Desde el pasado 8 de noviembre, no ha dejado de hablarse del "desconcertante" (pero revelador) triunfo de Donald J. Trump en las presidenciales de los EE.UU.
De un lado, es digna de mención la ola de virulentas protestas y expresiones de indignación desatadas ex post, particularmente intensas entre quienes pudieron haberlo evitado ex ante. Me refiero, en singular, a los abstencionistas progresistas y a los sectores más pujantes de las minorías de EE.UU -latinos, afroamericanos y urbanitas activistas incluidos- que pudieron evitar el acceso de Trump a la Casa Blanca en EE.UU tan sólo con que hubieran ido a votar en mayor número, como hicieron con Obama: votando más y con más fuerza.
Lo más grave de la lección americana resalta ahora con claridad meridiana: la regresión nacionalista y el integrismo reaccionario galopan de la mano con el discurso del odio y la política del miedo al extranjero y al diferente; pero ese cóctel explosivo amenaza con ganarnos a todos los demás la partida -en EE.UU y en todas partes- si quienes tenemos el deber y la oportunidad de evitarlo no actuamos con la fuerza bastante, durante el tiempo bastante, haciéndonos oír lo bastante.
La deflación electoral de afroamericanos, hispanos, mujeres, urbanitas y jóvenes ha resultado en la hasta hace no mucho impensable mayoría de Donald Trump en el recuento decisivo de electores presidenciales (306 Trump, 232 Clinton). Aun así, casi un millón de ciudadanos de los EE.UU votaron prefiriendo a la candidata demócrata Hillary R. Clinton frente al republicano Donald J. Trump. Un poco más de energía, y movilizaciones, y fuerza, al votar sus preferencias hubieran marcado en la historia desde ese 8 de noviembre un golpe de timón decisivo. La polémica desatada por las demandas de recuento de los escasísimos márgenes de ventaja electoral por los que Trump se hizo con los delegados presidenciales de los llamados swing states indica dolorosamente cómo, apenas unos cientos de votos en esos Estados, habrían cambiado el resultado y nos hubieran evitado a Trump.
Dicho esto, hay que añadir: el triunfo del populismo se basa en la asimilación de una premisa generosamente asumida por más que continúe siendo falsa: "da igual votar", "¿para qué?", "it doesn´t make any difference". Pero, ¿es esto verdad? ¿Da exactamente lo mismo?
No. No es verdad. Así lo creen, sin embargo, cada vez más, progresistas que pierden confianza en las urnas, en tanto que ese mensaje les es demoledoramente disolvente, mientras resulta en cambio inocuo para los conservadores y para los votantes y los fácilmente tentables por los mensajes nacionalistas, ultraconservadores y/o proteccionistas.
Ejemplo de libro: el TTIP ¿Acaso no habíamos quedado en que era "un invento del demonio, una fabricación diabólica del gobierno americano, de sus poderes financieros, de sus multinacionales, para arrodillar a la UE" y acabar así su asalto a lo que quiera que quede en pie del "modelo social" que un día distinguió a la UE? Pero, si eso fuera así, ¿no parece sospechoso que no lo quiera Donald Trump? ¿En qué quedamos?
Hay que aclarar las ideas: modelo social europeo vs modelo EE.UU... Mejor regular la globalización comercial que renunciar a hacerlo o no hacer nada en absoluto. Rusia, China, el comercio mundial en la globalización de la desregulación, no esperan ni van a esperar por la UE en sus actuales condiciones.
Al despedir a Obama, no es difícil intuir, adivinar incluso, que vamos a echarle de menos. "Otros vendrán que buenos nos harán" reza el refrán español. Toda presidencia acaba históricamente marcada por lo imprevisto: Bush I (la Guerra del Golfo), Clinton (el caso Lewinski), Bush II (¡las Torres Gemelas y la Guerra de Irak!), Obama (acabar con Bin Laden)... ¡No queremos ni pensar lo que nos espera con Trump!