Arranca 2017. Pasada la tregua de Navidad, el primer impulso que reconocemos en nuestro dedo en la tecla del ordenador o smartphone es desear lo mejor para el año que comienza a todo aquel que detenga en nosotros su mirada.
El calendario por delante encierra, cómo no advertirlo, incertidumbres tan intensas que hace tiempo que muchos analistas delinean paralelos con las primeras décadas del "olvidado siglo XX" que nos explicó Tony Judt.
En el escenario global somos miles de millones los que nos predisponemos con aliento contenido al Inauguration Day de la Era Donald Trump. El 20 de enero, Obama hará mutis por el foro, liberando a los historiadores de la tarea de descifrar un legado que -sin haber colmado las desmesuradas expectativas que generó su fulgurante acceso a la casa Blanca- despide más luces que sombras.
Pero el perdedor de votos de las elecciones presidenciales -ganador en el recuento de "votos electorales" del "Colegio" que adjudica la Presidencia de los EEUU- no ha dado hasta hoy ningún indicio de corrección de sus discursos ni actitudes de campaña: Donald Trump ha acentuado cada día la amenaza anticipada por su ejecutoria anterior como evasor en Jefe y su embrutecedora campaña, desde el día de su proclamación como Presidente electo.
De acuerdo con sus propios pronósticos, el programa nuclear de Corea del Norte simplemente "won't happen!" (no va a tener lugar); será prioridad de su política establecer una buena relación con la Rusia de Putin ("not in our team", se ha despachado Obama); respaldará sin matices la negativa de Netanyahu de abrir paso a la doctrina de la "Two States Solution" (que sigue siendo hasta hoy la oficial en la comunidad internacional y en los EEUU), incluyendo así su apoyo a los asentamientos que hoy hacen inviable en la práctica la recuperación del diálogo para una paz justa en Oriente Medio; sus primeros nombramientos han confirmado su negacionismo sin complejos del cambio climático y sus retos (la desintegración del Ártico Norte y la extinción masiva de especies amenazadas), así como su indiferencia ante el boom demográfico africano y la penetración de China en ese continente.
Y como trasfondo en todo ello, el rechazo al comercio libre y justo y la ejecución de estrategias proteccionistas contrarias a la prosecución de reglas para la ordenación y gobernanza de la globalización.
El impacto de este cambio abrupto en acción exterior de los EEUU no presagia nada bueno para una UE maltrecha, afligida crudamente por este invierno polar tras la larga Glaciación europea que se desató en 2008.
Difícilmente la "recuperación económica" que el Gobierno de Rajoy se empeña en monocausalizar en "sus reformas" -y notoriamente en la reforma laboral- podrá contribuir a paliar las brechas de la desigualdad si la UE no es capaz de establecer una ruta propia y coherente con su historia, y comprometida con su futuro.
En un año sin elecciones, 2017 empieza en el Parlamento Europeo, única institución legitimada para el voto directo de los ciudadanos, con una redistribución de cargos institucionales: la primera batalla se librará este mes de enero con la elección de su nuevo presidente, en la que el hasta hoy presidente del Grupo Socialista, Gianni Pitella, encarna una apuesta directa por disputarle al PP, y a su candidato Tajani, la hegemonía sobre el tablero de mando y de poder en la UE.
En España, tan subordinada en sus expectativas a la dilucidación de las incertidumbres europeas, 2017 despega como un año oasis sin competiciones electorales a la vista, después de unos cuantos de agotador stress para los competidores en la redefinición de los espacios políticos y del paisaje español del pluralismo.
El denominador común describe un año sin elecciones, pero cargado de congresos de los partidos en liza. Las principales formaciones -cuatro en la nueva geografía- celebran este año cónclaves y conferencias organizativas y de redefinición de estrategia y liderazgo. Pero también indicios de fatiga narrativa, singularmente lacerantes en los partidos que hasta ayer por la tarde se arrogaban el marchamo de la "nueva política" -Podemos y C's- supuestamente nimbados de una inmaculada hoja en blanco en la que se garabatean los rejos de sus luchas intestinas de poder, sus descalificaciones cruzadas por los métodos empleados -y por el estilo, a ratos hampón y vindicativo aun más de lo que habíamos visto en años en la política por ellos estigmatizada como "vieja" -y las depuraciones acumulativas de sus censos y de sus cuadros alegadamente desafectos a sus respectivos liderazgos.
Preocupa singularmente el recrecimiento del PP en todas las encuestas. El sacrificio desgarrado (y desgarrador) con que el PSOE evitó a los españoles unas terceras elecciones en un año que nadie deseaba y todos proclamaban querer evitar, no debe descuidar la importancia de que la narrativa de la actual legislatura disuelva las responsabilidades por el historial de Gürtel, la corrupción pandémica y los abusos de poder. Cuidado con el espejismo que pretende situar al PP en una "aurora de diálogo" en busca de nuevos réditos políticos como si los atropellos de su mayoría absoluta nunca hubiesen existido.
Al PSOE deben preocuparle las encuestas que lo apuntan a la baja. El enorme esfuerzo de colaboración en la persecución de objetivos de cambio en esta legislatura debe medir con precisión y un altísimo estándar de autoexigencia el tiempo para el relanzamiento de los socialistas en España con un ancla bien fijada en el relanzamiento de la socialdemocracia europea.
Publicado en Huffington Post