialmente un paisaje general en que el rechazo a la derecha tradicional mainstream no se traduce todavía en mayorías socialistas.
Tanto en Países Bajos como en Francia -países fundadores de la UE- las cotas de apoyo socialistas descienden a mínimos históricos, mientras la ultraderecha (aún sin imponerse en las urnas) crece con porcentajes (¡40% en Francia!) que hoy parecen inalcanzables para un buen número de "partidos hermanos" (sister parties) socialistas... ¡Incluido el PSOE en España1
El desafío continúa ahí.
Una combinación de radicalidad programática en las respuestas (renovando un compromiso claro y alternativo desde valores de izquierda volcados con la igualdad frente a las desigualdades) y nuevas formas de trabajo (dinamización del mensaje, redes sociales, jóvenes y activistas...) emergen como componentes imprescindibles del giro que debe impulsar un comeback del socialismo europeo.
Pero, por encima de todo, ¡es la desunión, estúpido!, en parafraseo ya clásico de aquel asesor de Clinton. Sí, es la desunión: la desunión mostrada por los partidos socialistas lastra sus esperanzas de regreso a las mayorías y al gobierno en todo el continente europeo.
Contrastan así las plataformas que (como la de Macron, en Francia) innovan los discursos y los modos en política sin sujetarse a las rigideces "orgánicas" de los partidos socialistas (con formas envejecidas escasamente porosas, o con dificultad para hacer creíble la "regeneración"). Pero sobre todo puntúa -siempre negativamente- la desunión interior.
Cuando un proyecto reagrupado en torno a un liderazgo claro se muestra cohesivo, inclusivo, motivador y motivado, la movilización propende a la espiral de victoria. A la esperanza de volver al gobierno de la mano de nuevas mayorías sociales y coaliciones progresistas de electores intergeneracionales, con liderazgo socialista.
Ojalá con ocasión del 39 Congreso del PSOE acertemos entre todos a insuflar esta visión de reconciliación con nuestra identidad, y a la reunión de los socialistas de España, superando el valle oscuro de la división faccional y de las etiquetas acuñadas para estigmatizar y mutilar brazos enteros del socialismo español.
Es hora de aprender de lo que pasa alrededor y de nuestra propia historia: de la remota y la reciente.
Publicado en Huffington Post