A lo largo de los últimos meses, he intervenido y escrito en diferentes tribunas expresando mi preocupación en torno a las actuales tribulaciones del PSOE.
A mi juicio, es innegable que una parte de los desafíos (y aflicciones) que acucian al socialismo español se encuadran en el declive de la socialdemocracia europea, lo que es causa y efecto a la vez del deterioro acusado por el modelo social europeo y, por extensión, de todo el proyecto europeo y de la propia UE.
Pero subrayo también que otra parte -determinante- de los males del PSOE tienen carácter endógeno. No sólo pueden ser acometidos sin condicionar su tratamiento, o terapia y curación a una respuesta de diseño y alcance paneuropeo. Esos problemas, que son nuestros, ponen de manifiesto que existe un margen de respuesta propio e intransferible para el socialismo español, sin incorporar el cual no habrá recuperación completa de nuestra vocación de mayoría de Gobierno con cargo a nuestras propias fuerzas. Restableciendo al mismo tiempo nuestro sentido de misión, nuestra confianza en nosotros y en nuestra unidad de acción. Unidad ésta, tristemente, más cuestionada que nunca en nuestra historia reciente.
Añado, además, que valoro y he valorado desde siempre, enormemente, la consistencia de lo que en nuestro vocabulario solemos definir como "el proyecto": la calidad de contenidos de nuestras propuestas para la sociedad española, haciendo frente a sus retos de futuro, generando ilusión y adhesiones crecientes, hasta apuntalar la mayoría para la acción de gobierno desde las instituciones...
Pero, asumido esto, en los últimos años adquiere creciente importancia la cada vez más imperiosa tarea de poner a punto la herramienta.
Porque nuestro instrumento para la acción política -la organización, el Partido- se muestra desde hace tiempo averiado, falto de forma y eficacia. Decrece nuestra capacidad de convocatoria y captación de nuevas afiliaciones y de ascendencia entre los jóvenes. Singularmente alarmante me parece desde hace tiempo el envejecimiento de nuestro modelo de organización, acusándose una pérdida de aliento y fuerza que no tiene nada que ver con el mecanicismo del "corte generacional" de las personas con cargo o emplazadas en las listas, sino con el modo de obrar, comunicarse y conectar con los sectores más dinámicos de una sociedad transformada, que ya no miran al PSOE como hace 20 años y buscan otras referencias.
No conozco un/una socialista que no haya vivido la experiencia personal de la dificultad de atraer jóvenes a nuestros actos. En demasiadas ocasiones, son las relaciones familiares (filiación directa próxima a cargos orgánicos y/o públicos) lo que explica su presencia, escasa, en nuestras reuniones. Pero es cada vez más frecuente que las personas más jóvenes opten por otras formaciones a la hora de encauzar sus inquietudes sociales, expresando sus preferencias por otras formas o candidaturas, aun cuando muchos de ellos reconozcan paladinamente que "en su casa" o "en su familia" (su padre, su madre, sus abuelos...) ¡"votaron desde siempre al PSOE"!
Pues bien, precisamente por esto, por todo lo que está pasando en un contexto tan cambiado y exigente como éste, se explica mal la proliferación de actitudes excluyentes rayanas con el sectarismo en el interior del PSOE, enrareciendo un clima de convivencia cada vez menos respirable para el librepensamiento de quien se resista a encuadrarse en acciones colectivas etiquetadas por su afinidad a un mandante o un concreto nombre propio. El faccionalismo, el cainismo -y particularmente la brutalidad del lenguaje con que estas actitudes se expresan últimamente- amenazan con acabar con la mayor historia del PSOE y con su identidad, por ser todo lo contrario de nuestros valores proclamados.
Un ejemplo álgido -y especialmente insoportable- de esta lesiva tentación de sectarismo rampante lo representa el hecho de cada vez sea más difícil acudir a un acto del PSOE -con compañeros/as que no deben en ningún caso ser considerados "adversarios" ni "enemigos" de ningún otro socialista- sin que alguien, algún otro/a compañero/a desde dentro del mismo PSOE manifieste su rechazo o su sospecha con la descalificación de quienes sí asistieron.
Esa estigmatización maniquea de los "unos" contra los "otros" hace cada vez más arduo discernir de qué poder dimana la delineación de la "delgada línea roja" que supuestamente separa a quienes estén "con ellos" frente a quienes estén "con nosotros". Tanto es así que quien decide acudir a actos o reuniones de "unos" y "otros" sin reparar en distingos, en tanto sean socialistas los convocantes y los participantes de unos y otros encuentros, resulta descalificado a menudo como "tibio", por el "doble juego", o por la "indefinición" de quien "no se moja"... como si "mojarse" en el PSOE fuese tomar partido dentro del propio Partido.
Insisto: aspiro a un PSOE reconciliado con todos sus integrantes y en todos los eslabones de su organización, motor de nuevas adhesiones, imán de nuevas vocaciones, en el que no sobre nadie.
Y nadie que aspire a liderarlo merecerá esa responsabilidad si cede a la tentación de creer que para conseguirlo -en ninguno de sus escalones de organización, desde el local al federal- le convendría que desapareciera esa supuesta "otra mitad del Partido" que le dificulta ser líder.
La división de la izquierda y los progresistas españoles ha sido determinante de sus derrotas más duras en todo lo lardo del siglo XIX y XX.
En el siglo XXI, el PSOE no puede permitirse más división ni desunión.
El sectarismo faccional y las desconfianzas cruzadas entre compañeros/as del Partido debe ser desterrado si es que queremos mostrarnos ante los demás en coherencia esencial entre nuestros valores y nuestros comportamientos entre y con nosotros mismos. ¡Nosotros! ¡Todos nosotros!: no "ellos/los otros" versus los que vayan quedando de éste o aquél otro lado de una línea que divida entre los "leales" y "afines" y los que "deban dar paso" a quienes quieran quedarse con lo que quede de un PSOE más marginado e ineficaz de lo que éramos, y fuimos, cuando nos mostramos unidos.
Publicado en Huffington Post