Al arrancar el año 2017, observamos que, en España, se abre paso un calendario en principio despejado de elecciones, por vez primera en varios años, quién sabe por cuánto tiempo: eso explica la avenida de citas congresuales en las que están embarcadas las principales formaciones con representación parlamentaria.
Diferentemente, en Europa, son varios los Estados miembros (EEMM) que se aprestan a elecciones que pueden percutir, sucesiva o acumulativamente, en nuevos seísmos políticos que alteren aún más un paisaje que ya ha experimentado transformaciones tremendas en estos años de crisis. Tal escenario es incierto, movedizo, y condicionado en conjunto por los rasgos específicos de cada situación nacional. Pero ofrece, como ha sido la constante en estos tiempos de extenso malestar político y social, algunos rasgos comunes.
Un primer hilo conductor reside en la curva ascendente del nacionalismo pujante: sociedades aturdidas, pese a sus diferencias, por la cronificación del empobrecimiento de las clases medias, la acumulación de la riqueza en cada vez menos manos y la exasperación de las desigualdades, experimentan de consuno un auge del voto agitado por el resentimiento contra la globalización y otros riesgos congénitos a la vulnerabilidad de las sociedades abiertas. Un segundo factor común descansa en el empuje de políticas escoradas a la que viene llamándose "democracia iliberal" (ej: Victor Orban y su gobierno ultra en Hungría), despectiva ante los antaño sagrados "Checks & Balances" (frenos y contrapesos frente al Ejecutivo) del constitucionalismo. Así, en tercer lugar, se abre cauce a un ensanchado nicho de oportunidad para los discursos "demóticos" (uno de cuyos rasgos es la adulación del "pueblo" estimulando primitivas pasiones identitarias, en perjuicio de la contraposición racional de argumentos y de hechos contrastables), intensificándose así la oleada populista.
La llegada de Donald J. Trump a la Casa Blanca -pese a los 3 millones de votos de su desventaja frente a su oponente demócrata- ha espoleado estas tendencias a todo lo ancho de la UE, animando a las formaciones que reivindican su estilo brutal, agresivo y ofensivo contra cuantos se le opongan, disponiéndose a encarar aquellos procesos electorales que ya se avecinan próximos en varios EEMM: Países Bajos (marzo), Francia (mayo), Alemania (septiembre)... En esta sucesión de comicios, los ultranacionalistas y populistas reaccionarios de toda laya y pelaje se sienten con viento en sus velas, es verdad. Pero las consecuencias no parecen ser menores en el espectro de la izquierda, y, más específicamente, en la familia socialista y socialdemócrata europea.
Es hoy un hecho indiscutido que, en la UE, la pésima gestión de la crisis desatada en 2008 ha golpeado con singular dureza las bases electorales de la socialdemocracia. Tanto la aberrante estrategia de la austeridad recesiva como la narrativa impuesta por la ideología conservadora dominante en la arquitectura europea (decretando la "insostenibilidad" del modelo social europeo tras negarle los recursos fiscales y tributarios precisos para asegurar aquella sostenibilidad), han resultado lesivas -si es que no han sido mortíferas- para la argamasa social que hizo posible las victorias y gobiernos socialistas, especialmente resonantes en la Europa del Sur (España, Portugal, Grecia..., tres países que contaban, por cierto, con gobiernos socialistas monocolores en el momento dramático en que se dictó el giro drástico hacia el "austericidio" en mayo de 2010, en un Consejo ampliamente dominado por la derecha europea).
Y es cierto que en Portugal los socialistas han conseguido recuperar el Gobierno de la mano del PSP de Antonio Costa, pero también con el apoyo de dos formaciones (los comunistas y el "Bloco de Esquerres") que han sabido priorizar su agenda social y fiscal sobre ninguna otra (siendo en Portugal inexistente la bisectriz nacionalista y la pretensión secesionista y/o autodeterminista que tanto fractura y autoderrota a la izquierda en la vecina España).
Análogamente, tampoco en Francia la división de la izquierda viene condicionada por la variable identitaria. En sus últimas comparecencias electorales, aparece esa fractura sobre el eje ideológico, programático y discursivo. Este es a su vez trasunto de otros tantos y contrapuestos ejes narrativos acerca del origen de la crisis y la terapia a aplicar para recuperar empleo y dignidad del trabajo, y de la capacidad de Francia de equilibrar a Alemania como hacía en tiempos del difunto "eje francoalemán". El triunfo de las propuestas más escoradas hacia el "radicalismo" (el ahora "crítico", Benoit Hamon) frente a las más "centradas" (el "duro" socioliberal Manuel Valls) ejemplifican las tensiones a las que ha sido sometido el hoy desesperanzado, muchas veces vapuleado y decepcionado, electorado progresista y de valores socialdemócratas que hace sólo cinco años hizo posible a Hollande como inquilino del Elíseo (echando a Sarkozy, nada menos).
Pero la cita alemana es, con seguridad, la más decisiva para el futuro colectivo de la socialdemocracia europea. Precisamente porque de una prolongada y condoliente experiencia de su "Grosse Koalition", desde Alemania hacia Europa, proviene en buena medida la responsabilidad de la onda expansiva de desmoralización y desmovilización de la familia entera de la socialdemocracia europea, desdibujada en Alemania como alternativa creíble frente a la hegemonía de los conservadores (Angela Merkel, y su edecán, Wolfgang Schäuble).
Seguramente es por ello que el prominente y enérgico expresidente del Parlamento Europeo (PE) Martin Schulz, designado candidato a canciller federal para defender los colores del una vez legendario SPD, tiene sobre sus hombros una responsabilidad enorme. La de prefigurar una alternativa seria que restablezca la dialéctica de la confrontación electoral, política e ideológica, en una batalla crucial desde el corazón de la UE: desde el país de mayor peso específico (población, PIB, número de parlamentarios, altos cargos, funcionarios y jerarcas en la arquitectura europea). Y desde el mismo país, Alemania, donde ha cristalizado la imagen de una socialdemocracia conexa a la CDU y, por consiguiente, a la familia del PP en toda la escala europea. Romper con esa estampa, revertir esa dinámica y hacer cosas de otro modo, con distintos contenidos y en distinta dirección, son la ocasión de marcar el cambio de guardia en la UE largamente deseado por los votantes progresistas que aún sueñan con otra Europa.
En el PE hemos comenzado esta segunda mitad de la legislatura 2014-2019 ("mitad de mandato", se llama) con aliento y perfil propio, abocado a confrontar con la derecha europea. Una alternativa nítida frente al PP europeo es crucial para encarar el hoy cuestionado futuro de la socialdemocracia, y para sortear la crisis existencial de alcance paneuropeo que tanto daño y tantas bajas ha causado en el transcurso de esta interminable crisis.
Publicado en Huffington Post