El pasado 28 de marzo, finalmente, la primera ministra del Reino Unido, Theresa May, "activó" (triggered) el mecanismo dispuesto en el artículo 50 del Tratado de la UE según el Tratado de Lisboa (TL): el de "abandono" de la UE por parte de un Estado miembro.
En todas las discusiones en las que he tenido parte, se han sucedido expresiones de pesar y de tristeza -no rituales, sino emotivas y cargadas por la gravedad del momento-, que al mismo tiempo revelan la enormidad y singular complejidad del asunto. Pero hay que hacerle frente.
Ningún europeísta convencido, y menos aún ningún federalista, entre los que me cuento, deseaba esta desembocadura, cuya mayor responsabilidad gravitará para siempre en la historia en la desdichada frivolidad e insensatez del anterior primer ministro, el conservador David Cameron, que ha dividido a su país (Escocia, Irlanda del Norte...! Gibraltar...! Gales, Inglaterra), y confrontado a su ciudadanía en torno a una bisectriz que ahora se prueba de difícil o imposible reconducción en modo que los actuales rotos y descosidos no serán ya reparables.
La situación delinea ahora un escenario explosivo, en la medida en que mezcla elementos de debate de alto voltaje político junto a otros componentes revestidos de un insólito nivel de sofisticación. Todo ello hace del Brexit -ese escenario abierto durante los dos próximos años, tanto para definir los términos del divorcio como el perfil del nuevo "status" de asociación o partenariado del RU con la UE- un caudal de incertidumbres, expuesto como ningún otro a la agitación demagógica y a su explotación por el espectro que mezcla en un cóctel espeso populismo reaccionario y nacionalismo eurófobo.
Tanta confusión se presta a servir de caldo de cultivo a sentimientos de miedo, angustia e inseguridad, frente a los que, una vez más, resultan más vulnerables: las capas más desfavorecidas por las consecuencias del Brexit, nunca del todo debatidas ni mucho menos aclaradas por quienes se aprestaron a pescar en río revuelto (tabloides eurófobos, los extremistas de UKIP, además de oportunistas de uno y otro signo dentro de los llamados "partidos tradicionales").
Una expresión paladina de esta dificultad nos la brinda el clamoroso contraste de cálculos prospectivos y evaluaciones cuantificadas -cuando no de conjeturas o meras especulaciones- acerca de los "costes" del Brexit, tanto en lo relativo al montante estimado del divorcio (con cifras que, según qué think tank, oscilan entre 25000 m€ y 75000 m€) cuanto en lo relativo a su concreto impacto sobre las macromagnitudes de los EEMM (piénsese en el caso de España) o sobre particulares regiones o comunidades de los EEMM.
El Gobierno de Canarias -la C.A en la que nací y resido- ha elaborado un "informe" en que se cuantifica su impacto sobre los flujos del turismo, importaciones y exportaciones (balanza comercial), inversiones estimadas en fondos estructurales e índices de medición de bienestar y prestaciones sociales de ciudadanos canarios residentes en RU y ciudadanos británicos (cerca de 30.000) residentes en Canarias...
Prevenir el "mal mayor" y "minimizar los daños" va a exigir un colosal esfuerzo de explicación y clarificación y, en definitiva, enorme coraje político. Coraje, por parte de todos. Pero lo exige especialmente de los europeístas convencidos y de cuantos en esta circunstancia -la peor que se recuerda- continuamos combatiendo por un horizonte federal. Los socialistas europeos estamos especialmente convocados a dar la cara y a bregarnos ante este desafío existencial para la UE ¡en el 60 Aniversario de los Tratados de Roma!
Al objeto de conjurar los riesgos de una espiral de miedo, confusión y resentimiento, urge como nunca antes un esfuerzo extraordinario de rigor discursivo y seriedad analítica, determinación europea en la negociación... y de voluntad política.
Para sobrevivir al Brexit, pervivir como europeos, remontar y relanzar una UE mejor que ésta. Más madura, resiliente, y alerta de sus fortalezas ante la primera estrella que cae -por su propia decisión y por los errores de todos- de esa bandera de la UE tan demonizada por UKIP como ondeada con orgullo en las capitales de Europa por los manifestantes de esa nueva insurgencia que se hace llamar "Pulse of Europe".